Ahora sí, a organizarse

Ahora sí, a organizarse
Para María Fernanda.

El resultado de la visita de los funcionarios norteamericanos a nuestro país, la semana pasada, da un respiro no sólo a la administración actual sino a una ciudadanía que —tras años de sobresaltos continuos— no supo reaccionar de manera efectiva ante una amenaza real y clara proveniente del exterior. Es momento de aprender lecciones.

Y no tenemos mucho tiempo. La veleidosidad de quien ocupa la Casa Blanca no permite confiar en los compromisos adquiridos por quienes le representan. México es un tema rentable para quien hizo del golpeteo constante en contra de nuestro país uno de los pilares de su campaña: los whitetrash que conforman el núcleo de sus seguidores le aplaudirán, como lo hacen actualmente, cualquier medida en contra de México o de las comunidades de mexicanos en Estados Unidos. El Presidente de la nación más poderosa del mundo es un hombre sin palabra de honor, y lo que hemos visto hasta el momento no son sino las escaramuzas previas a uno o varios ataques de mayor contundencia, y que podrían cimbrar unas instituciones que —de por sí— han sido sometidas a una tensión excesiva que se refleja en un ambiente de crispación generalizada, que por desgracia no ha permitido unificar esfuerzos.

Unificar esfuerzos para salvar a la patria: de ese tamaño es el riesgo. México no está preparado, como ninguna nación lo estaría, para hacer frente a lo que representa la amenaza de las políticas que pretenden ser implementadas tanto en materia migratoria como comercial y de seguridad. Las deportaciones masivas podrían convertirse en una tragedia humanitaria, las negociaciones comerciales llegar a términos inaceptables, las exigencias para asegurar las fronteras podrían tornarse intrusivas. Las fake news podrían ser enfocadas para desestabilizar y causar efectos demoledores en la política nacional, y sería ingenuo pensar que quien ha tratado —con éxito— de influir en procesos electorales en países europeos no lo intente en su vecino del sur: bastará con seguir a quien enarbole los principios ultraconservadores —y el discurso de refundación— de los lobbys que llevaron a Trump al poder.

México es un país vulnerable, no sólo por la diferencia abismal entre los recursos, economías y fuerzas armadas de los dos países. México es un país vulnerable porque la división entre la población —y la miopía de sus líderes— no permite entender que el apoyo al Presidente de la República, en tiempos de crisis, no es una legitimación de sus errores anteriores sino un acto de responsabilidad hacia el futuro. Que el origen empresarial de un líder social no es una razón suficiente para descalificar sus propuestas, o que las protestas de López Obrador o los tuits de Vicente Fox tienen una repercusión real que debería ser encausada de manera correcta, para servir a los intereses nacionales. Hoy, más allá de las agendas personales, la preocupación compartida es, y debe ser, la relativa a la viabilidad de la nación.

Es necesario reorganizarnos, tras la primera embestida. Está comprobado que nuestra respuesta no funcionó de la manera correcta: en el momento nacional más complicado de los últimos tiempos los esfuerzos desarticulados tanto del gobierno como de la iniciativa privada y los líderes políticos, más que prepararnos contra el enemigo, sólo sirvieron para enfrentarnos entre nosotros: tal parece que hay lecciones que tardan más de 170 años en aprenderse.

Es momento de planear lo que sigue. Hay actores comprometidos, intereses convergentes, objetivos comunes. No es preciso esperar a que el gobierno despierte para después seguirlo, sino al contrario: el gobierno es, forzosamente, quien tendrá que despertar y seguir a una sociedad organizada.

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