Obrador actúa un nuevo personaje

Obrador actúa un nuevo personaje
Obrador se encerró en su recámara, a pensar, hace un par de semanas, y las cuentas no le salieron. ¿Resultado? Tomó plena conciencia, porque es un hombre muy listo y con un olfato político bastante desarrollado, de que su partido, Morena, no le basta para llevarlo a la Presidencia de la República. Esta percepción de sus propias limitaciones ya la tienen otros hombres públicos que, con un espíritu práctico que apenas logran disfrazar aunque pretendan no necesitar de ningún tercero, comienzan a explorar el terreno en busca de los socios, los copartícipes y los cómplices que los ayudarán a consumar sus desaforadas ambiciones. Pero nuestro opositor de guardia no se regía por los protocolos de los demás sino que iba por libre, y así, hasta hace muy poco tiempo, exhibía los arrogantes modos y las formas insolentes de quien se siente ya investido de una misión superior. ¿El PRD, compañero de ruta? Vamos, ni pensarlo: Obrador ya se había agenciado un partido a modo y no requería asistencia alguna de los asoleados aztecas. Tal vez el PT —que, como cacarean sus patronos, es un "partido de izquierda"— podría servir de oportuno comparsa. Y, poco más.

Sin embargo, señoras y señores, el hecho incontestable en nuestra realidad política es que nadie, pero nadie, puede ya ganar solo la carrera hacia la silla máxima. Por eso mismo, por lo exigua que ha resultado la victoria de los competidores en relación a la representación popular, es que algunos expertos proponen la celebración de una segunda vuelta en las elecciones presidenciales: un candidato bendecido por el apoyo masivo de los votantes en una carrera parejera tendría, presuntamente, más legitimidad que el que hubiera obtenido el triunfo, digamos, por una diferencia de 15 mil votos (no me queda muy claro a mí cuál sería la fuerza real del ganador de esta mentada segunda vuelta sin la correspondiente tajada de poder en el Parlamento pero, en fin).

O sea, que el mandamás de Morena, según parece, hubiera aprendido que, para ganar... hay que ceder. Por eso mismo, porque se le aparece ahora el espantajo de la derrota, es que al hombre lo vemos —de pronto— conciliador, apaciguado y moderado. Pues, no le creamos nada. Por favor...

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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor. 
 

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