No somos tan bestias, miren ustedes…

No somos tan bestias, miren ustedes…
Un tal Rodrigo Duterte acaba de ganar las elecciones presidenciales en Filipinas. El tipo ha sido alcalde de Davao, una ciudad en la isla de Mindanao, una de las regiones más pobres del archipiélago asiático, donde parece que ha hecho un buen trabajo: frenó la incontenible oleada de violencia, puso orden y logró inclusive que las calles estuvieran deslumbrantemente limpias. Presentándose como un candidato ajeno a la desacreditada clase gobernante filipina, Duterte ha sacado también provecho de su natural incorrección, su deliberada tosquedad y su desabrida rudeza. Si Trump les parece a ustedes un personaje demasiado desparpajado, imaginen entonces a un competidor que, en la arena pública, le suelta a su santidad Francisco una andanada de este calibre: “Papa, hijo de p…, lárgate de aquí. Ya no vuelvas a visitarnos”. Pero, ¿por qué tan destempladas palabras? Pues, simplemente porque la visita papal había provocado tremendos atascos de tráfico en Manila. En cuanto a sus posibles acciones de gobierno, anuncia, entre otras cosas, que va a mandar “ejecutar a 100 mil delincuentes” y que va a “aventar sus cadáveres en la bahía de Manila”. Ah, y comentando la violación tumultuaria y el asesinato de una misionera australiana en un motín en la cárcel de Davao, afirmó que estaba molesto de que la hubieran violado pero que “estaba tan guapa que el alcalde [o sea, él] hubiera debido ser el primero en la fila [de los violadores]. Qué desperdicio”.

Que un sujeto así vaya a ser el presidente de un país (donde los católicos, a propósito de la andanada contra Su Santidad, constituyen el 80 por cien de la población) es punto menos que asombroso, más allá de que los pobladores de una nación azotada por la delincuencia y la corrupción quieran ser gobernados con mano dura. Ahora bien, el tema es interesante también para nosotros y, justamente, me permito formular la siguiente pregunta: ¿Podemos siquiera imaginar que alguno de nuestros hombres públicos se atreviera a lanzar parecidas barrabasadas? No, señoras y señores, eso no ocurre en México. ¿Por qué no? Por una razón, estimados compatriotas: hemos, a pesar de todos los pesares, alcanzado ciertos niveles de civilidad en el discurso público. Es más, no existe tampoco un Trump en México. Escribo esto con el vano propósito de que nos reconciliemos con una mínima parte de nuestra realidad nacional. Pues eso. Y, nada más…

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.

Comentarios