Echen un vistazo a nuestras ciudades: un paisaje interminable de grisáceas edificaciones y casi nada de espacios verdes. El mismísimo Museo de Antropología e Historia se construyó... ¡en el bosque de Chapultepec! También el Museo de Arte Moderno. Y el Tamayo. ¿No podían los ejemplares y virtuosos promotores de la cultura nacional haber comprado un maldito terreno en cualquier otra parte de la ciudad y dejar que un bosque siguiera siendo un bosque? Pues, no. Es mucho más cómodo —que diga, más barato— incautarse a la torera el espacio público, que nos pertenece a todos, y con el pretexto de que los museos son centros comunitarios donde los ciudadanos se sensibilizan y se vuelven menos bestias, no sólo derribar árboles sino poner cemento en una milenaria floresta.
Pero, ¿alguien dijo algo? ¿Hubo manifestaciones de ecologistas para impedir la destrucción de las áreas verdes? ¿El tema se discutió en alguno de los recintos de nuestro Congreso bicameral? ¿Se armó una pendencia como la que estamos viendo ahora con el caso Tajamar? No, no ocurrió nada cuando, hace decenios, los Gobiernos de turno anunciaron el alzamiento de estos edificios. Nadie abrió la boca y, cuando despertamos, los museos ya estaban ahí. Naturalmente, eran otros tiempos: nos sojuzgaba, a los encrespados mexicanos, un régimen de partido único al que no le complacían demasiado las expresiones de disconformidad y que, en los hechos, hacía lo que le daba la gana (aunque, hay que decirlo, sabía muy bien cómo agenciarse los favores de sus clientelas); esas redes sociales en las que cualquier pelagatos puede expresar sus sentires no existían siquiera en la imaginación de los novelistas; y, no había fuerzas políticas opositoras para lucrar con causas nobilísimas y elevadas ni mucho menos, como ahora, con las más caprichosas nimiedades. El bosque de Chapultepec, luego entonces, perdió hectáreas enteras de vegetación. Y, bueno, tuvimos tres nuevos museos...
Ahora bien, volvamos al presente e imaginemos que, en lugar de residencias, oficinas, hoteles o comercios, en el arrasado manglar de Cancún se va a levantar un Museo de la Identidad Maya o un Monumento para la Memoria de las Víctimas Universales del Colonialismo. ¿Tendrían lugar las protestas que estamos viendo? ¿Se denunciaría la destrucción de un ecosistema natural? ¿Se escucharían todas esas voces que, con mayor o menor sensatez, levantan un índice acusador y señalan a los responsables del ecocidio?
Es cierto que la sociedad mexicana, así de presuntamente combativa y concientizada como es hoy día, debe marcar un alto a la imparable expoliación del medio ambiente, más allá de que el tema sea una de las más grandes preocupaciones contemporáneas, tal y como testimonia la reunión internacional celebrada recientemente en París. Pero, una buena causa no necesariamente se puede legitimar en cualquier escenario, por más que en estos tiempos se haya acentuado la abusiva explotación política de muchos sucesos, tengan o no tengan que ver con que se hayan perpetrado declaradas infracciones o cometido arbitrariedades de verdad; dicho en otras palabras, en ciertas ocasiones se denuncian atropellos que no son tales porque no resultan de las raterías de siempre sino que se deben simplemente a la mera operación de los mecanismos del mercado.
Justamente, la observación de que la edificación de un museo o un centro ceremonial en Tajamar no hubiera desatado las iras de los guardianes del medio ambiente se conecta con la constatación de que, detrás de todo esto, hay una airada resistencia a que los "capitalistas" —los insaciables promotores inmobiliarios, los inversores coludidos con el poder político y los especuladores de siempre— se salgan con la suya y que, una vez más, consumen sus habituales depredaciones.
Por lo que parece, la zona de Tajamar, rodeada de zonas urbanizadas, había dejado de ser una auténtica reserva natural desde hace un buen tiempo y la extinción de las especies animales que la habitaban no representaba ninguna pérdida mayor. Unos cinco cocodrilos fueron rescatados en su debido momento. Luego entonces, en este país devastado ya por la codicia de los constructores y arrasado por la furia destructora de los políticos corrompidos, no tiene demasiado sentido emprender ahora una cruzada contra la construcción, en Cancún, de casas y centros comerciales que representan oportunidades, empleos y creación de riqueza.
Más bien —y ya puestos— deberíamos de proponer la demolición de miles y miles de manzanas en nuestras ciudades para crear las zonas verdes que nunca hemos tenido. Pues eso.
revueltas@mac.com
Pero, ¿alguien dijo algo? ¿Hubo manifestaciones de ecologistas para impedir la destrucción de las áreas verdes? ¿El tema se discutió en alguno de los recintos de nuestro Congreso bicameral? ¿Se armó una pendencia como la que estamos viendo ahora con el caso Tajamar? No, no ocurrió nada cuando, hace decenios, los Gobiernos de turno anunciaron el alzamiento de estos edificios. Nadie abrió la boca y, cuando despertamos, los museos ya estaban ahí. Naturalmente, eran otros tiempos: nos sojuzgaba, a los encrespados mexicanos, un régimen de partido único al que no le complacían demasiado las expresiones de disconformidad y que, en los hechos, hacía lo que le daba la gana (aunque, hay que decirlo, sabía muy bien cómo agenciarse los favores de sus clientelas); esas redes sociales en las que cualquier pelagatos puede expresar sus sentires no existían siquiera en la imaginación de los novelistas; y, no había fuerzas políticas opositoras para lucrar con causas nobilísimas y elevadas ni mucho menos, como ahora, con las más caprichosas nimiedades. El bosque de Chapultepec, luego entonces, perdió hectáreas enteras de vegetación. Y, bueno, tuvimos tres nuevos museos...
Ahora bien, volvamos al presente e imaginemos que, en lugar de residencias, oficinas, hoteles o comercios, en el arrasado manglar de Cancún se va a levantar un Museo de la Identidad Maya o un Monumento para la Memoria de las Víctimas Universales del Colonialismo. ¿Tendrían lugar las protestas que estamos viendo? ¿Se denunciaría la destrucción de un ecosistema natural? ¿Se escucharían todas esas voces que, con mayor o menor sensatez, levantan un índice acusador y señalan a los responsables del ecocidio?
Es cierto que la sociedad mexicana, así de presuntamente combativa y concientizada como es hoy día, debe marcar un alto a la imparable expoliación del medio ambiente, más allá de que el tema sea una de las más grandes preocupaciones contemporáneas, tal y como testimonia la reunión internacional celebrada recientemente en París. Pero, una buena causa no necesariamente se puede legitimar en cualquier escenario, por más que en estos tiempos se haya acentuado la abusiva explotación política de muchos sucesos, tengan o no tengan que ver con que se hayan perpetrado declaradas infracciones o cometido arbitrariedades de verdad; dicho en otras palabras, en ciertas ocasiones se denuncian atropellos que no son tales porque no resultan de las raterías de siempre sino que se deben simplemente a la mera operación de los mecanismos del mercado.
Justamente, la observación de que la edificación de un museo o un centro ceremonial en Tajamar no hubiera desatado las iras de los guardianes del medio ambiente se conecta con la constatación de que, detrás de todo esto, hay una airada resistencia a que los "capitalistas" —los insaciables promotores inmobiliarios, los inversores coludidos con el poder político y los especuladores de siempre— se salgan con la suya y que, una vez más, consumen sus habituales depredaciones.
Por lo que parece, la zona de Tajamar, rodeada de zonas urbanizadas, había dejado de ser una auténtica reserva natural desde hace un buen tiempo y la extinción de las especies animales que la habitaban no representaba ninguna pérdida mayor. Unos cinco cocodrilos fueron rescatados en su debido momento. Luego entonces, en este país devastado ya por la codicia de los constructores y arrasado por la furia destructora de los políticos corrompidos, no tiene demasiado sentido emprender ahora una cruzada contra la construcción, en Cancún, de casas y centros comerciales que representan oportunidades, empleos y creación de riqueza.
Más bien —y ya puestos— deberíamos de proponer la demolición de miles y miles de manzanas en nuestras ciudades para crear las zonas verdes que nunca hemos tenido. Pues eso.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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