El PRD, a pesar de todo, me resulta más digerible desde que Obrador emigró a los territorios del partido político que construyó a su imagen y semejanza (a propósito de esta trasmutación, hay que decir que no es una hazaña menor, ni mucho menos, lo de poderte construir una estructura a modo para mandar ahí a tus anchas, rodeado de pretorianos, sin rendir cuentas a nadie, como un cacique de cepa pura).
Naturalmente, Morena no tiene una verdadera proyección nacional, pero también se puede decir lo mismo de un Partido de la Revolución Democrática que, como el propio Agustín Basave lo reconoce, prácticamente no existe en el próspero norte de este país tan desigual. Las clientelas de ambas agrupaciones se encuentran en las comarcas donde, por las condiciones sociales y la atávica cultura local, no se han aparecido todavía esos inversores que, a punta de edificar plantas industriales y ofrecer empleos, anestesian eficazmente las conciencias de las clases populares y las vuelven menos respondonas. En todo caso, los unos y los otros, los perredistas y los morenos, conforman esa entelequia que podríamos llamar la izquierda mexicana, una entidad en cuyo abanico advertimos desde la celebración de pactos electorales con nuestra derecha religiosa (permítanme ustedes calificar así de abusiva e improcedentemente a la militancia del Partido Acción Nacional, con el exclusivo propósito de soltar una provocación) hasta las más extremas manifestaciones de intolerancia doctrinaria. En efecto, el pragmatismo de un PRD que se mete a la cama con el PAN para engendrar candidatos capaces de competir eficazmente en las carreras a las gubernaturas choca frontalmente con la intransigencia de un caudillo que, controlándolo todo y decidiendo hasta los platos del menú en Morena, no hace pactos con nadie excepto (¡y también!) con los tránsfugas del priismo.
El propio Basave es igualmente un apóstata pero sabemos ya de las dificultades para encontrar, en estos pagos, a auténticos izquierdistas y, por ello mismo, a los buscadores de talentos del PRD no suelen aparecérseles figuras con las mínimas cualificaciones para desempeñar los papeles. Por eso, tal vez, tienen lugar esas esperpénticas y furiosas rebatiñas para designar a los candidatos perredistas que, en los hechos, están resultando fundamentalmente beneficiosas para el Partido Revolucionario Institucional: salga quien salga, gane quien gane, los priistas tendrán cubiertas las espaldas.
No sé si estamos hablando de una cuestión genética de los individuos de la especie perredista, de un instinto incurablemente pavloviano en el que la única respuesta perruna al dilema de elegir a un candidato sea dinamitar las posibilidades de los más capacitados pero, miren ustedes, en Zacatecas, en Oaxaca y en Quintana Roo están aconteciendo sucesos verdaderamente asombrosos. Ya Ricardo Monreal había sido uno de los precursores del cambio de camiseta cuando, luego de plantear la celebración de un caucus para elegir al candidato del PRI a la gran silla de Zacatecas y de que su sensata propuesta fuera olímpicamente ignorada por los mandamases nacionales de su partido, decidiera ser postulado por una coalición opositora encabezada por el PRD. Tan eficaz le resultó a Monreal la estrategia que fue el primer gobernador de izquierdas en la historia de este país (es más, ahora mismo sigue redescubriendo los rendimientos de su adquirida vocación porque, a pesar de su preliminar biología priista y su temporal conversión al perredismo triunfante de las pasadas décadas, ha recibido la certificación para ser un militante químicamente puro del Movimiento de Regeneración Nacional). Pero, qué caray, también son esos mismos perredistas quienes, en Zacatecas, hoy, se disparan a los pies: a Rafael Flores —el aspirante mejor posicionado, ganador en las encuestas y preferido por la militancia local— le fue cancelada su candidatura por el Comité Ejecutivo Nacional del PRD (¿qué dice Basave, por cierto?); en Oaxaca, José Antonio Estefan Garfias (ex priista) fue impuesto en detrimento de Benjamín Robles, lo que presagia una derrota en la entidad gobernada actualmente por Gabino Cué (muy buena noticia para Alejandro Murat, del Partido Revolucionario Institucional); y, bueno, el PRI va a gobernar de hecho en Quintana Roo, pase lo que pase: a Carlos Joaquín González (otro ex priista) le fue ofrecida, graciosamente y de último minuto, la candidatura por la coalición PAN-PRD. Era subsecretario de Turismo del Gobierno federal y aspiraba a ser nominado como candidato por su partido. Pero, oh sorpresa, los jerarcas nacionales del PRI eligieron a otro solicitante. Pues, ningún problema: el hombre renunció fulminantemente y ahora es el gallo de los perredistas izquierdistas y los panistas derechistas. Ustedes dirán...
Naturalmente, Morena no tiene una verdadera proyección nacional, pero también se puede decir lo mismo de un Partido de la Revolución Democrática que, como el propio Agustín Basave lo reconoce, prácticamente no existe en el próspero norte de este país tan desigual. Las clientelas de ambas agrupaciones se encuentran en las comarcas donde, por las condiciones sociales y la atávica cultura local, no se han aparecido todavía esos inversores que, a punta de edificar plantas industriales y ofrecer empleos, anestesian eficazmente las conciencias de las clases populares y las vuelven menos respondonas. En todo caso, los unos y los otros, los perredistas y los morenos, conforman esa entelequia que podríamos llamar la izquierda mexicana, una entidad en cuyo abanico advertimos desde la celebración de pactos electorales con nuestra derecha religiosa (permítanme ustedes calificar así de abusiva e improcedentemente a la militancia del Partido Acción Nacional, con el exclusivo propósito de soltar una provocación) hasta las más extremas manifestaciones de intolerancia doctrinaria. En efecto, el pragmatismo de un PRD que se mete a la cama con el PAN para engendrar candidatos capaces de competir eficazmente en las carreras a las gubernaturas choca frontalmente con la intransigencia de un caudillo que, controlándolo todo y decidiendo hasta los platos del menú en Morena, no hace pactos con nadie excepto (¡y también!) con los tránsfugas del priismo.
El propio Basave es igualmente un apóstata pero sabemos ya de las dificultades para encontrar, en estos pagos, a auténticos izquierdistas y, por ello mismo, a los buscadores de talentos del PRD no suelen aparecérseles figuras con las mínimas cualificaciones para desempeñar los papeles. Por eso, tal vez, tienen lugar esas esperpénticas y furiosas rebatiñas para designar a los candidatos perredistas que, en los hechos, están resultando fundamentalmente beneficiosas para el Partido Revolucionario Institucional: salga quien salga, gane quien gane, los priistas tendrán cubiertas las espaldas.
No sé si estamos hablando de una cuestión genética de los individuos de la especie perredista, de un instinto incurablemente pavloviano en el que la única respuesta perruna al dilema de elegir a un candidato sea dinamitar las posibilidades de los más capacitados pero, miren ustedes, en Zacatecas, en Oaxaca y en Quintana Roo están aconteciendo sucesos verdaderamente asombrosos. Ya Ricardo Monreal había sido uno de los precursores del cambio de camiseta cuando, luego de plantear la celebración de un caucus para elegir al candidato del PRI a la gran silla de Zacatecas y de que su sensata propuesta fuera olímpicamente ignorada por los mandamases nacionales de su partido, decidiera ser postulado por una coalición opositora encabezada por el PRD. Tan eficaz le resultó a Monreal la estrategia que fue el primer gobernador de izquierdas en la historia de este país (es más, ahora mismo sigue redescubriendo los rendimientos de su adquirida vocación porque, a pesar de su preliminar biología priista y su temporal conversión al perredismo triunfante de las pasadas décadas, ha recibido la certificación para ser un militante químicamente puro del Movimiento de Regeneración Nacional). Pero, qué caray, también son esos mismos perredistas quienes, en Zacatecas, hoy, se disparan a los pies: a Rafael Flores —el aspirante mejor posicionado, ganador en las encuestas y preferido por la militancia local— le fue cancelada su candidatura por el Comité Ejecutivo Nacional del PRD (¿qué dice Basave, por cierto?); en Oaxaca, José Antonio Estefan Garfias (ex priista) fue impuesto en detrimento de Benjamín Robles, lo que presagia una derrota en la entidad gobernada actualmente por Gabino Cué (muy buena noticia para Alejandro Murat, del Partido Revolucionario Institucional); y, bueno, el PRI va a gobernar de hecho en Quintana Roo, pase lo que pase: a Carlos Joaquín González (otro ex priista) le fue ofrecida, graciosamente y de último minuto, la candidatura por la coalición PAN-PRD. Era subsecretario de Turismo del Gobierno federal y aspiraba a ser nominado como candidato por su partido. Pero, oh sorpresa, los jerarcas nacionales del PRI eligieron a otro solicitante. Pues, ningún problema: el hombre renunció fulminantemente y ahora es el gallo de los perredistas izquierdistas y los panistas derechistas. Ustedes dirán...
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