La relación bilateral México-EU ha cambiado con Donald Trump en la presidencia. Para el país y los mexicanos el desafío no ha sido menor. Un político populista que hizo de la arenga antimexicana argumento para ganar el voto de la mayoría blanca y de todos aquellos con un sentimiento de agravio por el cambio en curso. Trump pudo conectar como candidato; sin embargo, la situación se ha vuelto mucho más compleja y en varios sentido adversa ya como presidente.
Las reacciones de los mexicanos y de buena parte de la opinión pública ante el embate del político empresario ha sido emocional; no es para menos, lo dicho en campaña para ganar la candidatura y después la presidencia ha sido un insulto. Empero, los gobiernos deben manejarse en otro plano. Escalar la confrontación serviría para complacer al auditorio, pero llevaría al país a una situación de alto riesgo en lo económico y social. La prudencia y la firmeza es la combinación obligada, aunque esto difícilmente pueda ser entendido y comprendido. Finalmente, lo que valen son los resultados y el balance hasta hoy da razón a la manera como el presidente Enrique Peña ha manejado el tema, el más complejo que haya enfrentado presidente alguno.
La fortaleza del país es estructural. Se puede actuar sin complejos con la certeza de si la razón se impone, la redefinición de la relación bilateral no debe afectar a México. El problema está en que hay un escenario incierto y el nuevo presidente no actúa de manera convencional. Las dificultades que enfrenta su presidencia y las repetidas derrotas ante el Congreso pueden provocar una respuesta inesperada que afecte a los intereses de México. Ya al inicio intentó a través de una acción ejecutiva modificar las reglas en materia de migrantes, lo que mereció no solo un rechazo internacional, sino una acción judicial que anuló la decisión presidencial. También el agresivo ataque a Afganistán se enmarca en esta estrategia de recuperar terreno en acciones de impacto mediático y de consenso nacional.
Se cumplen 100 días del inicio de su mandato. Desde el presidente Franklin D. Roosevelt se ha vuelto tradición medir el desempeño presidencial en ese corto periodo. El balance no le es favorable fundamentalmente porque no ha podido lograr lo más relevante de su agenda, y esta circunstancia es la que debe mantener en alerta a México. Su determinación de acabar con el programa de salud de su antecesor fue una severa derrota infligida en el Congreso por su propio partido. Igualmente sucede con su iniciativa fiscal. El muro no prosperó. La sospecha de conflicto de interés de él y los suyos, así como la de influencia ilegal de Rusia en las elecciones ha comprometido la calidad moral del mandatario.
En la adversidad el presidente argumenta que como ninguno de sus antecesores se ha comprometido en la tarea de defender a los trabajadores estadunidenses. Su visión del tema es superficial, arropada en un nacionalismo y un desconocimiento de las razones que mueven al mercado laboral. La presión que ha impuesto a las empresas para que no trasladen producción a México ha sido más aparente que real, además de que obliga a ofrecer incentivos selectivos y en muchos casos insuficientes.
En este contexto es de esperar que el presidente haga del Tlcan el objetivo. El rumor en medios serios sobre una inminente acción ejecutiva para que EU abandonara el acuerdo comercial tenía fundamento. Un cambio radical en la materia, aunque podría dañar severamente a muchas empresas estadunidenses y afectar a los consumidores y trabajadores estadunidenses, sería muy negativo para México. La actitud de alarma del presidente y del canciller fue justificada. La llamada del presidente Peña a su contraparte fue crucial para revertir la decisión. Así lo ha reconocido el presidente estadunidense, a su manera y en sus términos.
Lo logrado no es menor, aunque bien es cierto que el acuerdo comercial pasará a una etapa de negociación. Si la razón impera, su transformación será en beneficio de las tres naciones, como lo ha sido desde su origen. México tiene excelentes negociadores y una experiencia exitosa en este aspecto. El sector laboral y empresarial tienen confianza y ven en la representación mexicana un vehículo eficaz para hacer valer su voz e intereses. Situación que no sucede en EU, donde la diversidad productiva, el pluralismo y el peso del Congreso hace sumamente complejo el proceso de articulación de intereses con los representantes gubernamentales, a grado tal que hasta la fecha no ha habido aprobación del funcionario responsable en materia comercial.
La negociación del Tlcan es un logro de la diplomacia mexicana. Muestra y prueba la capacidad del país y de sus autoridades de incidir positiva y proactivamente en determinaciones críticas de la relación bilateral. El reconocimiento se da a partir de los resultados, justamente lo contario de lo que sucede con el presidente Trump a los 100 días de su mandato. En este sentido ganar tiempo ha resultado un acierto.
Los problemas y las presiones de carácter antisistémico y populista no solo están en EU, también aquí y esto se acentúa por el momento electoral, como sucedió en el país vecino. En el contexto actual la democracia abre la puerta a este tipo de posturas. La sociedad se ha transformado y no ha creado sus autodefensas para evitar o contener la demagogia rupturista. El desgaste del sistema propicia la convicción de que todo está mal y que la solución está en llevar al poder a un proyecto que se aleje de todo lo existente, aunque de por medio esté mucho de lo positivo que existe y que es la base para la vigencia de las libertades y de la democracia.
México y EU someten a prueba su institucionalidad democrática. Una llamada del presidente Peña con su contraparte revela que México sí puede hacer valer la razón y su interés.
http://twitter.com/liebano
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Las reacciones de los mexicanos y de buena parte de la opinión pública ante el embate del político empresario ha sido emocional; no es para menos, lo dicho en campaña para ganar la candidatura y después la presidencia ha sido un insulto. Empero, los gobiernos deben manejarse en otro plano. Escalar la confrontación serviría para complacer al auditorio, pero llevaría al país a una situación de alto riesgo en lo económico y social. La prudencia y la firmeza es la combinación obligada, aunque esto difícilmente pueda ser entendido y comprendido. Finalmente, lo que valen son los resultados y el balance hasta hoy da razón a la manera como el presidente Enrique Peña ha manejado el tema, el más complejo que haya enfrentado presidente alguno.
La fortaleza del país es estructural. Se puede actuar sin complejos con la certeza de si la razón se impone, la redefinición de la relación bilateral no debe afectar a México. El problema está en que hay un escenario incierto y el nuevo presidente no actúa de manera convencional. Las dificultades que enfrenta su presidencia y las repetidas derrotas ante el Congreso pueden provocar una respuesta inesperada que afecte a los intereses de México. Ya al inicio intentó a través de una acción ejecutiva modificar las reglas en materia de migrantes, lo que mereció no solo un rechazo internacional, sino una acción judicial que anuló la decisión presidencial. También el agresivo ataque a Afganistán se enmarca en esta estrategia de recuperar terreno en acciones de impacto mediático y de consenso nacional.
Se cumplen 100 días del inicio de su mandato. Desde el presidente Franklin D. Roosevelt se ha vuelto tradición medir el desempeño presidencial en ese corto periodo. El balance no le es favorable fundamentalmente porque no ha podido lograr lo más relevante de su agenda, y esta circunstancia es la que debe mantener en alerta a México. Su determinación de acabar con el programa de salud de su antecesor fue una severa derrota infligida en el Congreso por su propio partido. Igualmente sucede con su iniciativa fiscal. El muro no prosperó. La sospecha de conflicto de interés de él y los suyos, así como la de influencia ilegal de Rusia en las elecciones ha comprometido la calidad moral del mandatario.
En la adversidad el presidente argumenta que como ninguno de sus antecesores se ha comprometido en la tarea de defender a los trabajadores estadunidenses. Su visión del tema es superficial, arropada en un nacionalismo y un desconocimiento de las razones que mueven al mercado laboral. La presión que ha impuesto a las empresas para que no trasladen producción a México ha sido más aparente que real, además de que obliga a ofrecer incentivos selectivos y en muchos casos insuficientes.
En este contexto es de esperar que el presidente haga del Tlcan el objetivo. El rumor en medios serios sobre una inminente acción ejecutiva para que EU abandonara el acuerdo comercial tenía fundamento. Un cambio radical en la materia, aunque podría dañar severamente a muchas empresas estadunidenses y afectar a los consumidores y trabajadores estadunidenses, sería muy negativo para México. La actitud de alarma del presidente y del canciller fue justificada. La llamada del presidente Peña a su contraparte fue crucial para revertir la decisión. Así lo ha reconocido el presidente estadunidense, a su manera y en sus términos.
Lo logrado no es menor, aunque bien es cierto que el acuerdo comercial pasará a una etapa de negociación. Si la razón impera, su transformación será en beneficio de las tres naciones, como lo ha sido desde su origen. México tiene excelentes negociadores y una experiencia exitosa en este aspecto. El sector laboral y empresarial tienen confianza y ven en la representación mexicana un vehículo eficaz para hacer valer su voz e intereses. Situación que no sucede en EU, donde la diversidad productiva, el pluralismo y el peso del Congreso hace sumamente complejo el proceso de articulación de intereses con los representantes gubernamentales, a grado tal que hasta la fecha no ha habido aprobación del funcionario responsable en materia comercial.
La negociación del Tlcan es un logro de la diplomacia mexicana. Muestra y prueba la capacidad del país y de sus autoridades de incidir positiva y proactivamente en determinaciones críticas de la relación bilateral. El reconocimiento se da a partir de los resultados, justamente lo contario de lo que sucede con el presidente Trump a los 100 días de su mandato. En este sentido ganar tiempo ha resultado un acierto.
Los problemas y las presiones de carácter antisistémico y populista no solo están en EU, también aquí y esto se acentúa por el momento electoral, como sucedió en el país vecino. En el contexto actual la democracia abre la puerta a este tipo de posturas. La sociedad se ha transformado y no ha creado sus autodefensas para evitar o contener la demagogia rupturista. El desgaste del sistema propicia la convicción de que todo está mal y que la solución está en llevar al poder a un proyecto que se aleje de todo lo existente, aunque de por medio esté mucho de lo positivo que existe y que es la base para la vigencia de las libertades y de la democracia.
México y EU someten a prueba su institucionalidad democrática. Una llamada del presidente Peña con su contraparte revela que México sí puede hacer valer la razón y su interés.
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