Feliz cumpleaños, Ñ.
La estrategia, simplemente, no funciona. A estas alturas y, tras tanto dolor, tanto sufrimiento, tantas vidas humanas, debería ser más que evidente que la solución a la violencia no pasa simplemente por la ocupación militar de zonas en conflicto, el desmantelamiento de las bases de las organizaciones criminales, la captura de sus líderes o las medidas de inteligencia para adelantarse a sus acciones. El problema es más profundo: las organizaciones criminales no dependen de una sola persona, como lo demuestra el hecho de que la que en su momento fue dirigida por el hombre más buscado del mundo ha sobrevivido a su ausencia y continuado con sus operaciones. La violencia más radical es ejercida por los grupos derivados del primero, sin que las autoridades hayan logrado hacer algo por disminuirla: la situación, en la actualidad, es mucho peor que hace diez años.
La estrategia no funciona, se trate de combatir el terrorismo —a nivel internacional— o el narcotráfico nacional. Las similitudes son pasmosas, aunque los resultados no lo sean tanto. Así, se pueden enviar tantos aviones como sea necesario a Siria o tantas tropas como sea posible a Guerrero, se pueden desmantelar las operaciones de Al-Qaeda o del Cártel de Sinaloa, o se puede eliminar o capturar a los líderes como Bin Laden y El Chapo: la violencia persiste —y sigue aumentando sin control— tomando como carne de cañón a quienes la sociedad no es capaz de integrar en su seno. Los marginados, los que no tienen acceso a las oportunidades, los que son víctimas de la exclusión en sus propias comunidades: los que a final de cuentas son susceptibles a los discursos encendidos, a las promesas de abundancia, a una realidad distinta aún al precio de la propia vida, y cuyo número va en aumento. Los atentados terroristas son cada vez más frecuentes en todo el mundo, el consumo de drogas no ha decrecido en nuestro país, la violencia se incrementa y es difundida a través de los mismos canales, en uno y otro caso. El tejido social está desarticulado, las minorías son cada vez más excluidas y los jóvenes no encuentran una salida en el sistema: mientras no se atiendan las causas del problema, los tratamientos sobre los síntomas seguirán surtiendo los mismos efectos que hasta ahora.
Lo ocurrido en Bruselas nos atañe con urgencia: no sólo por las repercusiones económicas que tendrá en nuestros términos comerciales, o por el endurecimiento de las políticas en las fronteras, que no es poco. Bruselas es el ejemplo perfecto de una política pública desastrosa y que nunca procuró construir una sociedad inclusiva, en la que sus integrantes pudieran desarrollarse con igualdad de oportunidades. Una sociedad que decidió mirar de largo los problemas de sus minorías, que nunca se involucró en la definición de un futuro que las integrara. Una sociedad que se decidió por una estrategia que no funciona.
México no puede cometer los mismos errores, siendo los resultados tan evidentes. Las tragedias que hemos enfrentado en los últimos años delatan una descomposición del tejido social —y una desconfianza tal— que no puede ser desatendida, y comenzamos a observar, en la indiferencia sobre nuestros casos más urgentes, en el cinismo de los corruptos, en la falta de humanidad ante la tragedia el germen de lo que podría ser, en poco tiempo, una situación mucho más preocupante. Es evidente que los actos de los delincuentes requieren de una respuesta enérgica, pero también lo es que, en la medida en que no tomemos acciones efectivas para construir una sociedad inclusiva, no estaremos sino atendiendo los síntomas de una enfermedad cuyo tratamiento no podemos seguir postergando.
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