En las actuales circunstancias, la incertidumbre es la principal amenaza de nuestras sociedades. Lo inesperado o desconocido puede volverse miedo y éste, parálisis. Por eso es importante procesar correctamente los variados elementos que conducen a lo incierto, para tener respuestas apropiadas que nos alejen de lo indeseable y de lo adverso y nos conduzcan a la oportunidad. Son muchos los elementos que nos trasladan a la falta de certeza que hace anidar las reacciones más humanas frente a lo que vemos como un peligro. El propio proceso de cambio de la sociedad actual lo implica. Somos testigos de una revolución tecnológica que impacta nuestra vida cotidiana. Lo disruptivo es lo que domina estos tiempos y se hace presente en la economía, en la política y en la comunicación.
El problema de un cambio, como el que se está generando ante nuestros ojos, vertiginoso y arrollador, es que puede echar por tierra mucho de lo bueno y positivo que hemos construido. Hay valores que deben prevalecer. También la innovación plantea retos y problemas que deben encararse, como es la afectación de las libertades y el derecho a la privacidad. La tecnología no es neutral, depende mucho del uso que se le dé y de quién la controle, las personas no pueden ser reducidas a un algoritmo, tampoco la reflexión y el diálogo a 140 caracteres. El reto es de adaptación, no de desplazamiento.
Otro de los factores de riesgo en nuestro tiempo es que lo disruptivo se encadena; no necesariamente de manera virtuosa. La globalización en sus expresiones financieras, comerciales y migratorias ha generado sus anticuerpos y resistencias. En las naciones más avanzadas, los que se sienten perdedores del proceso recurren al nacionalismo conservador y empoderan a expresiones políticas intolerantes, demagógicas y xenófobas. La cuestión es que es imposible dar marcha atrás al proceso de transformación. Intentar hacerlo desde una posición de fuerza o poder, además de ilusorio, tiene consecuencias muy negativas para la coexistencia e incluso para la paz. No es exageración. Eso no es incertidumbre y sí debe ser materia de preocupación.
Para mitigar la incertidumbre hay que desarticular la demagogia electoral que viene del país vecino, común en los demócratas y republicanos. Mucho de lo que se ofreció al electorado no puede ejecutarse tal cual fue expresado. Se puede hacer un muro, pero no impedir el tráfico —legal y no legal— de personas, mercancías y dineros. Tampoco se pueden regresar millones de indocumentados, porque la economía estadunidense los necesita ya que son factor para la propia competitividad de aquel país. Gravar importaciones no solo es dar vuelta atrás, significa afectar a los consumidores y castigar a las propias empresas estadunidenses que en su propósito de sobrevivir en un mundo global y competido se instalaron en México. Tampoco se pueden gravar remesas sin alterar los principios básicos del mercado. Algunos estados ya lo hacen y es lo propio si a cambio se ofrece educación, servicios, seguridad y salud, no el muro que ofertó Trump.
Las dificultades y riesgos mayores están en casa. Hay un deterioro en muchos de los ámbitos de la vida pública, no solo de la política. No es nada más un problema de confianza y credibilidad, esto es, de percepción; tiene que ver con lo que directa o indirectamente viven, disfrutan y padecen las personas y las familias. La inseguridad persiste como problema y no habrá solución hasta que no se entienda que ésta se construye desde la base, fortaleciendo a los municipios y a los Estados. El retroceso que ahora se presenta, en parte se explica por la restricción financiera y por la mala aplicación de los recursos de las autoridades locales y municipales. El problema es serio porque en no pocos casos el sistema de seguridad pública no solo no funciona, sino que está sometido, por intimidación o venalidad, al crimen organizado. Disponer de fuerzas federales es un expediente inevitable, pero es temporal y sirve para la emergencia, no para la solución de fondo.
La esperanza se construye, no es resultado fortuito. El Congreso debe atender, de una vez por todas, la edificación de un nuevo modelo policial. De poco servirá si no se prevén los cuantiosos recursos que se demandan y los instrumentos para su adecuada aplicación. Como todo cambio institucional, llevará tiempo, pero es urgente iniciar camino bajo premisas diferentes a las existentes desde que se le declaró la guerra al crimen organizado.
La economía es la base del bienestar para las personas y las familias. Las reformas estructurales aportaron bases indispensables para mejorar el desempeño económico del país. Se debe persistir en su implementación, pero también hacer ajustes y correcciones donde se requiera. México tiene muchas condiciones para ser un país próspero: recursos naturales, ubicación geográfica, robusto mercado interno, fuerza laboral joven y capaz. Se requiere ahora de un gobierno funcional, eficaz y, especialmente, que combata la impunidad y que en su actuar, no solo en su predicar, sirva de ejemplo.
En la necesidad de abrir paso a la esperanza, la reforma del gobierno es la tarea más al alcance y la más trascendente. Lo primero que se requiere es que haya conciencia del problema y que esto no se asuma como la interesada crítica al gobernante, sino como una exigencia para mejorar lo que es un bien público. Como tal, es necesario recuperar ese sentido de servicio público de la política, entender la necesidad de un piso básico de responsabilidad en la que la ética y la eficacia van de la mano para que el ciudadano se reconozca en las acciones de las autoridades por atender éstas al interés general o al bien común.
La política es lo que es: el espacio para la disputa por el poder. Las reglas de la democracia le da civilidad, pero es insuficiente, también se requiere sentido de los límites y una idea de propósito por parte de los actores. El poder como objetivo, como fin en sí mismo y no como medio, envilece no solo el éxito alcanzado, sino lo mejor de lo que puede ofrecer la política a la sociedad.
La Navidad es tiempo propicio para la reflexión y para abrir lugar a los mejores anhelos y sentimientos personales y colectivos. En ésta, como siempre, hago votos por la felicidad de todos los que, en su generosidad, se toman el tiempo para leer estos paralajes sabatinos.
http://twitter.com/liebano
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
El problema de un cambio, como el que se está generando ante nuestros ojos, vertiginoso y arrollador, es que puede echar por tierra mucho de lo bueno y positivo que hemos construido. Hay valores que deben prevalecer. También la innovación plantea retos y problemas que deben encararse, como es la afectación de las libertades y el derecho a la privacidad. La tecnología no es neutral, depende mucho del uso que se le dé y de quién la controle, las personas no pueden ser reducidas a un algoritmo, tampoco la reflexión y el diálogo a 140 caracteres. El reto es de adaptación, no de desplazamiento.
Otro de los factores de riesgo en nuestro tiempo es que lo disruptivo se encadena; no necesariamente de manera virtuosa. La globalización en sus expresiones financieras, comerciales y migratorias ha generado sus anticuerpos y resistencias. En las naciones más avanzadas, los que se sienten perdedores del proceso recurren al nacionalismo conservador y empoderan a expresiones políticas intolerantes, demagógicas y xenófobas. La cuestión es que es imposible dar marcha atrás al proceso de transformación. Intentar hacerlo desde una posición de fuerza o poder, además de ilusorio, tiene consecuencias muy negativas para la coexistencia e incluso para la paz. No es exageración. Eso no es incertidumbre y sí debe ser materia de preocupación.
Para mitigar la incertidumbre hay que desarticular la demagogia electoral que viene del país vecino, común en los demócratas y republicanos. Mucho de lo que se ofreció al electorado no puede ejecutarse tal cual fue expresado. Se puede hacer un muro, pero no impedir el tráfico —legal y no legal— de personas, mercancías y dineros. Tampoco se pueden regresar millones de indocumentados, porque la economía estadunidense los necesita ya que son factor para la propia competitividad de aquel país. Gravar importaciones no solo es dar vuelta atrás, significa afectar a los consumidores y castigar a las propias empresas estadunidenses que en su propósito de sobrevivir en un mundo global y competido se instalaron en México. Tampoco se pueden gravar remesas sin alterar los principios básicos del mercado. Algunos estados ya lo hacen y es lo propio si a cambio se ofrece educación, servicios, seguridad y salud, no el muro que ofertó Trump.
Las dificultades y riesgos mayores están en casa. Hay un deterioro en muchos de los ámbitos de la vida pública, no solo de la política. No es nada más un problema de confianza y credibilidad, esto es, de percepción; tiene que ver con lo que directa o indirectamente viven, disfrutan y padecen las personas y las familias. La inseguridad persiste como problema y no habrá solución hasta que no se entienda que ésta se construye desde la base, fortaleciendo a los municipios y a los Estados. El retroceso que ahora se presenta, en parte se explica por la restricción financiera y por la mala aplicación de los recursos de las autoridades locales y municipales. El problema es serio porque en no pocos casos el sistema de seguridad pública no solo no funciona, sino que está sometido, por intimidación o venalidad, al crimen organizado. Disponer de fuerzas federales es un expediente inevitable, pero es temporal y sirve para la emergencia, no para la solución de fondo.
La esperanza se construye, no es resultado fortuito. El Congreso debe atender, de una vez por todas, la edificación de un nuevo modelo policial. De poco servirá si no se prevén los cuantiosos recursos que se demandan y los instrumentos para su adecuada aplicación. Como todo cambio institucional, llevará tiempo, pero es urgente iniciar camino bajo premisas diferentes a las existentes desde que se le declaró la guerra al crimen organizado.
La economía es la base del bienestar para las personas y las familias. Las reformas estructurales aportaron bases indispensables para mejorar el desempeño económico del país. Se debe persistir en su implementación, pero también hacer ajustes y correcciones donde se requiera. México tiene muchas condiciones para ser un país próspero: recursos naturales, ubicación geográfica, robusto mercado interno, fuerza laboral joven y capaz. Se requiere ahora de un gobierno funcional, eficaz y, especialmente, que combata la impunidad y que en su actuar, no solo en su predicar, sirva de ejemplo.
En la necesidad de abrir paso a la esperanza, la reforma del gobierno es la tarea más al alcance y la más trascendente. Lo primero que se requiere es que haya conciencia del problema y que esto no se asuma como la interesada crítica al gobernante, sino como una exigencia para mejorar lo que es un bien público. Como tal, es necesario recuperar ese sentido de servicio público de la política, entender la necesidad de un piso básico de responsabilidad en la que la ética y la eficacia van de la mano para que el ciudadano se reconozca en las acciones de las autoridades por atender éstas al interés general o al bien común.
La política es lo que es: el espacio para la disputa por el poder. Las reglas de la democracia le da civilidad, pero es insuficiente, también se requiere sentido de los límites y una idea de propósito por parte de los actores. El poder como objetivo, como fin en sí mismo y no como medio, envilece no solo el éxito alcanzado, sino lo mejor de lo que puede ofrecer la política a la sociedad.
La Navidad es tiempo propicio para la reflexión y para abrir lugar a los mejores anhelos y sentimientos personales y colectivos. En ésta, como siempre, hago votos por la felicidad de todos los que, en su generosidad, se toman el tiempo para leer estos paralajes sabatinos.
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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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