Ningún entrenador ha tenido tanto impacto, tanta ascendencia y tanto reconocimiento, y acaso ninguno ha sido tan sensible al deseo de los aficionados y los propios futbolistas, verdaderos dueños del juego.
Es un lugar común decir que hay un antes y un después de Trelles, quien enseñó a sus muchachos a jugar con personalidad. Bajo su guía se dan los primeros grandes pasos de México en las competencias internacionales. Ante todo, Trelles buscó que su equipo ganara prestigio. Técnico nacional desde 1957, fue relevado del mando en 1969, pero la impronta de su trabajo permanece intacta. Es, sin más, el patriarca de todos los maestros del futbol mexicano.
Hijo de un electricista en los tiempos de la Revolución Mexicana, Nacho Trelles nació el 31 de julio de 1916, en Guadalajara, pero vio futbol por primera vez a los 12 años, en la estación de trenes de Buenavista.
Jugaba basquetbol, frontón y atletismo, pero futbol nunca. Mi padre tenía que reparar los postes de luz, porque los insurrectos colgaban de ahí a los muertos y nos mudamos a la capital. Llegando a Buenavista, el tren se detuvo y sin querer volteé por el vidrio y vi un campo de futbol y a jugadores tras la bola. Fue la primera vez”, dice en su casa, jovial, contento por la visita de sus pupilos.
Nacho Trelles es el técnico mexicano que más campeonatos tiene con 15 a nivel nacional e internacional.
Además, formó una larga fila de feligreses que triunfaron como entrenadores. Como jugador fue campeón con el Necaxa y ascendió e hizo campeón al Zacatepec en Primera División. A él se le atribuye regar el césped del Estadio Coruco Díaz antes de cada juego para acabar al rival con la humedad. “Era bien complicado jugar ahí, ya se sabía que Nacho hacía ese tipo de cosas”, comenta José Luis Lamadrid, mundialista de Suiza 1954.
Trelles fue auxiliar de Antonio López Herranz en los Mundiales 54 y 58, pero no tardó en asumir la voz de mando. En Suecia 1958, ante Gales, México consiguió su primer punto. “¿Te acuerdas del centro delantero alto, que saltaba por encima de nosotros?”, le recalca Jesús del Muro, defensor mexicano en aquel juego. Y Trelles le responde con seguridad: “Se llamaba Colin Webster. Era muy famoso en aquel tiempo”.
En su colección de logros relucirá por siempre la primera victoria de México en un Mundial, el de Chile 1962, ante Checoslovaquia, y entre los equipos que dirigió en Primera División, títulos con el Marte, Zacatepec, Toluca y, por supuesto, Cruz Azul.
En América le fue mal, lo mismo que en el Atlante, “pero el partido que más le dolió en toda su vida fue con la Selección Mexicana ante Inglaterra. Perdieron 8-0 en el estadio de Wembley, previo al Mundial de Chile 1962. La prensa lo atacó mucho”, relata su hija Maria Eugenia, que junto a su hermana Leticia tratan de atesorar la mayor cantidad de anécdotas y testimonios de la vida de su padre. Nacho Trelles oye el comentario y enmuedece. Desconoce el tema. No quiere recordarlo. Ni le interesa. Prefiere concentrarse en su rebanada de pastel una vez que ha soplado un par de velas con el número 99.
Su vida de novela tiene todo para ser inmortal.
“Lo único de lo que me arrepiento es no haber aprendido a escribir a máquina. Me hubiera encantado poner en papel tantas cosas que viví, lugares que conocí, personas que pasaron por mi vida. También fui muy inhibido con mis declaraciones. Al final de mi carrera me solté más, pero por mucho tiempo me costaba decir las cosas. Ojalá hubiera anotado todo; ahora es un poco tarde, hay cosas que se me han olvidado”, refiere.Sin embargo, su guión de vida tendría que ser escrito siempre en el escenario de Chapultepec, su colonia y su atalaya eterno. Ahí llegó de niño y jugaba en el bosque, “junto a mi palomilla. Nos subíamos a un pino y nos quedábamos esperando a que los niños ricos de la colonia llegaran con el balón. Cuando los veíamos nos bajábamos al mismo tiempo de un brinco. Chapultepec es mi vida, el bosque y el castillo, que está hermoso. Hace pocos días fui de nuevo y lo vi bien cuidado”.
Ahí, por esos lados, se encontraba de niño con el presidente a caballo. Era Pascual Ortiz Rubio el jefe de México en 1930 y andaba por Chapultepec, “junto a dos de sus guardias que iban detrás de él, también a caballo. Se nos acercaba y nos decía con voz fuerte: ‘¿Están jugando, chamacos?’ Y nosotros le decíamos: “¡Sí, señor presidente!”, y al contar esto una sonrisa enorme se le curvea en el rostro. Por un momento Nacho Trelles vuelve en el tiempo y recupera su niñez.
Hace 25 años dirigió su último partido, una semifinal que perdió con Pumas en el estadio de Ciudad Universitaria cuando dirigía al Puebla, pero sus métodos quedaron como muestra de que se pueden conseguir cosas extraordinarias.
Por ejemplo, Antonio Carbajal, el célebre Cinco Copas, agradece siempre que lo haya puesto a entrenar con balones de futbol americano, “por aquello de los botes raros”.
Asimismo, la disciplina fue algo que Trelles nunca soslayó. Para muestra, recuerda la ocasión en que la Tota Carbajal y Raúl Cárdenas fueron sorprendidos por don Nacho en un bar en Inglaterra. México había ido a un evento formal y estos dos jugadores se separaron del grupo al llegar al hotel, pero Trelles los espió. Y aguardó el momento.
Una noche atrás había venido a la concentración un golfo ofreciendo mujeres en un bar, entonces me di cuenta que estos dos se escaparon y los seguí. Al llegar al lugar entré por la puerta de servicio y le pedí al mesero que me prestara su moño y su servilleta. Ya Carbajal y Cárdenas estaban sentados con mujeres y que les llego, diciéndoles: ‘¿Qué van a ordenar los señores?’ ¡Se quedaron petrificados! Y que me los llevo de regreso casi de las orejas”, recuerda, feliz.
“En mis tiempos, sólo un balón...”
Dice Nacho Trelles que en la cancha principal de entrenamientos de Cruz Azul hay 30 balones, en la otra 20 y en la última diez. “En mis tiempos sólo había uno”, relata. Siente que los jugadores actuales no valoran las comodidades que tienen.
A mí no me permiten estar con el primer equipo, sólo supervisando las fuerzas inferiores”. Todavía, hasta hace dos años, don Nacho manejaba a La Noria.
Como jugador estuvo en el Necaxa, donde fue campeón, América, Monterrey, Vikingos de Chicago y Atlante, “en todos fui feliz, menos en el equipo de Estados Unidos”.
Carlos Barrón
Contra Seyde y Marcos... relación espinosa
Nacho Trelles recuerda que la prensa fue una constante amenaza en sus años de entrenador. Señala que fue muy injusta con su trabajo y ataques nunca le faltaron
¿Quiénes eran peores, los árbitros o los periodistas? “Los periodistas, sin duda”, responde Nacho Trelles, con gravedad. “Los árbitros duran 90 minutos, los periodistas ahí están, y siguen y siguen”, opina Jesús del Muro.
De entre todos, el que más me atacó fue Manuel Seyde, de Excélsior, el que nos puso los Ratones verdes”, señala don Nacho.
Fue en la gira del dolor para Nacho Trelles cuando Inglaterra les metió ocho goles en Wembley, en 1961. El técnico Alf Ramsey del equipo inglés dijo que los rivales corrieron como conejos, asustados todo el partido y Manuel Seyde aprovechó la metáfora para acuñar lo de Ratones verdes.
Pero en Suecia 1958 Seyde iba por parte de la Federación Mexicana de Futbol y pidió a mi padre, junto a otros periodistas, la alineación para uno de los juegos”, relata María Eugenia Trelles, hija de Nacho.
Se las reveló y Seyde fue uno de los que más coincidió con él en cuanto a planteamiento y jugadores, pero resultó que a la hora de escribir puso todo lo contrario y atizó contra lo que se trabajó”.
Trelles recuerda el momento como una de las consecuencias más negativas de su espinosa relación con la prensa. “La prensa fue muy injusta conmigo. Siempre me atacaron por cualquier cosa, como Manuel Seyde, que esa vez me traicionó. Estaba también Fernando Marcos, que era muy chueco como persona. No les iba a dar el gusto de destazarme en casa”, refiere.
La solidez que Trelles mostraba en la silla de la Selección Mexicana iba en detrimento a su sociabilidad con la prensa, por lo que decidió retirarse del cargo meses antes del Mundial de México 1970.
Se quedó Raúl Cárdenas. Ya nada más desde la tribuna de La Bombonera de Toluca veía cómo Italia les metía cuatro, pensando de la que me había salvado”, relata.
Aún así, Nacho Trelles ocupaba cuando podía a los medios de comunicación, como en un partido de Cruz Azul, en la década de los 70. Al ser expulsado, se puso a dar la conferencia de prensa en la banca, con lo que paró el ritmo del partido. En otra ocasión, cuando lo echaron del campo, le pidió la cámara a un fotógrafo y se quedó detrás de una portería.
Me echaban la culpa de todo y no lo merecía. Con lo que tenía hacía lo que podía y los números al final eran buenos”, sostiene.
Era tal la burla nacional que alguna vez el presidente Gustavo Díaz Ordaz, en el abanderamiento de la selección para los Juegos Olímpicos de 1968, le hizo una propuesta: “Me dijo, lo voy a contratar en mi gabinete para que el país le eche la culpa a usted de todo lo malo que pasa”, recuerda Trelles que ahora, cuando ve partidos de futbol por la televisión quita el volumen, pues, comenta: “los narradores de los juegos hablan de muchas cosas, menos del partido. No explican lo que pasa en la cancha”.
Vía: Adrenalina360.
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