Incontables comentaristas, estudiosos y conocedores repiten incansablemente que la "guerra" de Calderón ha sido un estrepitoso fracaso.
Pongamos que así es, para no ir contra la corriente y no aparecer tampoco como alguien totalmente desinformado. Pero, acordado este punto, me vienen varias preguntas a la mente: ¿Cuáles eran las otras alternativas? ¿Pactar con las organizaciones criminales? ¿Desconocer las exigencias de los Estados Unidos y negarnos a combatir el narcotráfico? ¿Legalizar por nuestra cuenta la mariguana, para empezar, y luego consentir igualmente la abierta comercialización de la heroína, el crack, la cocaína y todas las drogas de diseño? ¿Desentenderse del tema y dejar que los cárteles operaran a sus anchas? ¿Renunciar a la rectoría del Estado y permitir que ciertas organizaciones controlaran regiones enteras del territorio nacional y se ocuparan, como ya ha ocurrido, de garantizar la seguridad pública o cobrar impuestos? ¿Comenzar por la creación de fuerzas policiacas muy numerosas, aparte de profesionalizadas y competentes, para que a corto plazo —digamos, hacia finales de su sexenio— pudieran no sólo enfrentarse a los feroces sicarios del crimen organizado sino combatir eficazmente a los delincuentes comunes, a los rateros, secuestradores, extorsionadores y asesinos de todo pelaje (que son, por cierto, los que más padece la población)? ¿Emprender una auténtica reforma del sistema de impartición de justicia de la nación para que, a mediano plazo —digamos, en 2025 o 2030—, los mexicanos podamos por fin contar con certezas jurídicas, para que la impunidad —la madre de todos los males— se termine, para que los jueces no se corrompan, para que los agentes del Ministerio Público atiendan cabalmente a las víctimas del delito, para que exista una verdadera policía científica, para que las sentencias resulten de investigaciones escrupulosamente realizadas en lugar de que se deriven de dudosas confesiones y para que, luego de que todo esto estuviere asegurado, algún sucesor suyo (de Calderón), excepcionalmente dispuesto a retomar el testigo y llevar a cabo la encomienda, tomara la decisión, ahora sí, de acabar con los cárteles y las bandas? Contesten ustedes cada pregunta, amables lectores...
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Pongamos que así es, para no ir contra la corriente y no aparecer tampoco como alguien totalmente desinformado. Pero, acordado este punto, me vienen varias preguntas a la mente: ¿Cuáles eran las otras alternativas? ¿Pactar con las organizaciones criminales? ¿Desconocer las exigencias de los Estados Unidos y negarnos a combatir el narcotráfico? ¿Legalizar por nuestra cuenta la mariguana, para empezar, y luego consentir igualmente la abierta comercialización de la heroína, el crack, la cocaína y todas las drogas de diseño? ¿Desentenderse del tema y dejar que los cárteles operaran a sus anchas? ¿Renunciar a la rectoría del Estado y permitir que ciertas organizaciones controlaran regiones enteras del territorio nacional y se ocuparan, como ya ha ocurrido, de garantizar la seguridad pública o cobrar impuestos? ¿Comenzar por la creación de fuerzas policiacas muy numerosas, aparte de profesionalizadas y competentes, para que a corto plazo —digamos, hacia finales de su sexenio— pudieran no sólo enfrentarse a los feroces sicarios del crimen organizado sino combatir eficazmente a los delincuentes comunes, a los rateros, secuestradores, extorsionadores y asesinos de todo pelaje (que son, por cierto, los que más padece la población)? ¿Emprender una auténtica reforma del sistema de impartición de justicia de la nación para que, a mediano plazo —digamos, en 2025 o 2030—, los mexicanos podamos por fin contar con certezas jurídicas, para que la impunidad —la madre de todos los males— se termine, para que los jueces no se corrompan, para que los agentes del Ministerio Público atiendan cabalmente a las víctimas del delito, para que exista una verdadera policía científica, para que las sentencias resulten de investigaciones escrupulosamente realizadas en lugar de que se deriven de dudosas confesiones y para que, luego de que todo esto estuviere asegurado, algún sucesor suyo (de Calderón), excepcionalmente dispuesto a retomar el testigo y llevar a cabo la encomienda, tomara la decisión, ahora sí, de acabar con los cárteles y las bandas? Contesten ustedes cada pregunta, amables lectores...
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