Las circunstancias son complejas, entre maestros azuzados de forma innecesaria, linchamientos a las afueras de la Ciudad de México, un estado de Chiapas que parece al borde de la conflagración y las elecciones el próximo fin de semana. Sin embargo, en este momento, una de las prioridades del gobierno federal debería ser el rescate, en buenas condiciones y lo antes posible, del futbolista privado de la libertad en Tamaulipas.
Es urgente, puesto que la resolución del caso tendrá consecuencias distintas de acuerdo con el momento en el que suceda, pero cualquiera de ellas de suma gravedad y en diferente escala. Así, el desenlace de la situación —sea fatal o no— tiene diferentes repercusiones si se da a unos días, la víspera o después de la elección: la votación podría dar un vuelco en contra de cualquiera a quien se le atribuyera la responsabilidad de un delito en contra del deportista.
A nivel internacional, las consecuencias podrían ir mucho más allá del indudable descalabro que sufrirá la marca-país con una historia que lo mismo se recoge en los pasquines deportivos —ávidos de escándalo— que en la prensa más seria y con gran preocupación. Y es que no es preciso hurgar demasiado para darse cuenta de que los hechos relativos a la desaparición del deportista no difieren, en mucho, a los de cualquiera de las otras 27 mil desapariciones reconocidas, hasta el momento, por el Estado mexicano. Historias de encapuchados, armas largas, y una persona que parece esfumarse ante la falta de capacidad —o de voluntad— de las autoridades. Historias que hablan del dolor de las familias, del estupor de los amigos, del miedo de los allegados. Historias que algunas veces terminan bien —y otras no tanto— gracias más a circunstancias fortuitas que a la eficiencia de quienes se supone procuran justicia. Historias que tienen al Estado mexicano bajo la mira de las principales organizaciones de defensa de los derechos humanos en el mundo.
Alan Pulido es un desaparecido más de los 27 mil que parece que hemos decidido olvidar, y a los que presta una historia y un rostro reconocible a nivel internacional. Un joven con sueños, con ambición y con carácter, que se pierde a mitad de la noche sin mayor explicación, como cualquiera de los otros desaparecidos: los afanes de sus familiares son los mismos de quienes han tenido que pasar de la preocupación a la angustia, del miedo al coraje, de la aceptación a la exigencia de justicia por parte de unas autoridades que carecen de la capacidad —o de la voluntad— para cumplir con sus funciones. Los mismos afanes de quienes hoy, desesperados, deambulan entre fosas comunes a la espera de la confirmación de una noticia terrible que, sin embargo, les dará la paz que necesitan.
México está en la mira, y el tema de las desapariciones forzadas cobra relevancia en tanto las familias de las víctimas comienzan a organizarse en una causa en contra de una “violación particularmente odiosa de los derechos humanos”, según la ONU, misma que considera en la Declaración sobre la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas que éstas se producen cuando “se arreste, detenga o traslade contra su voluntad a las personas, o que éstas resulten privadas de su libertad de alguna otra forma por agentes gubernamentales de cualquier sector o nivel, por grupos organizados o por particulares que actúan en nombre del gobierno o con su apoyo directo o indirecto, su autorización o su asentimiento, y que luego se niegan a revelar la suerte o el paradero de esas personas o a reconocer que están privadas de la libertad, sustrayéndolas así a la protección de la ley”.
Justo lo que ocurrió en Ayotzinapa, y después en Tetelcingo, donde nadie parece darse cuenta que la actuación de la autoridad configura el tipo, que existe una causa y que los desaparecidos ahora tienen un rostro internacional, que se puede descarrilar una elección.
Hay que encontrar pronto a Alan Pulido.
Es urgente, puesto que la resolución del caso tendrá consecuencias distintas de acuerdo con el momento en el que suceda, pero cualquiera de ellas de suma gravedad y en diferente escala. Así, el desenlace de la situación —sea fatal o no— tiene diferentes repercusiones si se da a unos días, la víspera o después de la elección: la votación podría dar un vuelco en contra de cualquiera a quien se le atribuyera la responsabilidad de un delito en contra del deportista.
A nivel internacional, las consecuencias podrían ir mucho más allá del indudable descalabro que sufrirá la marca-país con una historia que lo mismo se recoge en los pasquines deportivos —ávidos de escándalo— que en la prensa más seria y con gran preocupación. Y es que no es preciso hurgar demasiado para darse cuenta de que los hechos relativos a la desaparición del deportista no difieren, en mucho, a los de cualquiera de las otras 27 mil desapariciones reconocidas, hasta el momento, por el Estado mexicano. Historias de encapuchados, armas largas, y una persona que parece esfumarse ante la falta de capacidad —o de voluntad— de las autoridades. Historias que hablan del dolor de las familias, del estupor de los amigos, del miedo de los allegados. Historias que algunas veces terminan bien —y otras no tanto— gracias más a circunstancias fortuitas que a la eficiencia de quienes se supone procuran justicia. Historias que tienen al Estado mexicano bajo la mira de las principales organizaciones de defensa de los derechos humanos en el mundo.
Alan Pulido es un desaparecido más de los 27 mil que parece que hemos decidido olvidar, y a los que presta una historia y un rostro reconocible a nivel internacional. Un joven con sueños, con ambición y con carácter, que se pierde a mitad de la noche sin mayor explicación, como cualquiera de los otros desaparecidos: los afanes de sus familiares son los mismos de quienes han tenido que pasar de la preocupación a la angustia, del miedo al coraje, de la aceptación a la exigencia de justicia por parte de unas autoridades que carecen de la capacidad —o de la voluntad— para cumplir con sus funciones. Los mismos afanes de quienes hoy, desesperados, deambulan entre fosas comunes a la espera de la confirmación de una noticia terrible que, sin embargo, les dará la paz que necesitan.
México está en la mira, y el tema de las desapariciones forzadas cobra relevancia en tanto las familias de las víctimas comienzan a organizarse en una causa en contra de una “violación particularmente odiosa de los derechos humanos”, según la ONU, misma que considera en la Declaración sobre la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas que éstas se producen cuando “se arreste, detenga o traslade contra su voluntad a las personas, o que éstas resulten privadas de su libertad de alguna otra forma por agentes gubernamentales de cualquier sector o nivel, por grupos organizados o por particulares que actúan en nombre del gobierno o con su apoyo directo o indirecto, su autorización o su asentimiento, y que luego se niegan a revelar la suerte o el paradero de esas personas o a reconocer que están privadas de la libertad, sustrayéndolas así a la protección de la ley”.
Justo lo que ocurrió en Ayotzinapa, y después en Tetelcingo, donde nadie parece darse cuenta que la actuación de la autoridad configura el tipo, que existe una causa y que los desaparecidos ahora tienen un rostro internacional, que se puede descarrilar una elección.
Hay que encontrar pronto a Alan Pulido.
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