De la furia ciega a la participación comprometida

De la furia ciega a la participación comprometida
La rabia ciudadana sería en principio muy saludable para una sociedad, como la mexicana, postrada durante décadas enteras frente a un poder político abusivo y arbitrario. Ahora bien, esa vigorosa indignación debiera expresarse con una mínima honradez porque surge, precisamente, como una respuesta a la corrupción, a las raterías de los politicastros y a las ilegalidades perpetradas por el sistema, es decir, como un contrapeso a la deshonestidad.

Una denuncia sustentada en falsedades no es ya entonces un acto de ejemplar ciudadanía sino que hermana al acusador con los acusados, es decir, los coloca a ambos en el territorio de la inmoralidad.

Las víctimas suelen reclamar derechos especiales porque consideran que su misma condición —derivada de sufrimientos, vasallajes obligados y cruentos sometimientos— les confiere la facultad de exigir airadamente todas las reparaciones posibles. En algún momento, sin embargo, sus demandas se tornan excesivas y las inculpaciones dejan de ser razonables para transmutarse en una descomunal descalificación de todo lo habido y por haber, sin preocupación alguna de advertir los infinitos matices de la realidad, de registrar las obligadas excepciones, de agradecer las posibles manifestaciones de bondad que pueda exhibir un adversario político o de admitir que, a pesar de todos los pesares, las cosas puedan haber cambiado para bien.

En estos momentos de la vida nacional, la tragedia ha hecho surgir lo mejor de muchos mexicanos. Otros, han aprovechado meramente la ocasión para seguir siendo tan viles y miserables como siempre. Lo más interesante de la situación, sin embargo, es que el enojo de millones de individuos ancestralmente agraviados se está traduciendo en acciones concretas, en intervenciones directas para asegurar, por ejemplo, que la ayuda llegue realmente a quienes la necesitan o que el dinero que tan generosamente donan nuestros compatriotas no se pierda en los intrincados laberintos de una burocracia enredosa o, peor aún, aviesamente estúpida.

El Gobierno, arrinconado por miles de escuadras de activistas furiosos, no ha tenido más remedio que ponerse a rendir cuentas. Se siente ya, miren ustedes, un perfume de esperanza para nuestro país...

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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