Las encuestas electorales transitan por una crisis profunda. No es el caso de una deliberada tergiversación o manipulación de los datos; más bien es un problema derivado, sobre todo, de que cambiaron las condiciones de eficacia para que los estudios de intención de voto tengan una precisión estadísticamente aceptable. Es un tema difícil, pero evidente, y elección tras elección, desde 2010, las encuestas han dejado de ser, como fueron en el inicio, un factor que contribuya a la certidumbre y la confianza electorales.
También es un problema global; los casos de errores se acumulan, incluso en países de una extraordinaria y acertada tradición para este tipo de estudios, como sucedió en Gran Bretaña en la elección general pasada. Tampoco fueron satisfactorios los resultados demoscópicos de la última elección española, que daba al PSOE por abajo del agrupamiento Podemos. En México, no se había presentado un fallo tan generalizado en las encuestas, incluyendo las de salida públicas y —por lo que se sabe— de las privadas.
La mayoría de las empresas han emprendido esfuerzos aislados, pero importantes, para mejorar la confiabilidad de los estudios, particularmente con un mayor control del trabajo de recolección de datos. Para tal efecto, algunas han abandonado la subcontratación para mejorar la etapa de entrevista. También se han empleado aplicaciones en dispositivos móviles, para asegurar el cumplimiento de la muestra, evitar fraudes y mejorar supervisión y control. Aun así, los resultados han sido insatisfactorios. El problema es más serio y más grave. Tiene que ver con la pérdida de confianza del encuestado, que hace muy difícil dar validez a la respuesta al reactivo a quién votaría.
La desconfianza tiene un doble origen: la inseguridad pública que provoca la resistencia a participar en la encuesta o para responder ciertos reactivos y, por la otra, la politización de la investigación electoral, que hace del entrevistado un sujeto preocupado por el perjuicio que puede recibir si responde con veracidad, o que el candidato o partido de su interés pueda ser también afectado por el trabajo de investigación en el estudio de intención de voto.
Una forma de tratar de inferir la auténtica posición del encuestado es introduciendo reactivos de humor social o de control, a manera de medir consistencia entre la intención del voto y un perfil particular por las respuestas en los otros reactivos. A pesar de esto, persiste el problema nada desdeñable de que cada vez más se incrementa el número de personas que se resisten a ser encuestadas. En otras palabras, la intención de voto no declarada y la no participación alteran el pronóstico porque no se reparte de manera igual a quienes sí participan de la encuesta y declaran su preferencia. Quienes se resisten, en mayor proporción, son personas insatisfechas con el sistema. Esto explica la frecuencia de errores que en la investigación favorecen la intención de voto por el partido gobernante.
La investigación social relacionada con los estudios de intención de voto debe incursionar hacia nuevos terrenos. El reto es mayúsculo porque hay una experiencia acumulada de considerable calidad y rigor a lo largo del último siglo y particularmente de los últimos 50 años. La tradición cobra fuerza a pesar de la crisis. La cuestión es que la sociedad está cambiando de manera profunda. La ciencia social y sus métodos de investigación deben adaptarse a la nueva circunstancia. Por otra parte, la revolución tecnológica abre la oportunidad de explorar e incursionar en el universo digital. Es un paso muy comprometedor porque mucho de lo aprendido no aplica, por lo que deben construirse nuevas reglas, procedimientos y fórmulas de validación de resultados.
El trabajo a emprender está en ciernes. Lo disruptivo normalmente viene de fuera, esto es, casas de encuestas digitales poco familiarizadas con el rigor metodológico. Para hacer el trabajo con acierto no se requiere de coartadas, será un ejercicio prolongado de intento y error que permita encontrar el mejor método no solo por sus resultados, también por el cuidado en los procedimientos y en las técnicas empleadas.
Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE), para estos efectos, ha resuelto crear y apoyar un proyecto de investigación, de nombre Leviatán, que hace uso de herramientas innovadoras bajo la premisa de un laboratorio social cuyos insumos se derivan del mundo digital. Para ello se ha seleccionado Coahuila con un objetivo muy especial: la medición del clima electoral en el estado, comportamiento en línea, y diferencia entre los canales de comunicación tradicionales y digitales. Como resultado se encontró una alta simpatía de los ciudadanos hacia el candidato independiente (20%), a quien las encuestas convencionales dan un porcentaje de 5 puntos. Sin embargo, llama la atención el demográfico que en nuestra encuesta respalda al candidato independiente: el grupo de personas de 40 a 60 años, lo que además supone una apropiación de una herramienta digital normalmente utilizada por públicos jóvenes. Allí el PRI puede crecer porque una parte importante de su base electoral está en la zona rural sin acceso a internet y es el partido con mayor capacidad de movilización.
El Estado de México también se ha estudiado a través de métodos mixtos con el objetivo de recopilar información más precisa. Por un lado, GCE ha elaborado una encuesta presencial convencional y otra de carácter telefónico. Aunado a lo anterior, Leviatán ha realizado una encuesta digital con el objetivo de investigar los hábitos de participación y consumo digital. Para ello, ha recolectado datos a través de dos distintos métodos. Uno de ellos, a través de una invitación presencial a participar en el estudio, y otro a través de una invitación en línea. En ambos casos hay una contraprestación a quien participa. Por la naturaleza del ejercicio, Leviatán ha decidido aún no presentar resultados ya que se decidió evaluarlo no como una encuesta tradicional sino como un proceso.
El domingo 4 de junio se conocerá quién habrá de gobernar en ambas entidades. Para nosotros, será la oportunidad de validar distintas técnicas de investigación.
http://twitter.com/liebano
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
También es un problema global; los casos de errores se acumulan, incluso en países de una extraordinaria y acertada tradición para este tipo de estudios, como sucedió en Gran Bretaña en la elección general pasada. Tampoco fueron satisfactorios los resultados demoscópicos de la última elección española, que daba al PSOE por abajo del agrupamiento Podemos. En México, no se había presentado un fallo tan generalizado en las encuestas, incluyendo las de salida públicas y —por lo que se sabe— de las privadas.
La mayoría de las empresas han emprendido esfuerzos aislados, pero importantes, para mejorar la confiabilidad de los estudios, particularmente con un mayor control del trabajo de recolección de datos. Para tal efecto, algunas han abandonado la subcontratación para mejorar la etapa de entrevista. También se han empleado aplicaciones en dispositivos móviles, para asegurar el cumplimiento de la muestra, evitar fraudes y mejorar supervisión y control. Aun así, los resultados han sido insatisfactorios. El problema es más serio y más grave. Tiene que ver con la pérdida de confianza del encuestado, que hace muy difícil dar validez a la respuesta al reactivo a quién votaría.
La desconfianza tiene un doble origen: la inseguridad pública que provoca la resistencia a participar en la encuesta o para responder ciertos reactivos y, por la otra, la politización de la investigación electoral, que hace del entrevistado un sujeto preocupado por el perjuicio que puede recibir si responde con veracidad, o que el candidato o partido de su interés pueda ser también afectado por el trabajo de investigación en el estudio de intención de voto.
Una forma de tratar de inferir la auténtica posición del encuestado es introduciendo reactivos de humor social o de control, a manera de medir consistencia entre la intención del voto y un perfil particular por las respuestas en los otros reactivos. A pesar de esto, persiste el problema nada desdeñable de que cada vez más se incrementa el número de personas que se resisten a ser encuestadas. En otras palabras, la intención de voto no declarada y la no participación alteran el pronóstico porque no se reparte de manera igual a quienes sí participan de la encuesta y declaran su preferencia. Quienes se resisten, en mayor proporción, son personas insatisfechas con el sistema. Esto explica la frecuencia de errores que en la investigación favorecen la intención de voto por el partido gobernante.
La investigación social relacionada con los estudios de intención de voto debe incursionar hacia nuevos terrenos. El reto es mayúsculo porque hay una experiencia acumulada de considerable calidad y rigor a lo largo del último siglo y particularmente de los últimos 50 años. La tradición cobra fuerza a pesar de la crisis. La cuestión es que la sociedad está cambiando de manera profunda. La ciencia social y sus métodos de investigación deben adaptarse a la nueva circunstancia. Por otra parte, la revolución tecnológica abre la oportunidad de explorar e incursionar en el universo digital. Es un paso muy comprometedor porque mucho de lo aprendido no aplica, por lo que deben construirse nuevas reglas, procedimientos y fórmulas de validación de resultados.
El trabajo a emprender está en ciernes. Lo disruptivo normalmente viene de fuera, esto es, casas de encuestas digitales poco familiarizadas con el rigor metodológico. Para hacer el trabajo con acierto no se requiere de coartadas, será un ejercicio prolongado de intento y error que permita encontrar el mejor método no solo por sus resultados, también por el cuidado en los procedimientos y en las técnicas empleadas.
Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE), para estos efectos, ha resuelto crear y apoyar un proyecto de investigación, de nombre Leviatán, que hace uso de herramientas innovadoras bajo la premisa de un laboratorio social cuyos insumos se derivan del mundo digital. Para ello se ha seleccionado Coahuila con un objetivo muy especial: la medición del clima electoral en el estado, comportamiento en línea, y diferencia entre los canales de comunicación tradicionales y digitales. Como resultado se encontró una alta simpatía de los ciudadanos hacia el candidato independiente (20%), a quien las encuestas convencionales dan un porcentaje de 5 puntos. Sin embargo, llama la atención el demográfico que en nuestra encuesta respalda al candidato independiente: el grupo de personas de 40 a 60 años, lo que además supone una apropiación de una herramienta digital normalmente utilizada por públicos jóvenes. Allí el PRI puede crecer porque una parte importante de su base electoral está en la zona rural sin acceso a internet y es el partido con mayor capacidad de movilización.
El Estado de México también se ha estudiado a través de métodos mixtos con el objetivo de recopilar información más precisa. Por un lado, GCE ha elaborado una encuesta presencial convencional y otra de carácter telefónico. Aunado a lo anterior, Leviatán ha realizado una encuesta digital con el objetivo de investigar los hábitos de participación y consumo digital. Para ello, ha recolectado datos a través de dos distintos métodos. Uno de ellos, a través de una invitación presencial a participar en el estudio, y otro a través de una invitación en línea. En ambos casos hay una contraprestación a quien participa. Por la naturaleza del ejercicio, Leviatán ha decidido aún no presentar resultados ya que se decidió evaluarlo no como una encuesta tradicional sino como un proceso.
El domingo 4 de junio se conocerá quién habrá de gobernar en ambas entidades. Para nosotros, será la oportunidad de validar distintas técnicas de investigación.
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