¿Qué tanto podrá Meade resistir al PRI?

¿Qué tanto podrá Meade resistir al PRI?
Ésa es la pregunta, señoras y señores: ¿un candidato apartidista que parecía un tanto incómodo al ser arropado por los priistas de siempre en la reciente ceremonia de entronización del supremo aspirante tricolor, que trabajó para el Gobierno de Felipe Calderón y que pretende ahora representar al ciudadano independiente en una sociedad hastiada de los partidos políticos, podrá hacer campaña distanciándose de quien era, hasta hace poco, su jefe directo y, encima, intentar siquiera desconocer a quienes, después de todo, le otorgaron la encomienda altísima de representar sus colores?

Valen estos cuestionamientos porque, miren ustedes, pareciera que un mero representante del continuismo no parece tener posibilidad alguna de alcanzar la victoria y, entonces, este hombre le apostaría a esa condición de outsider para aparecer como un político desembarcado de Marte (no hay priistas allí, oigan) y, consecuentemente, cosechar los laureles de no tener nada que ver con el pasado inmediato.

La irrupción del antiguo secretario de Hacienda en el escenario como un competidor en la gran pelea que se avecina —suponiendo que fuere una iniciativa personal y que no resulte de la directísima y personalísima decisión del jefe de jefes en funciones, ja, ja— viene siendo una suerte de gran enigma para quienes observamos el desarrollo de las cosas. Para empezar, ¿no había priistas de cepa pura en el tablero como para necesitar de escoger otra pieza? Digo, ahí está Chong, como el más acabado embajador de los usos y costumbres del PRI cavernario. Pues, no, no fue elegido, a pesar de que la inmensa mayoría de sus correligionarios se hubieren adherido alegremente a su candidatura. ¿No parecía mi gallo Nuño, un hombre muy cercano a Enrique Peña —más allá de sus innegables cualidades—, el primerísimo de los “hombres del presidente” para ser designado para ocupar la suprema magistratura? Tampoco, no llegó a la gran final (qué pena, oigan, según yo, era el mejor).

Pero, entones, ¿de qué estamos hablando? ¿De que el presidente de la República, en su condición de “primer priista de la nación”, decidió que el aspirante de su partido no fuera uno de los suyos sino un “apartidista” fatalmente amarrado de las manos?

No entiendo pero, qué caray, lo de Obrador parece volverse cada día una amenaza mayor…

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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