La rancia retórica de los comunistas fanáticos sigue teniendo cierta vigencia. A estas alturas, hay todavía voces que denuestan al “gran capital”, que denuncian el carácter depredador de la economía de mercado, que pregonan la estatización de todos los medios de producción y que censuran la “explotación del hombre por el hombre”.
A su vez, el traído y llevado populismo, cuando se trasmuta en un sistema de implementación de políticas públicas complacientes e irresponsables, suele llevar un componente de intolerancia absoluta a la crítica: Trump, tan populista como cualquiera de los fantoches que gobiernan Venezuela pero mucho más acotado, en el ejercicio de su poder personal, por el entramado de contrapesos y equilibrios dispuesto por la Constitución de su país, no se priva de acusar a la prensa “liberal” de los Estados Unidos y ha llegado al extremo de expresar que las noticias que no le complacen son “falsas”. Uno lo imagina perfectamente capaz de comenzar a perseguir a los medios pero, afortunadamente, no cuenta con las facultades que el desmantelamiento de la democracia venezolana le ha otorgado a un sujeto como Nicolás Maduro, beneficiario directo de la demolición de los Poderes Legislativo y Judicial en la nación suramericana.
Los votantes estadounidenses se dejaron llevar por la promesa de soluciones fáciles a problemas complejos que formuló The Donald en su campaña electoral. El tipo lanzó ofertas a diestro y siniestro sin detenerse a concretar detalle alguno pero logró así engatusar a millones de ciudadanos que, descontentos con la realidad de que el “sistema” no logra proveer todos los beneficios ni satisfacer globalmente las necesidades del ciudadano de a pie, eligieron la opción personalista —el culto a una figura providencial, endiosada, cuya mera presencia habría de llevar a una transformación radical de las cosas— en vez de contentarse con las reglas de siempre.
Maduro, arrinconado por una comunidad de naciones americanas que le exige algo tan elemental como la celebración de elecciones libres, acusa al “gobierno derechista” de México de tramar una invasión a Venezuela. ¿Habrá manera de que nuestros izquierdosos reconozcan que esa presunta derecha nuestra es mil veces menos maligna y destructiva que la dictadura del “socialismo del siglo XXI” venezolano?
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
A su vez, el traído y llevado populismo, cuando se trasmuta en un sistema de implementación de políticas públicas complacientes e irresponsables, suele llevar un componente de intolerancia absoluta a la crítica: Trump, tan populista como cualquiera de los fantoches que gobiernan Venezuela pero mucho más acotado, en el ejercicio de su poder personal, por el entramado de contrapesos y equilibrios dispuesto por la Constitución de su país, no se priva de acusar a la prensa “liberal” de los Estados Unidos y ha llegado al extremo de expresar que las noticias que no le complacen son “falsas”. Uno lo imagina perfectamente capaz de comenzar a perseguir a los medios pero, afortunadamente, no cuenta con las facultades que el desmantelamiento de la democracia venezolana le ha otorgado a un sujeto como Nicolás Maduro, beneficiario directo de la demolición de los Poderes Legislativo y Judicial en la nación suramericana.
Los votantes estadounidenses se dejaron llevar por la promesa de soluciones fáciles a problemas complejos que formuló The Donald en su campaña electoral. El tipo lanzó ofertas a diestro y siniestro sin detenerse a concretar detalle alguno pero logró así engatusar a millones de ciudadanos que, descontentos con la realidad de que el “sistema” no logra proveer todos los beneficios ni satisfacer globalmente las necesidades del ciudadano de a pie, eligieron la opción personalista —el culto a una figura providencial, endiosada, cuya mera presencia habría de llevar a una transformación radical de las cosas— en vez de contentarse con las reglas de siempre.
Maduro, arrinconado por una comunidad de naciones americanas que le exige algo tan elemental como la celebración de elecciones libres, acusa al “gobierno derechista” de México de tramar una invasión a Venezuela. ¿Habrá manera de que nuestros izquierdosos reconozcan que esa presunta derecha nuestra es mil veces menos maligna y destructiva que la dictadura del “socialismo del siglo XXI” venezolano?
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