La hermana

La hermana
Consuelo Morales Elizondo, la receptora del Premio Nacional de Derechos Humanos 2015, es una monja agustina que realizó la proeza de conjuntar en Nuevo León a las víctimas, la sociedad civil y el Estado a favor de los derechos de los desaparecidos. ¿Será posible replicar tan inédito portento?

Le incomoda que le digan "madre"; pide ser tratada como "hermana". La sutileza es indispensable para entender el aporte cristiano al movimiento mexicano y universal de los derechos humanos. En los ambientes católicos tradicionales es frecuente que la "madre" sea un personaje distante y severo; asocio el término con una "madre" que disfrutaba intimidándome y pellizcándome en la primaria de mi barrio tapatío.

La hermana Consuelo quiere estar tan cerca de las víctimas y del poderoso como el pesebre donde conviven en el mismo nivel los Reyes Magos, los pastores y el recién nacido. Es un enfoque recomendado por el Concilio Vaticano II "concluido hace cincuenta años" que sigue inspirando a católicos como el sacerdote jesuita, Juan Auping, quien recientemente escribió que "Cristo quiere establecer el reinado de los derechos humanos"; en ese lugar se habla con un lenguaje que "une a todos".

Ese encuentro fue una de las tesis sostenidas por la hermana el día que recibió el reconocimiento del Presidente. "Solos, solas no podemos… Se necesita de un esfuerzo conjunto" entre víctimas, sociedad y Estado. No es una invitación a flotar en la nube de los buenos deseos; Javier Sicilia me comenta que "el modelo establecido por Consuelo en Nuevo León "apoyándose en Ciudadanos en Apoyo a los Derechos Humanos, A.C. (Cadhac)" debería ser adoptado en todo el país. Es una manera nueva en que las víctimas, la sociedad civil y las procuradurías, pueden construir la justicia de la que hasta ahora carecemos".

Durante la ceremonia de premiación el presidente Enrique Peña Nieto se salió, ¡oh, sorpresa!, de la ortodoxa lectura de textos preparados e improvisó buscando, me parece, conectar emocionalmente con la hermana y los familiares de víctimas que la acompañaban. Coincidió con la tesis expresada por Consuelo y subrayó la importancia de lograr "hacer converger los esfuerzos de la sociedad organizada [y] de las instituciones del Estado mexicano" en la atención a las víctimas. Remató anunciando la Ley General para Prevenir y Sancionar los Delitos en Materia de Desaparición de Personas y la Ley para Prevenir, Investigar y Sancionar los Delitos de Tortura y otros Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes.

La actitud y las leyes habían sido enmarcados debidamente por el presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Luis Raúl González Pérez. En primer lugar hizo un reconocimiento poco común al aporte de la sociedad civil. Aseguró que la "mayor parte de los avances sustantivos que se han dado en nuestro país en el ámbito de los derechos fundamentales" se debe a la "participación de las defensoras y defensores civiles" y de las "organizaciones sociales". El ombdusman nacional también hizo una autocrítica indispensable: "No son necesarios más diagnósticos. Ha llegado el momento de que actuemos de manera decidida y coordinada, encarando nuestra realidad y emprendiendo un esfuerzo conjunto e integral. México tiene prisa. Las víctimas han esperado demasiado".

Hace años la presea a la hermana Consuelo, los discursos y las leyes hubieran quedado en un efímero flamazo mediático. En esta ocasión me permito una dosis de optimismo porque está dándose un cambio fundamental en uno de los actores. La todavía poderosa e influyente Iglesia Católica mexicana ha ido sacudiéndose esa modorra que la invadía a la hora de interceder por las víctimas. La corriente de la que forma parte la hermana Consuelo está saliendo de los márgenes de la historia como parte de la sacudida causada por el papa Francisco quien llegará en dos meses a México; bajo el brazo traerá el mensaje pastoral de Gaudium et Spes (Gozo y esperanza) aprobado hace 50 años: las prácticas que "ofende[n] a la dignidad humana" son "infamantes" y "degradan la civilización humana".

La Navidad es un día propicio para ratificar la esperanza de que la civilidad imperará sobre la irracionalidad y la muerte. La hermana Consuelo hizo realidad esa aspiración en Nuevo León, su estado natal, al lograr la convergencia de víctimas, sociedad organizada y Estado. ¿Por qué no llevar esa buena nueva a todas las entidades enlutadas por las ejecuciones y las desapariciones?

Comentarios: www.sergioaguayo.org

Colaboró con información e ideas: Emilio González González.

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