La desaparición del partido del sol azteca ha sido escrupulosamente anunciada, pronosticada, avisada, vaticinada y augurada. Y, pues sí, la insólita invención de otro partido de izquierda, liderado por el personaje más notorio de la marca populista, le restó dominios al PRD. Muchos de sus simpatizantes dejaron de simpatizar, muchos de sus militantes dejaron de militar y bastantes de sus representantes en nuestro Congreso bicameral decidieron, de la noche a la mañana, ya no representarlo y echarse ardientemente en brazos de un nuevo amo y señor.
Ese flamante patrón, miren ustedes, había consumado ya la hazaña nada despreciable de fabricarse un partido político a modo, a su imagen y semejanza, donde nadie más le hace sombra y donde su palabra es la ley. Y, caramba, no le han faltado voluntarios y espontáneos de todas las proveniencias, porque al personaje se le suponen alcances y ya sabemos que quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. Una inversión a futuro vamos. Hay gente muy previsora, qué duda cabe.
Faltan todavía algunos trámites para cumplir con la normatividad vigente pero el jefe es el jefe y, en pleno uso de sus colosales atribuciones, no sólo se pavonea ya como candidato presidencial de la cofradía sino que se arroga el derecho natural de nombrar personalmente a sus pretorianos bajo ese esquema, consagrado por los ancestrales usos y costumbres de la política mexicana, llamado “dedazo”. Y así, una señora apellidada Sheinbaum acaba de ser nombrada, designada y bendecida para competir en la carrera hacia la alcaldía de CdMx (así se llama, ahora, la capital). Algo normal y muy explicable, oigan.
El problema, sin embargo, es que había otros concursantes. Y uno de ellos, Ricardo Monreal, es un tipo de muchos tamaños. De hecho, las encuestas realizadas por profesionales independientes le daban a él mayores niveles de aceptación ciudadana. Así las cosas, hay ciertas probabilidades de que don Ricardo, mosqueado y consecuentemente afrentado, se deje cortejar por ese PRD en presuntas vías de extinción. Iría también de aspirante al título, vamos. Y si a la ecuación le añadimos el factor Miguel Ángel Mancera para la contienda presidencial, entonces tendremos, para sorpresa de los enterradores, a un partido muy bien plantado y muy peleón. Ah…
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Ese flamante patrón, miren ustedes, había consumado ya la hazaña nada despreciable de fabricarse un partido político a modo, a su imagen y semejanza, donde nadie más le hace sombra y donde su palabra es la ley. Y, caramba, no le han faltado voluntarios y espontáneos de todas las proveniencias, porque al personaje se le suponen alcances y ya sabemos que quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. Una inversión a futuro vamos. Hay gente muy previsora, qué duda cabe.
Faltan todavía algunos trámites para cumplir con la normatividad vigente pero el jefe es el jefe y, en pleno uso de sus colosales atribuciones, no sólo se pavonea ya como candidato presidencial de la cofradía sino que se arroga el derecho natural de nombrar personalmente a sus pretorianos bajo ese esquema, consagrado por los ancestrales usos y costumbres de la política mexicana, llamado “dedazo”. Y así, una señora apellidada Sheinbaum acaba de ser nombrada, designada y bendecida para competir en la carrera hacia la alcaldía de CdMx (así se llama, ahora, la capital). Algo normal y muy explicable, oigan.
El problema, sin embargo, es que había otros concursantes. Y uno de ellos, Ricardo Monreal, es un tipo de muchos tamaños. De hecho, las encuestas realizadas por profesionales independientes le daban a él mayores niveles de aceptación ciudadana. Así las cosas, hay ciertas probabilidades de que don Ricardo, mosqueado y consecuentemente afrentado, se deje cortejar por ese PRD en presuntas vías de extinción. Iría también de aspirante al título, vamos. Y si a la ecuación le añadimos el factor Miguel Ángel Mancera para la contienda presidencial, entonces tendremos, para sorpresa de los enterradores, a un partido muy bien plantado y muy peleón. Ah…
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