“¡Te vas a morir, ¿dónde está el dinero?!”

“¡Te vas a morir, ¿dónde está el dinero?!”
Eran casi las siete de la noche del pasado 11 de septiembre, mi amigo Armando estaba estacionando su automóvil en su casa ubicada en la calle de Fuente de Verona, en la colonia Lomas de Tecamachalco, Estado de México. Casi se cerraban las puertas eléctricas cuando su hija de 17 años le gritó “¡Papá, se metieron!”. Cuatro individuos lograron colarse al garaje de su casa, y el líder pronto le puso una pistola en su cabeza diciéndole: “¡Te vas a morir, hijo de tu p… madre!, ¿Dónde está el dinero?, Coopera o te mato!”. Otro de los asaltantes se dirigió hacia su hija, bajándola del coche, le quitó su reloj, al igual que a su padre. Ambos preguntaban que quiénes estaban en el domicilio, a lo que mi amigo respondía que no sabía, lo que le valió un cachazo en la cabeza.







“Todo bien”, decía el líder por un radio a otra persona que los esperaba afuera. Era la conductora de una camioneta Mazada color azul, último modelo, quien vigilaba afuera que todo estuviera en orden. De pronto entraron otros dos delincuentes, cerraron la puerta del garaje. Los cuatro ladrones tomaron de rehenes a Armando y su hija para entrar en la casa. Cuando accedieron a la cocina, el hermano de mi amigo se encontraba ahí. Los delincuentes lo encañonaron de inmediato, preguntándole que quién estaba en la casa. Estaban sus hijos y su madre en el cuarto de televisión.

A Armando, su hermano, su madre, y su hija los metieron en un cuarto, y los hicieron acostarse en el suelo y les colocaron una sábana encima. Recientemente, mi amigo había sufrido una cirugía de columna, por lo que se puso sobre sus codos y rodillas. Los asaltantes seguían insultándolos, preguntándoles por las cosas de valor, por el dinero, las joyas, mientras abrían cajones y esculcaban los rincones. El líder del grupo, volvió a colocar la pistola en la cabeza de Armando, mientras insistía en saber dónde estaban las pertenencias de valor, a lo que mi amigo le contestó que no habían. Ello le valió de nueva cuenta otro golpe en la cabeza, mientras le colocaba la pistola sobre la pierna y le decía: “No estoy jugando”, y mi amigo le contestaba: “Yo tampoco”. El asaltante le propinó una patada en la espalda hasta doblarlo contra el piso. Apuntó la pistola hacia la hija de éste, y tomó de la mano a su madre, llevándola hacia otra habitación, donde se encontraban sus sobrinos acostados boca abajo en el suelo, con una sábana encima.

Los otros tres ladrones metían lo que encontraban en fundas de almohadas, mochilas, mientras el líder amarraba de pies y manos a toda la familia. En un acto de nervios y de coraje, Armando comenzó a reclamarle a uno de los ladrones lo que estaban haciendo. “Es mi trabajo” contestó el ratero. Todo el tiempo se comunicaban con la mujer que los esperaba afuera en la camioneta, quien repetía que todo estaba bien y en calma, que siguieran.

Lo que los ladrones no notaron es que a la hora de perpetrar el asalto, un familiar logró escapar y pedir ayuda. Esta persona pidió ayuda a automovilistas que pasaban, y a los vecinos. A tan solo una cuadra se ubica un módulo de policía, pasando el puente de Monte Líbano, ubicado en una glorieta. De pronto, por el radio de uno de los ladrones se escuchó: “Ahí viene la tira y también traen la camioneta”. De reojo, Armando pudo ver que se acercaba un policía, atrás de un ladrón que los vigilaba. El policía le gritó: “Policía, tírate al suelo”, el ladrón de inmediato reaccionó cerrando la puerta de la habitación, golpeando la chapa para que no pudieran abrirla. Corrió hacia la puerta que daba al jardín y hacia la salida. Mi amigo les gritó a los policías: “Van hacia la puerta principal”, levantando a su hija y resguardándola en un baño. El policía y Armando forcejeaban la puerta para que el primero pudiera entrar. 





De pronto, se escucharon disparos. Armando sintió algo en su pierna, era la madera de la puerta donde estaba que había recibido un disparo. Comenzó una balacera dentro y afuera de la casa. Los siete u ocho policías que se encontraban dentro de la casa, se toparon con los ladrones en el pasillo. Tres de los cuatro ladrones lograron salir corriendo donde los esperaba la camioneta Mazda. Un ladrón permaneció en la casa y fue detenido. Otros dos lograron huir junto con la mujer que era su cómplice. Un cuarto asaltante corrió hacia la esquina, no logró escapar. Intercambiaba balazos con un policía que se resguardaba en la patrulla. En los videos se aprecia que cayó muerto.





Tanto el detenido, de nombre Carlos García Ángel, como el muerto que le decían “chava”, tenían antecedentes penales por robo a casas habitación, y salieron libres a delinquir otra vez. En los videos se alcanza a ver cómo en las propias narices de los policías, los delincuentes escapan. Se aprecia también la falta de capacitación y profesionalismo de los mismos. La falta de protocolos en el manejo de situaciones así, y el establecimiento de un perímetro de seguridad cercado, como lo hacen en los Estados Unidos.

A principios de septiembre, el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila, presentó una nueva estrategia para combatir la inseguridad en ocho municipios: Chimalhuacán, Ecatepec, Naucalpan, Nezahualcóyotl, Tecámac, Tlalnepantla, Tultitlán y Valle de Chalco, considerados por el Consejo Nacional de Seguridad, entre los 50 con mayores índices delictivos en el país. Entre las acciones anunciadas señalan que se generarán diagnósticos y estudios de inteligencia, además de la creación de Grupos Tácticos Operativos que diseñarán y ejecutarán operaciones de acuerdo a las necesidades de cada municipio (sic).

El caso de Armando ocurrió en el Municipio de Naucalpan, considerado como uno de los más peligrosos de este país. Alrededor de su propiedad, decenas de vecinos, entre periodistas, empresarios, deportistas, incluso políticos, y hasta el propio Señor de los Cielos, han sufrido robos en sus casas. No se necesita mucha capacitación para saber que la mayoría de los delincuentes que salen de la cárcel, vuelven a cometer los mismos ilícitos, o incluso peores. “Es mi trabajo” fue la respuesta de uno de ellos. Entonces, ¿Por qué la autoridad los deja salir de prisión?, ¿Por qué no lleva un mejor control de la gente que abandona la cárcel?, ¿Por qué no investigan mejor?, ¿Por qué los dejan escapar?.

Ante esta última pregunta, un amigo que también fue víctima de robo en su casa por la misma zona, me contó que el Ministerial de robo a casas habitación de todo el Estado de México, le contó que han incautado hasta ranchos a los ladrones, y que cada quien se especializa en algo, en robo con violencia y sin violencia. Que en 15 años ha visto de todo, y que los delincuentes muchas veces pagan 50 mil pesos a los policías para que los dejen escapar. A final de cuentas, un acto heroico de atrapar a delincuentes, en el cuerpo policial, sólo alcanza un reconocimiento de alrededor de mil 400 pesos. De ahí que los policías no tengan incentivos para poner en riesgo su vida y atrapar a los ladrones. Son caso excepcionales. Qué pena. 

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