El pecado de no vivir el presente (2)

El pecado de no vivir el presente (2)
La realidad del mundo en sí misma —los paisajes, los atardeceres, la trepidante agitación de las ciudades— debiera tenernos en un estado de permanente asombro. Pero, ese escenario casi no lo recorremos. La inmediatez de la cotidianidad es lo que nos ocupa, nuestra visión se reduce a lo rutinario: pasamos días enteros sin mirar las nubes en el cielo, sin dedicar ni un instante a la contemplación de las cosas, sin reconocer las formas de nuestro entorno y sin advertir que todo ello, lo que nos rodea, es una suerte de gran milagro acontecido en la inmensidad del tiempo. Sólo cuando viajamos —y lo hacemos justamente para eso, para mirar, para conocer, para maravillarnos ante monumentos y horizontes nuevos— es que recobramos la primigenia curiosidad de los niños. Extrañamente, durante los primeros momentos de la travesía las horas parecen expandirse: pasados apenas un par de días sentimos como si hubiese trascurrido mucho más tiempo. Pero, es porque hemos quebrado la rutina de los últimos meses: los acaecimientos, de pronto, tienen más relieve y esa acrecentada dimensión que adquieren ante nosotros transforma nuestro reloj interno. Cuando volvemos, la magia desaparece, repelida por la implacable inercia de los horarios, los hábitos, los automatismos y las obligaciones.

Naturalmente, no podemos vivir en un estado de bobalicona beatitud, perpetuamente postrados ante la majestad de una belleza que no es tan aparente ni tan descifrable, y que tampoco logra hacerse un lugar entre las servidumbres de la vida diaria. El tiempo pasa, sin embargo y, una mañana cualquiera, sentimos el punzante arrepentimiento de no haber estado con todos nuestros sentidos en las distintas estaciones de la existencia, de no haber paladeado a fondo los sabores, de no haber puesto atención a los hijos o escuchado de verdad a los amigos. En el implacable torbellino de preocupaciones diarias, pequeñeces y frivolidades, hemos sacrificado, una vez más, el presente.

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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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