Decir que el país no aguanta otros seis años más de PRI es un reduccionismo simplista y panfletero porque hay muchos PRI y con cada presidente es distinto.
Nada tienen que ver el PRI de López Portillo con el de Salinas, o el de Zedillo o Peña Nieto.
Los gobiernos los hacen personas concretas, con visiones, perfiles y estilos diferentes.
Ahora lo que procede no es preguntarse si queremos otros seis años de PRI, sino qué tanto nos gustaría seguir un sexenio más con Luis Videgaray como figura clave tras las bambalinas del poder presidencial.
Es un político inteligente, culto y con una enorme astucia para entender cómo se manejan los hilos del poder, ya sea en Los Pinos o en la Casa Blanca.
Ha sido un extraordinario canciller, ideal para el momento y para el interlocutor principal, que es el gobierno de Donald Trump.
Pero tiene un problema: el modito señor, el modito.
Ese modito fue el que hizo impopular al presidente Peña Nieto, al presentarlo en el primer trienio de su gobierno como un mandamás arrogante y alejado de la gente común y corriente que lo llevó al poder.
Se olvidó de su base de apoyo y gobernó con las cúpulas.
Peña Nieto fue víctima de la influencia de Luis Videgaray en la mala o nula comunicación con los gobernados en los tres años iniciales de su administración, pues adoptó su estilo displicente ante temas graves pero muy humanos o sensibles a la población.
Se vio, en esos tres años, a un Presidente alejado de la gente y desde su gobierno se maltrató a empresarios, académicos y comunicadores que conocían a un Peña Nieto cálido y con una gran virtud: su capacidad para escuchar y para comunicar.
Cuando salió Videgaray de la proximidad diaria con el Presidente, cambió la situación y dejó de haber un gabinete A y B, como decían algunos secretarios.
Visitó medios, se reunió en privado con empresarios y dirigentes sociales, los periodistas volvieron a pisar la oficina principal de Los Pinos. Y se entregó en persona a sus antiguos votantes.
Más vale tarde que nunca, pero si en Los Pinos no hubiese influido tanto el modito de Luis Videgaray en el primer trienio, otro sería hoy el panorama para el Presidente y para el PRI.
Ahora viene José Antonio Meade como candidato presidencial de ese partido, y resulta que su principal impulsor y amigo en el gabinete es Videgaray.
Con ese modito que carga, no tuvo empacho en adelantarse a Peña Nieto y al PRI en un predestape prescindible que sólo sirvió para recordarnos su poder y decirnos, antes de tiempo, quién era su candidato y cuál era su influencia.
Videgaray seguramente volverá a estar en el gabinete con José Antonio Meade si éste gana la Presidencia en julio, y en una posición fuerte.
En la Cancillería le hace un bien a México, pues para un gobernante como Donald Trump sus modos le sirven al país. A arrogante, arrogante y medio. Y además, inteligente.
Pero está el riesgo de que la cercanía de Videgaray con Meade cambie la sonrisa sencilla del candidato en un gesto hosco y altanero del presidente.
Que la calidez discreta de José Antonio Meade se transforme en lejanía y superioridad virreinal.
El riesgo es que Meade desdeñe el estado de ánimo de la población, no le importe la aceptación popular y trabaje únicamente para esa abstracción que se refleja en las estadísticas de los informes presidenciales.
Vamos a ver.
Twitter: @PabloHiriart
Publicado originalmente en El Financiero
Nada tienen que ver el PRI de López Portillo con el de Salinas, o el de Zedillo o Peña Nieto.
Los gobiernos los hacen personas concretas, con visiones, perfiles y estilos diferentes.
Ahora lo que procede no es preguntarse si queremos otros seis años de PRI, sino qué tanto nos gustaría seguir un sexenio más con Luis Videgaray como figura clave tras las bambalinas del poder presidencial.
Es un político inteligente, culto y con una enorme astucia para entender cómo se manejan los hilos del poder, ya sea en Los Pinos o en la Casa Blanca.
Ha sido un extraordinario canciller, ideal para el momento y para el interlocutor principal, que es el gobierno de Donald Trump.
Pero tiene un problema: el modito señor, el modito.
Ese modito fue el que hizo impopular al presidente Peña Nieto, al presentarlo en el primer trienio de su gobierno como un mandamás arrogante y alejado de la gente común y corriente que lo llevó al poder.
Se olvidó de su base de apoyo y gobernó con las cúpulas.
Peña Nieto fue víctima de la influencia de Luis Videgaray en la mala o nula comunicación con los gobernados en los tres años iniciales de su administración, pues adoptó su estilo displicente ante temas graves pero muy humanos o sensibles a la población.
Se vio, en esos tres años, a un Presidente alejado de la gente y desde su gobierno se maltrató a empresarios, académicos y comunicadores que conocían a un Peña Nieto cálido y con una gran virtud: su capacidad para escuchar y para comunicar.
Cuando salió Videgaray de la proximidad diaria con el Presidente, cambió la situación y dejó de haber un gabinete A y B, como decían algunos secretarios.
Visitó medios, se reunió en privado con empresarios y dirigentes sociales, los periodistas volvieron a pisar la oficina principal de Los Pinos. Y se entregó en persona a sus antiguos votantes.
Más vale tarde que nunca, pero si en Los Pinos no hubiese influido tanto el modito de Luis Videgaray en el primer trienio, otro sería hoy el panorama para el Presidente y para el PRI.
Ahora viene José Antonio Meade como candidato presidencial de ese partido, y resulta que su principal impulsor y amigo en el gabinete es Videgaray.
Con ese modito que carga, no tuvo empacho en adelantarse a Peña Nieto y al PRI en un predestape prescindible que sólo sirvió para recordarnos su poder y decirnos, antes de tiempo, quién era su candidato y cuál era su influencia.
Videgaray seguramente volverá a estar en el gabinete con José Antonio Meade si éste gana la Presidencia en julio, y en una posición fuerte.
En la Cancillería le hace un bien a México, pues para un gobernante como Donald Trump sus modos le sirven al país. A arrogante, arrogante y medio. Y además, inteligente.
Pero está el riesgo de que la cercanía de Videgaray con Meade cambie la sonrisa sencilla del candidato en un gesto hosco y altanero del presidente.
Que la calidez discreta de José Antonio Meade se transforme en lejanía y superioridad virreinal.
El riesgo es que Meade desdeñe el estado de ánimo de la población, no le importe la aceptación popular y trabaje únicamente para esa abstracción que se refleja en las estadísticas de los informes presidenciales.
Vamos a ver.
Twitter: @PabloHiriart
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