La revista New Yorker publica un reportaje de Monte Reel de su edición del próximo lunes 3 de agosto en el que afirma que el túnel por el que se fugó El Chapo comparte las mismas características de las construcciones realizadas por Villalobos para traficar droga en Otay.
La profundidad, los sistemas de iluminación y ventilación y la madera para apuntalar alrededor del eje de entrada, señala, parecían ser replicados en el túnel de escape del Altiplano.
Un agente especial citado por la revista señaló que con base en las marcas de pala en las paredes laterales, todo apunta a que fue cortada de la misma manera, y que la consistencia del suelo fue similar a la de Mesa de Otay.
“¿Podía (Guzmán) comunicarse con otros presos a través de los barrotes de su celda? ¿Por qué nadie escuchó cavar?”, son preguntas que plantea el periodista y que no han sido respondidas por las autoridades mexicanas desde la fuga del hombre más buscado del mundo.
Y sugiere también que “si Guzmán tenía un teléfono celular a pesar de las reglas de la prisión, es posible que Sánchez-Villalobos le ayudó a coordinar el túnel de escape desde el interior”.
Sánchez Villalobos fue arrestado a principios de 2012 por la policía mexicana en Zapopan, Guadalajara, y fue identificado como director financiero del Cártel de Sinaloa a cargo de la región fronteriza de California.
Su extradición fue ordenada por un tribunal mexicano en diciembre de 2013 pero la apeló y actualmente se encuentra recluido a la espera de resolución en la misma sección de ata seguridad del Altiplano, de la que se fugó El Chapo.
“Estas batallas legales pueden tomar años, y Enrique Peña Nieto, el presidente de México, ha sido reacio al dejar a los prisioneros mexicanos fuera del país. (Queda por verse si la vergüenza por la segunda fuga de Guzmán ablandará la postura de Peña Nieto). De acuerdo con los registros de inmigración, en el momento de su arresto en México, Sánchez-Villalobos era un residente permanente legal de los EU”, señala la revista.
New Yorker relata en el reportaje que en mayo de 2010 agentes del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos comenzaron a escuchar llamadas de un integrante del Cártel de Sinaloa identificado como Enrique.
“Él y los otros operadores utilizaban varios apodos para referirse a sus jefes. Alguien que llamaron como Quirino (quien después sería identificado como José Sánchez Villalobos) parecía estar a cargo de un importante proyecto de túnel”, señala el periodista.
En aquel entonces, relata, los agentes creían que los túneles construidos en Tijuana y Otay Mesa habían sido realizados por células “vagamente” relacionadas con el Cártel de Sinaloa.
Tras dos detenciones realizadas en 2010 –la de un hombre que transportaba mariguana y la del jefe de un almacén– descubrieron que ambos hicieron llamadas al tal Quirino, lo que hizo evidente que sólo se trataba de una célula de construcción y que Quirino era su jefe.
Además los agentes establecieron que Quirino parecía estar a cargo de todos los aspectos de los túneles de Sinaloa: el almacenamiento de las drogas en Tijuana, la construcción y los horarios del transporte, alquiler y compra de almacenes en ambos lados de la frontera.
No sólo eso, también lograron establecer el modus operandi que utilizaba el cártel para “contratar” a sus trabajadores y la estrategia de fraccionar la información de modo tal que si los trabajadores son atrapados y tentados con acuerdos con la Fiscalía de EU no pueden divulgar muchos datos”.
La revista relata el caso de un joven de nombre Fernando, de 19 años, que en diciembre de 2012 acudió a la pizzería Mama Mía de un centro comercial de Tijuana para pedir trabajo. Mientras llenaba su solicitud un desconocido se le acercó, le dio su número telefónico y le preguntó si quería un trabajo de limpieza de una tienda de conveniencia.
La llamada de la pizzería nunca llegó y, desesperado por trabajar, llamó al desconocido quien le ofreció un sueldo semanal de mil 200 pesos. Aceptó, pero cuando llegó al lugar de trabajo que le indicaron sólo había una estructura sin marcas de identificación.
Adentro, detrás de una puerta rodante, había un muelle de carga por donde cabía un camión de basura. Dentro había un almacén con paredes de hormigón, un agujero y sacos de tierra, nada más.
Ahí Fernando se enteró que las cosas habían cambiado, que su trabajo sería cavar un túnel y que si trataba de salir, a él y su familia los iban a matar. Otros 16 hombres más cayeron en la misma trampa, relata el medio. Todos identificaron a su supervisor de trabajo como “Carlos” quien los dividía en turnos de 12 horas y les llevaba siempre la comida para que no tuvieran que salir del lugar.
Cinco o seis hombres trabajaban dentro de la cámara y alargaban el túnel con palas eléctricas de mano y llenando bolsas con tierra y rocas. Otros tres arrastraban las bolsas utilizando un ascensor improvisado conectado a un sistema de poleas eléctrico y apilaban los sacos en el muelle de carga.
Al otro lado de Tijuana, en las estaciones de autobús y en las esquinas fueron atraídos por la posibilidad de tener empleos temporales, otros dijeron que les habían prometido un paso seguro a través de la frontera a cambio de unas pocas horas de trabajo.
Fernando era el más joven de todos, y uno de los dos únicos tijuanenses. La mayoría eran trabajadores rurales que habían viajado a la frontera norte “en busca de oportunidades”.
Fernando y sus compañeros fueron detenidos en febrero de 2013 en un operativo del Ejército en atención a una llamada anónima. Todos fueron trasladados a la prisión de La Mesa, a unas cuatro millas de la bodega, en la que todavía se encuentran detenidos.
“Es posible que hayan tenido la suerte de ser arrestados. Joseph Dimeglio, jefe de la Fuerza de Tarea, me dijo que, cuando se termina un túnel, los excavadores son a veces recapturados y obligados a trabajar en otro proyecto. Otras veces, dijo, ‘el cártel los saca, y ya sabes, se deshace de ellos’”, relata Reel en su reportaje.
Vía: Proceso.
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