El proceso funciona de la siguiente manera: se colocan pequeñas muestras entre dos diamantes -que por sí solos no son suficientemente duros para contender con una presión extrema- y se intentan aunar. En este proceso sube la presión en la sustancia añadida (gracias a la altísima dureza de los diamantes) y se baja la temperatura hasta rondar los 200-270 grados centígrados bajo cero. Para hacer que el hidrógeno se haga metálico se ha necesitado una presión mayor que la del centro de la Tierra y casi 5 millones de veces superior a la que ejerce la atmósfera en el ser humano. En definitiva: resolvieron que entre los 465 y 495 GigaPascales se encuentra la presión adecuada para esta gran transformación.
La muestra resultante se hizo reflexiva, una característica clave en los metales. Lo cierto es que la cantidad de hidrógeno metálico creada hasta ahora es muy pequeña, apenas representa la sección transversal de un cabello humano, pero están convencidos que, con el tiempo, lograrán otras formas de impulsar su producción.
Este hito científico de conversión del hidrógeno al metal (y probablemente sea capaz de conducir la electricidad y el calor) supondría una revolución dentro del mundo de la tecnología. Creo que aún no somos capaces de imaginarnos las repercusiones que, por ejemplo, podría tener este descubrimiento en el campo aeroespacial y en otras muchas áreas de la ciencia si consiguen que al reducir la presión el material sea estable.
El estudio ha sido publicado en la revista Science.
Vía: Muy Intereante.
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