No se hagan bolas de nuevo

No se hagan bolas de nuevo
El defenestramiento del que, hasta hace unos días, detentaba el cargo de subsecretario de Prevención y Participación Ciudadana, no debería ser motivo de sorpresa en cualquier democracia moderna: quien ostensiblemente quebrantó la ley y cometió delitos electorales —que no fueron perseguidos— ni siquiera tuvo en su momento el decoro de presentar una declaración patrimonial lícita al asumir su encargo.

Un verdadero pájaro de cuenta, que no podría tener cabida en administración pública alguna. Sin embargo, su caída —el qué— no es tan interesante como el cómo, o menos aun como el momento en el que se suscita: no sólo porque suceda a unos días de que termine el año, cuando la atención pública se dirigirá a los asuntos propios de la temporada, con lo que el escándalo previsiblemente disminuirá —sobra decir que esta administración sabe cómo aprovechar la temporada decembrina—, sino justo antes del inicio informal de las campañas electorales de 2016.

Porque ahí está el meollo del asunto. El tema real es la elección de 2016: el ajuste de cuentas entre partidos aliados —o el descontento de algunas corrientes dentro de los grupos preponderantes— no es sino secundario. Lo que está en juego es mucho más importante —o debería serlo— que el impresentable que hoy tendría que estar articulando una defensa que no puede ser sino legaloide: en todo caso, lo ocurrido durante su breve gestión —menos de ochenta días, escasas once semanas— no explicará sino el por qué de una historia donde lo que importa es el para qué.

La distinción es pertinente. El por qué atañe a las razones, mientras el para qué lo hace a los motivos: las razones son incuestionables, pero en este caso los motivos —a pesar de no ser tan aparentes— también lo son. Las primeras obedecen a una coyuntura, mientras que los segundos a una estrategia. Por eso es importante el momento: la credibilidad no sólo del funcionario en cuestión, sino del Partido Verde, se verá comprometida, y las fuerzas y balances dentro del tablero político quedarán alterados, al alcance de quien sepa capitalizar la oportunidad. Quien esté bien preparado para capitalizar los resultados quedará, de manera automática, en una posición ventajosa para continuar moviendo sus piezas rumbo a 2018, y es ahí a donde apunta el demiurgo de la debacle de quien pretendió ser alfil de blancas sin darse cuenta de ser, a final de cuentas, peón de negras: la apuesta no se dirige a preparar la elección sino a gestionar sus resultados. El personaje que hoy ocupa las planas no es sino una pieza intercambiable, en un juego cuyos alcances van mucho más allá de la suerte de un oportunista que nunca supo entender lo que es el servicio público.

Así, lo inesperado no es el calibre del obús sino el momento del estallido. El por qué es evidente, dado el personaje, y el para qué lo es también por todo lo que está en juego. El momento es lo que determina el alcance —y por supuesto la autoría— de lo que sin duda es uno de los golpes políticos más contundentes en los últimos tiempos, y que compromete una alianza que por lo utilitaria parecía indestructible: más allá de las declaraciones que al respecto se emitan, es evidente que el golpe afecta la zona de flotación de cualquier acuerdo entre fuerzas con intereses que nunca fueron más allá que convergentes.

Lo que pase a partir de ahora está —sin duda— previsto por quien, en estos momentos, se dedica a evaluar los resultados de sus acciones. Las respuestas del exsubsecretario y su partido no hacen sino validar el siguiente escenario, en el que el río se revuelve cada vez más a beneficio de quien hoy observa los primeros brotes de lo que espera cosechar en 2018. No se hagan bolas de nuevo.

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