La “inseguridad” que de veras nos importa

La “inseguridad” que de veras nos importa
¡Qué desperdicio, lo de la “guerra” contra los narcotraficantes! Por mí, que quien quiera se meta dentro todas las sustancias que le quepan en el sistema circulatorio y que inhale a discreción los narcóticos más tóxicos que pueda haber. Desde luego que se trata también de un problema de salud pública —digo, el tratamiento de los adictos tiene un impacto en el erario— pero, miren ustedes, la gente consume drogas ilegales de todas maneras. Y, además, ¿por qué demonios tenemos que hacerle el trabajo sucio a los Estados Unidos, cuyos urbanos y comedidos ciudadanos son los cuartos consumidores de cocaína del mundo entero? ¿No podrían sus autoridades controlar la venta y la distribución en casa, ya que tanto les preocupa, en vez de exigirle a un país vecino que emprenda un combate descomunalmente sangriento y costosísimo?

Esto lo digo porque aquí, en México, nuestros recursos son muy limitados de cara a los enormes problemas que tenemos. ¿No estaría ese dinero mucho mejor gastado en educación, en investigación científica, en cultura y en el desarrollo de las infraestructuras? Hay algo más perentorio, sin embargo: si hablamos de “seguridad” y de la necesidad de combatir a las organizaciones criminales, entonces lo que tendría que atender el Gobierno, en primerísimo lugar, es el aterrador asunto de la delincuencia común, o sea, el tema de esos robos, secuestros, extorsiones, asesinatos de mujeres, asaltos y violaciones que padece a diario una población cada vez más aterrorizada por el salvaje crecimiento de la violencia.

A diario nos enteramos de personas asesinadas y a diario nos avisan, los amigos y conocidos en las redes sociales, de las artimañas que utilizan los canallas para sorprendernos —la última es que te espían cuando acudes a cualquier lugar público y dejas el coche aparcado en una calle vecina, para llegar luego a decirte que el auto bloquea una salida, o lo que sea, haciendo que salgas para arreglar el asunto y, una vez fuera, te secuestran o te obligan, en el mejor de los casos, a que les entregues tus pertenencias— y a diario, también, sabemos de espeluznantes sucesos en los que personas perfectamente inocentes sobrellevan una experiencia que las dejará marcadas de por vida.

¿Ya van arreglar eso o van a seguir persiguiendo a los proveedores de las sustancias que consumen alegremente los neoyorkinos?

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