Del orgullo a la esperanza

Del orgullo a la esperanza
Los tiempos actuales son de una mayor exigencia pública. Aunque la modernidad se ha acompañado de problemas que no se pueden soslayar, como son el consumo de drogas y sus efectos colaterales, el deterioro ambiental derivado del crecimiento demográfico y de patrones de consumo irresponsables, y la persistencia de la desigualdad y la pobreza, también es cierto que nuestro tiempo ha visto avances impensables hace medio siglo. Un recuento de éstos en el ámbito de la calidad de vida, economía y civilidad, indica que para la abrumadora mayoría, la situación es considerablemente mejor ahora respecto a la de sus ancestros.

La democracia liberal es hoy día el vehículo dominante para construir gobierno. Ya se sabe de sus imperfecciones y que en circunstancias particulares no necesariamente la expresión mayoritaria corre en paralelo a lo deseable, ya no digamos a las opciones más responsables. Antes y ahora la democracia registra lamentables derrotas por el sentido de las decisiones avaladas por el voto mayoritario; pero son muchas más las victorias. Momentos de crisis y desesperanza sobre el sistema vigente facilitan la oferta del cambio fácil. Es un problema para el modelo democrático por el déficit de ciudadanía y el descrédito de las instituciones representativas.

México pasa por momentos singulares. El consenso prácticamente se ha diluido. No solo el de carácter político, también las instituciones sociales. Las autoridades, prácticamente todas, registran un déficit en su nivel de aprobación o aceptación; los partidos son rechazados por la mayoría y eso indica un voto disperso que plantea problemas inéditos en un sistema de mayoría relativa para elegir autoridades y una modalidad de representación proporcional para la elección de los órganos de representación. También el consenso afecta a las instituciones sociales; la confianza se ha vuelto un valor preciado pero escaso. Hoy objetivamente estamos mejor, pero subjetivamente nos sentimos peor.

En el descontento hay razones objetivas: la corrupción, la violencia, la distancia del gobierno y la política con los problemas concretos de las personas; para muchos una economía que no da respuesta a las aspiraciones y anhelos de esta generación. Pero también el descontento transita por la percepción, y eso tiene que ver con la manera como las personas se informan, comunican e interaccionan. El arribo del mundo digital a la vida cotidiana de las personas crea una subjetividad diferente, lo que se acompaña del deterioro de otros espacios de socialización como son la Iglesia, los medios convencionales, la familia y la escuela.

La exigencia pública es un activo en la medida de que es una fuerza para mejorar. Sin embargo, también puede desvirtuar su potencial transformador en la medida en que el enojo y la frustración tienden a imponerse con su innegable carga irracional. En las circunstancias actuales es fácil el desencanto. Es mucho más difícil el optimismo y la esperanza, el análisis objetivo. La cuestión es cómo mejorar el estado de cosas, cómo transitar a un mejor futuro. Considero que para ello es necesaria una mayor actitud positiva en todos los espacios de la vida, no solo en el político.

Ya se sabe que el enojo y la preocupación ganan cada vez más espacio. Lo que no se advierte es que hay un poderoso sentimiento que es fundamental rescatar, que es el del orgullo. Como personas, integrantes de un grupo o comunidad o mexicanos tenemos orgullo por muchas razones que con frecuencia obviamos. Somos una gran nación, con muchos problemas, es cierto, pero también con enormes y singulares activos y riquezas. No solo nuestra geografía e historia, nuestra cultura y recursos, nuestros logros, también están muchas historias de éxito de muchas personas en sus respectivas circunstancias, a pesar de la adversidad o de la incertidumbre.

La crítica es muy importante para cualquier sociedad. Los problemas y las insuficiencias son la constante y para ello es necesario que la sociedad haga su caso para que las cosas mejoren, pero también para cuidar lo mucho positivo que se tiene y que es preciso preservar y acrecentar. El peligro del descontento exacerbado es que se pierda perspectiva de los activos que tenemos como comunidad y que desestimemos los mejores medios que nos abren la oportunidad de mejorar como son las instituciones democráticas y el ejercicio responsable de las libertades.

Es necesario aprender del pasado. El quiebre de siglo se acompañó de la alternancia en la Presidencia de la República. Fue un paso virtuoso y ejemplar; pero la esperanza arrolladora por el cambio fue sucedida por el desencanto, particularmente por las expectativas desproporcionadas y la incapacidad de todos para darles respuesta.

En el tiempo próximo habrán de darse definiciones importantes en el ámbito de la política. Los partidos se abocarán a la selección de sus candidatos y las negociaciones para lograr coaliciones o alianzas. Las reglas del juego tienen insuficiencias y las autoridades responsables de hacerlas valer no han podido sacudirse del signo de nuestro tiempo, la desconfianza. Pero el balance es favorable y se puede decir que frente a la complejidad que depara la competencia por el poder, las elecciones serán una oportunidad para la renovación civilizada no solo de autoridades, sino de proyectos que puedan dar cauce a la esperanza.

Para ello es menester que el debate y el escrutinio público cobren mayor relieve. Es deseable, mucho más por las circunstancias que vive el país, que las preferencias y el voto tengan como fundamento la deliberación entre contendientes en el marco de una presencia ciudadana activa y demandante hacia partidos y candidatos. Las adhesiones son naturales, pero también que quienes pretenden llegar al poder expresen los términos de su compromiso más allá del simplismo o de las fórmulas mágicas. Hay que señalar qué se rechaza, pero también qué se quiere.

Desde ahora se sabe que son muchos los desafíos y problemas que habrán de enfrentar quienes encabecen el gobierno o los órganos de representación política. Además, es muy probable que la pluralidad se imponga en los Congresos y en la integración de poderes locales, lo que será complejo, pero a la vez, reflejo de la pluralidad nacional. Está en manos nuestras, ciudadanos, autoridades y partidos, hacer de lo que viene una oportunidad y un desenlace para mejorar.

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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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