Se aprecian y se valoran —en las relaciones diplomáticas— la mesura, el tacto, las buenas maneras, la prudencia y el comedimiento. Pero las cosas han cambiado: hoy, un demagogo provocador y deliberadamente majadero dirige los destinos de un país con el que tenemos una relación importantísima, más allá de la ancestral animadversión que los mexicanos hemos experimentado frente a la gran potencia y más allá, también, del rechazo que tantos estadunidenses exhiben hacia sus vecinos del sur.
O sea, que ha llegado, creo yo, el momento de replantear y redefinir las estrategias para negociar lo que pueda ser negociable y para intentar defender los intereses de nuestra nación: es asunto de desplegar posturas firmes y contundentes, ya que de eso se trata, no de seguir mansamente los tradicionales preceptos de la diplomacia; es cuestión, igualmente, de jugar todas las cartas y de responder con el mismo lenguaje, así de bronco y destemplado como pueda ser.
¿Por qué? Muy sencillo, señoras y señores: al matón del salón de clases no hay manera de amansarlo con arrumacos y contemplaciones. Por el contrario, mientras más apocadas y encogidas advierta a sus víctimas, más feroz habrá de ser el maltratador. Y, de cualquier manera, ¿así queremos que nos perciban allá, del otro lado de la frontera, como unos mexicanitos blandengues a los que se pueda amedrentar alegremente a punta de amenazas, baladronadas y desplantes?
Naturalmente, no estamos hablando de las meras fanfarronadas de un payaso, por más que The Donald no parezca un hombre de Estado, sino de que el tipo tiene la facultad de implementar políticas públicas de nefarias consecuencias para México. Pero, las medidas hostiles y desfavorables ya las ha anunciado: las explicitó desde un primer momento —envueltas en juicios despreciativos y, paradójicamente, en la asombrosa apreciación de que este país le está sacando ventaja a la primera potencia económica del mundo— y, vistas las cosas hasta ahora, no parece muy factible que el hombre vaya a desdecirse. Es más, Steve Bannon, su principalísimo consejero y aparente poder detrás del trono, no solo no ha tratado de atemperar las posturas de su jefe sino que nos avisa de que la belicosidad seguirá siendo el sello distintivo de una Casa Blanca que se propone transformar de pies a cabeza el “orden político” y redefinir radicalmente las relaciones internacionales.
Entonces, ¿esperamos acaso, si somos lo suficientemente amables y comprensivos (lo que, en los hechos, significaría también una obligada renuncia a defender nuestros intereses), que Trump se retracte? ¿Imaginamos, de pronto, que va a desconocer unas promesas de campaña que valida él mismo todos los días alardeando, encima, de que no se ha olvidado de sus electores? ¿Por qué habría de hacerlo?
Responder a la hostilidad con hostilidad parece una estrategia equivocada. Pero, lo repito, no estamos negociando con un líder político tradicional: Trump es una figura absolutamente atípica en el escenario mundial, mucho más cercana a los caudillos populistas latinoamericanos que a cualquier jefe de Estado de una democracia moderna. Y, después de todo, ellos también llevan las de perder, aunque no parezcan estar muy enterados: México no está enteramente desprovisto de capacidad de respuesta, ni mucho menos, a pesar de que la balanza de los platos rotos nos sea fundamentalmente desfavorable.
Algunos escenarios resultan en verdad amenazadores: el simple hecho de que el 54 por cien de la energía eléctrica que se consume en este país se genere a partir de gas importado de Estados Unidos, como lo señalaba Héctor Aguilar Camín en su pasada columna, nos haría temer una auténtica hecatombe económica. Pero, para empezar, ese gas no lo vende directamente la Casa Blanca sino grandes corporaciones. No será cosa sencilla convencerles de que dejen de ganar dinero y cualquier posible interdicción necesitará de complicados procesos legales. Y México, después de todo, es el primer comprador mundial del maíz y trigo que producen nuestros vecinos y la nación a la que se dirigen principalmente las exportaciones de California, Texas, Arizona y Nuevo México. Este país, además, sirve de filtro para contener la inmigración ilegal proveniente de Centroamérica y para detener la amenaza del terrorismo. Seis millones de puestos de trabajo en la Unión Americana dependen del comercio promovido por el Tlcan.
Lo peor puede ocurrir, desde luego. Pero, cuando la rencorosa y trasnochada política de Trump comience a perjudicar a los propios estadunidenses entonces las cosas caerán por su propio peso. Por lo pronto, Enrique Peña debiera aprovechar el regalo que le están ofreciendo en bandeja de plata: con que se ponga más pendenciero con el grandulón de la clase recobrará automáticamente puntos en su mermada popularidad.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
O sea, que ha llegado, creo yo, el momento de replantear y redefinir las estrategias para negociar lo que pueda ser negociable y para intentar defender los intereses de nuestra nación: es asunto de desplegar posturas firmes y contundentes, ya que de eso se trata, no de seguir mansamente los tradicionales preceptos de la diplomacia; es cuestión, igualmente, de jugar todas las cartas y de responder con el mismo lenguaje, así de bronco y destemplado como pueda ser.
¿Por qué? Muy sencillo, señoras y señores: al matón del salón de clases no hay manera de amansarlo con arrumacos y contemplaciones. Por el contrario, mientras más apocadas y encogidas advierta a sus víctimas, más feroz habrá de ser el maltratador. Y, de cualquier manera, ¿así queremos que nos perciban allá, del otro lado de la frontera, como unos mexicanitos blandengues a los que se pueda amedrentar alegremente a punta de amenazas, baladronadas y desplantes?
Naturalmente, no estamos hablando de las meras fanfarronadas de un payaso, por más que The Donald no parezca un hombre de Estado, sino de que el tipo tiene la facultad de implementar políticas públicas de nefarias consecuencias para México. Pero, las medidas hostiles y desfavorables ya las ha anunciado: las explicitó desde un primer momento —envueltas en juicios despreciativos y, paradójicamente, en la asombrosa apreciación de que este país le está sacando ventaja a la primera potencia económica del mundo— y, vistas las cosas hasta ahora, no parece muy factible que el hombre vaya a desdecirse. Es más, Steve Bannon, su principalísimo consejero y aparente poder detrás del trono, no solo no ha tratado de atemperar las posturas de su jefe sino que nos avisa de que la belicosidad seguirá siendo el sello distintivo de una Casa Blanca que se propone transformar de pies a cabeza el “orden político” y redefinir radicalmente las relaciones internacionales.
Entonces, ¿esperamos acaso, si somos lo suficientemente amables y comprensivos (lo que, en los hechos, significaría también una obligada renuncia a defender nuestros intereses), que Trump se retracte? ¿Imaginamos, de pronto, que va a desconocer unas promesas de campaña que valida él mismo todos los días alardeando, encima, de que no se ha olvidado de sus electores? ¿Por qué habría de hacerlo?
Responder a la hostilidad con hostilidad parece una estrategia equivocada. Pero, lo repito, no estamos negociando con un líder político tradicional: Trump es una figura absolutamente atípica en el escenario mundial, mucho más cercana a los caudillos populistas latinoamericanos que a cualquier jefe de Estado de una democracia moderna. Y, después de todo, ellos también llevan las de perder, aunque no parezcan estar muy enterados: México no está enteramente desprovisto de capacidad de respuesta, ni mucho menos, a pesar de que la balanza de los platos rotos nos sea fundamentalmente desfavorable.
Algunos escenarios resultan en verdad amenazadores: el simple hecho de que el 54 por cien de la energía eléctrica que se consume en este país se genere a partir de gas importado de Estados Unidos, como lo señalaba Héctor Aguilar Camín en su pasada columna, nos haría temer una auténtica hecatombe económica. Pero, para empezar, ese gas no lo vende directamente la Casa Blanca sino grandes corporaciones. No será cosa sencilla convencerles de que dejen de ganar dinero y cualquier posible interdicción necesitará de complicados procesos legales. Y México, después de todo, es el primer comprador mundial del maíz y trigo que producen nuestros vecinos y la nación a la que se dirigen principalmente las exportaciones de California, Texas, Arizona y Nuevo México. Este país, además, sirve de filtro para contener la inmigración ilegal proveniente de Centroamérica y para detener la amenaza del terrorismo. Seis millones de puestos de trabajo en la Unión Americana dependen del comercio promovido por el Tlcan.
Lo peor puede ocurrir, desde luego. Pero, cuando la rencorosa y trasnochada política de Trump comience a perjudicar a los propios estadunidenses entonces las cosas caerán por su propio peso. Por lo pronto, Enrique Peña debiera aprovechar el regalo que le están ofreciendo en bandeja de plata: con que se ponga más pendenciero con el grandulón de la clase recobrará automáticamente puntos en su mermada popularidad.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Comentarios
Publicar un comentario
Hacer un Comentario