Las iglesias se vacían en muchos países, sobre todo los de Europa occidental, pero nuestro mundo se puebla cada día de nuevas religiones. Es sabido que el comunismo fue algo así como una gran creencia religiosa impuesta por un Estado violento e intimidatorio.
La fe en la dictadura del proletariado no debía discutirse y la soberanía del individuo, principio esencial de las democracias liberales, era absolutamente aniquilada por un aparato gubernamental centrado en imponer la doctrina a como diere lugar. Hoy, el fanatismo vuelve de la mano de los populistas pero la práctica privada de las religiones cristianas no es ya un asunto de creencias ciegas y desaforada intransigencia. Los creyentes de la posmodernidad parecen más moderados y menos supersticiosos pero, al mismo tiempo que abandonan los ritos tradicionales, cultivan extraños convencimientos en toda suerte de patrañas, con perdón. Ahí está, para mayores señas, el dogma de la "energía", una fuerza que surgiría de debajo de la planta de nuestros pies (aunque a veces viene también del Sol) y que, debidamente registrada y detectada por nosotros, nos haría estar en consonancia con el latir del universo entero. Los requisitos para beneficiarse serían andar vestidos de blanco, peregrinar a Teotihuacán durante los equinoccios y acompañar las sesiones de espiritualidad energética, por llamarla de una manera, de la consumición de viandas "orgánicas" o, ya bien entrados en gastos, convertirnos al veganismo, o como se diga.
La medicina "naturista" es otra de las creencias que se han impuesto en una sociedad que, de pronto, rechaza los mismísimos fundamentos del método científico y en la cual te encuentras con sujetos que ya no vacunan a sus hijos o que rechazan la quimioterapia para curar un cáncer devastador porque la industria farmacéutica "nos envenena". Que adultos aquejados de oscurantismo mueran innecesariamente sería ya descomunalmente estúpido pero que a un chaval lo condenes a que sufra la polio es algo pura y simplemente criminal. En fin, de vivir ahora Galileo, estaría también teniendo problemas con mucha gente.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
La fe en la dictadura del proletariado no debía discutirse y la soberanía del individuo, principio esencial de las democracias liberales, era absolutamente aniquilada por un aparato gubernamental centrado en imponer la doctrina a como diere lugar. Hoy, el fanatismo vuelve de la mano de los populistas pero la práctica privada de las religiones cristianas no es ya un asunto de creencias ciegas y desaforada intransigencia. Los creyentes de la posmodernidad parecen más moderados y menos supersticiosos pero, al mismo tiempo que abandonan los ritos tradicionales, cultivan extraños convencimientos en toda suerte de patrañas, con perdón. Ahí está, para mayores señas, el dogma de la "energía", una fuerza que surgiría de debajo de la planta de nuestros pies (aunque a veces viene también del Sol) y que, debidamente registrada y detectada por nosotros, nos haría estar en consonancia con el latir del universo entero. Los requisitos para beneficiarse serían andar vestidos de blanco, peregrinar a Teotihuacán durante los equinoccios y acompañar las sesiones de espiritualidad energética, por llamarla de una manera, de la consumición de viandas "orgánicas" o, ya bien entrados en gastos, convertirnos al veganismo, o como se diga.
La medicina "naturista" es otra de las creencias que se han impuesto en una sociedad que, de pronto, rechaza los mismísimos fundamentos del método científico y en la cual te encuentras con sujetos que ya no vacunan a sus hijos o que rechazan la quimioterapia para curar un cáncer devastador porque la industria farmacéutica "nos envenena". Que adultos aquejados de oscurantismo mueran innecesariamente sería ya descomunalmente estúpido pero que a un chaval lo condenes a que sufra la polio es algo pura y simplemente criminal. En fin, de vivir ahora Galileo, estaría también teniendo problemas con mucha gente.
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