Era claro desde un principio que “la estrategia con la que el PRD y el PAN pretenden contender por la Presidencia en el 2018 (…) tiene problemas de fondo que podrían terminar complicando, aún más, la posición de los partidos que pretenden adoptarla”. Así fue señalado, en este espacio, hace exactamente cinco meses (“Frente Amplio Democrático: no es por ahí”; Excélsior, Nadando entre tiburones, junio 26 de 2017). El entrecomillado en este texto corresponde a la pieza de marras.
Y es que las diferencias eran demasiado grandes, los intereses muy diversos, las estrategias simplemente no podían funcionar. Las diferencias eran, sobre todo, de fondo: “ante el cuestionamiento sobre la causa del matrimonio igualitario —y los derechos de género— ninguno de los dos partidos puede dar una respuesta que sea, al mismo tiempo, congruente con sus valores y compatible con la de su aliado. Si la respuesta fuera a favor de las posturas progresistas, el PAN se encontraría en un callejón sin salida en el que no está —sin duda— dispuesto a colocarse, y los conservadores llevarían sus votos al rebozo que quisiera cobijarles. Si la respuesta fuera en contra, el PRD perdería el último vestigio de legitimidad que les permite asumirse como una institución de izquierda”. Los intereses divergentes: “el frente constituye una traición para la militancia de ambos partidos: quienes han trabajado durante años en la construcción de una carrera, con una visión compartida con una institución a la que el compromiso le ha afiliado, se merece, al menos, la oportunidad de competir, y asumir los cargos que en justicia le corresponderían. Es difícil, por ejemplo, imaginar a un equipo tan comprometido como el de Margarita ponerse a las órdenes del de Mancera, o a uno con las estructuras de poder tan definidas como las del jefe de Gobierno haciéndolo con las de quien ha luchado durante años por brillar con luz propia”.
Y las estrategias no podían funcionar: “En términos tácticos, un frente como el FAD, planteado entre aliados que albergan posturas irreconciliables —el cordon sanitaire—, funciona en contra de un, y sólo un, planteamiento ideológico (…) Pero en el 2018 difícilmente podrían construir una causa que les permitiera enfrentarse con un rival, primero, y luego con el otro que tendrían que derrotar: la causa en contra del PRI no puede convertirse también en la causa en contra de Andrés Manuel”. El frente, en términos llanos, jamás supo establecer un ganar-ganar entre sus integrantes.
“No existe un ganar-ganar porque son tantos los obstáculos, y tan poco claros los objetivos, que termina por parecer que el único objetivo es la obtención del poder a toda costa. Si el objetivo fuera, en realidad, que la democracia se fortaleciera, la lucha sería por reforzar las instituciones para garantizar un proceso irrebatible. Si el objetivo fuera evitar la continuidad del PRI, la lucha tendría que ser la misma, como también lo sería si lo que trataran, en realidad, fuera satisfacer a su propia base de electores.
“El proyecto es tan ambiguo en sus bases, tan incompatible en sus discursos, tan irrealizable en su ejercicio que difícilmente podrá ser explicado tras el cisma que habrá de provocar, necesariamente, con las alas más congruentes de cada instituto político”. Unos cuantos días después, cabe recordar, Margarita Zavala renunció al partido en el que militó por más de tres décadas.
La conclusión de entonces no es distinta a la que surge tras la confrontación entre las promesas y la realidad. “No es por ahí. Un Frente Amplio Democrático, llevado a sus últimas consecuencias, terminaría por debilitar a sus integrantes y a las instituciones, y favorecería a cualquiera de las opciones que hoy pretenden evitar”. No, definitivamente no es por ahí.
Y es que las diferencias eran demasiado grandes, los intereses muy diversos, las estrategias simplemente no podían funcionar. Las diferencias eran, sobre todo, de fondo: “ante el cuestionamiento sobre la causa del matrimonio igualitario —y los derechos de género— ninguno de los dos partidos puede dar una respuesta que sea, al mismo tiempo, congruente con sus valores y compatible con la de su aliado. Si la respuesta fuera a favor de las posturas progresistas, el PAN se encontraría en un callejón sin salida en el que no está —sin duda— dispuesto a colocarse, y los conservadores llevarían sus votos al rebozo que quisiera cobijarles. Si la respuesta fuera en contra, el PRD perdería el último vestigio de legitimidad que les permite asumirse como una institución de izquierda”. Los intereses divergentes: “el frente constituye una traición para la militancia de ambos partidos: quienes han trabajado durante años en la construcción de una carrera, con una visión compartida con una institución a la que el compromiso le ha afiliado, se merece, al menos, la oportunidad de competir, y asumir los cargos que en justicia le corresponderían. Es difícil, por ejemplo, imaginar a un equipo tan comprometido como el de Margarita ponerse a las órdenes del de Mancera, o a uno con las estructuras de poder tan definidas como las del jefe de Gobierno haciéndolo con las de quien ha luchado durante años por brillar con luz propia”.
Y las estrategias no podían funcionar: “En términos tácticos, un frente como el FAD, planteado entre aliados que albergan posturas irreconciliables —el cordon sanitaire—, funciona en contra de un, y sólo un, planteamiento ideológico (…) Pero en el 2018 difícilmente podrían construir una causa que les permitiera enfrentarse con un rival, primero, y luego con el otro que tendrían que derrotar: la causa en contra del PRI no puede convertirse también en la causa en contra de Andrés Manuel”. El frente, en términos llanos, jamás supo establecer un ganar-ganar entre sus integrantes.
“No existe un ganar-ganar porque son tantos los obstáculos, y tan poco claros los objetivos, que termina por parecer que el único objetivo es la obtención del poder a toda costa. Si el objetivo fuera, en realidad, que la democracia se fortaleciera, la lucha sería por reforzar las instituciones para garantizar un proceso irrebatible. Si el objetivo fuera evitar la continuidad del PRI, la lucha tendría que ser la misma, como también lo sería si lo que trataran, en realidad, fuera satisfacer a su propia base de electores.
“El proyecto es tan ambiguo en sus bases, tan incompatible en sus discursos, tan irrealizable en su ejercicio que difícilmente podrá ser explicado tras el cisma que habrá de provocar, necesariamente, con las alas más congruentes de cada instituto político”. Unos cuantos días después, cabe recordar, Margarita Zavala renunció al partido en el que militó por más de tres décadas.
La conclusión de entonces no es distinta a la que surge tras la confrontación entre las promesas y la realidad. “No es por ahí. Un Frente Amplio Democrático, llevado a sus últimas consecuencias, terminaría por debilitar a sus integrantes y a las instituciones, y favorecería a cualquiera de las opciones que hoy pretenden evitar”. No, definitivamente no es por ahí.
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