La pobreza en México es una de las situaciones que más afecta a la sociedad, el desarrollo del país y la posibilidad de reducir la brecha para facilitar el acceso a mayores benefactores básicos que permitan mejorar la calidad de vida de al menos 53.3 millones de personas, estas cifras según el último reporte del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
Por un lado, está comprobado que el asistencialismo político, las dádivas oficiales y el clientelismo -sobre todo en épocas electorales- no son la solución. Tampoco lo han sido los programas sociales que se aplican a través de las instituciones de los tres niveles de gobierno ni los esfuerzos de las ONG’s en esta materia.
El trabajo es mucho, es un lastre histórico y se necesita demasiada voluntad para lograrlo, sobre todo de la clase gobernante, que como lo comenté en un texto anterior, para ellos la pobreza es un capital político muy redituable.
En ese sentido, Carlos Slim señaló durante su participación en la XV Cumbre de Negocios que recientemente se celebró en San Luis Potosí, que la generación de empleos y la inversión privada “son el mejor camino para terminar con la pobreza”.
Incluso propuso que las amas de casa tengan un salario para que alcancen cierta libertad e independencia financiera, pero sobre todo que su trabajo sea reconocido y se inserten en el mercado laboral formal; aunque no fue claro en esta propuesta sobre cuáles serían los mecanismos para aplicar este programa en específico. ¿Quién les va a pagar? ¿Las empresas? ¿Qué empresas?
Pero esta no es la primera vez que Slim plantea esto, de que la inversión privada y la generación de empleos son la fórmula para combatir la pobreza.
Y aunque parece hasta cierto punto lógica esta propuesta, en realidad la cantidad de empleos formales que se necesitan para equilibrar el déficit acumulado de décadas, parece ser una cifra imposible de alcanzar.
En la actual administración se han creado poco más de 3 millones de empleos formales, el “sexenio del empleo” dice el gobierno federal, pero el punto es que no son ni remotamente suficientes en cantidad ni en la calidad de los salarios.
Según el estudio Coyuntura Laboral en América Latina y el Caribe, elaborado conjuntamente por la Comisión Económica para la región (Cepal) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), reafirma el hecho de que México fue de los países en donde hubo un crecimiento en la creación de empleos formales, pero no así en los niveles salariales.
“Los salarios reales del empleo formal aumentaron en seis países: Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Nicaragua y Uruguay, mientras que disminuyeron en México y Perú”, afirma este documento.
En este sentido, México es uno de los países miembros de la OCDE con uno de los salarios más bajos de toda América Latina y esto ha repercutido en el hecho de que a pesar de que hay un poco más de empleos, a la mayoría de los mexicanos no les interesa precisamente por los pocos ingresos que ofrecen, las exigencias y los horarios pocos flexibles.
Esto debido a que si bien el salario mínimo se ubica actualmente en 80.04 pesos, las cifras más actualizadas de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos (Conasami) y del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), señalan que los ingresos reales de los trabajadores es de 63.50 pesos, “un ingreso por debajo de la línea de bienestar”, dicen estos organismos.
Además, dice el Inegi que 7.2 millones de personas “laboran bajo condiciones precarias al trabajar menos de 35 horas a la semana por razones ajenas a ellos, con ingresos mensuales de menos de un salario mínimo o con jornadas mayores a 48 horas, ganando hasta dos salarios mínimos”.
Con este tipo de empleos y de salarios, la propuesta de Slim parece no ser la fórmula correcta para reducir la pobreza, el problema es que no hay ninguna propuesta viable que tenga la intención de hacerlo, y menos ahora que vienen las elecciones presidenciales y todo serán promesas y palabras bonitas, dádivas y compras de votos…de todos los partidos políticos.
Por un lado, está comprobado que el asistencialismo político, las dádivas oficiales y el clientelismo -sobre todo en épocas electorales- no son la solución. Tampoco lo han sido los programas sociales que se aplican a través de las instituciones de los tres niveles de gobierno ni los esfuerzos de las ONG’s en esta materia.
El trabajo es mucho, es un lastre histórico y se necesita demasiada voluntad para lograrlo, sobre todo de la clase gobernante, que como lo comenté en un texto anterior, para ellos la pobreza es un capital político muy redituable.
En ese sentido, Carlos Slim señaló durante su participación en la XV Cumbre de Negocios que recientemente se celebró en San Luis Potosí, que la generación de empleos y la inversión privada “son el mejor camino para terminar con la pobreza”.
Incluso propuso que las amas de casa tengan un salario para que alcancen cierta libertad e independencia financiera, pero sobre todo que su trabajo sea reconocido y se inserten en el mercado laboral formal; aunque no fue claro en esta propuesta sobre cuáles serían los mecanismos para aplicar este programa en específico. ¿Quién les va a pagar? ¿Las empresas? ¿Qué empresas?
Pero esta no es la primera vez que Slim plantea esto, de que la inversión privada y la generación de empleos son la fórmula para combatir la pobreza.
Y aunque parece hasta cierto punto lógica esta propuesta, en realidad la cantidad de empleos formales que se necesitan para equilibrar el déficit acumulado de décadas, parece ser una cifra imposible de alcanzar.
En la actual administración se han creado poco más de 3 millones de empleos formales, el “sexenio del empleo” dice el gobierno federal, pero el punto es que no son ni remotamente suficientes en cantidad ni en la calidad de los salarios.
Según el estudio Coyuntura Laboral en América Latina y el Caribe, elaborado conjuntamente por la Comisión Económica para la región (Cepal) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), reafirma el hecho de que México fue de los países en donde hubo un crecimiento en la creación de empleos formales, pero no así en los niveles salariales.
“Los salarios reales del empleo formal aumentaron en seis países: Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Nicaragua y Uruguay, mientras que disminuyeron en México y Perú”, afirma este documento.
En este sentido, México es uno de los países miembros de la OCDE con uno de los salarios más bajos de toda América Latina y esto ha repercutido en el hecho de que a pesar de que hay un poco más de empleos, a la mayoría de los mexicanos no les interesa precisamente por los pocos ingresos que ofrecen, las exigencias y los horarios pocos flexibles.
Esto debido a que si bien el salario mínimo se ubica actualmente en 80.04 pesos, las cifras más actualizadas de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos (Conasami) y del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), señalan que los ingresos reales de los trabajadores es de 63.50 pesos, “un ingreso por debajo de la línea de bienestar”, dicen estos organismos.
Además, dice el Inegi que 7.2 millones de personas “laboran bajo condiciones precarias al trabajar menos de 35 horas a la semana por razones ajenas a ellos, con ingresos mensuales de menos de un salario mínimo o con jornadas mayores a 48 horas, ganando hasta dos salarios mínimos”.
Con este tipo de empleos y de salarios, la propuesta de Slim parece no ser la fórmula correcta para reducir la pobreza, el problema es que no hay ninguna propuesta viable que tenga la intención de hacerlo, y menos ahora que vienen las elecciones presidenciales y todo serán promesas y palabras bonitas, dádivas y compras de votos…de todos los partidos políticos.
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