Hace unos cuantos días circulaba, en las redes sociales, la fotografía de una niña de diez años que traía, con cara de seriedad, una cartulina en las manos. En dicha cartulina, y tras ostentar su promedio de 9.9, lanza un reto al Presidente de la República para someterse, a su vez, a una evaluación de su cargo con la consecuente renuncia en caso de no aprobarla. Un mensaje entre muchos otros, similares, llenos de consignas prefabricadas, verdades a medias y mentiras descaradas que, entre faltas de ortografía y errores elementales de redacción, son una parte importante de la estrategia de comunicación de la CNTE.
Los mensajes son dramáticos, sin duda, y de alguna forma logran ilustrar no sólo las razones detrás del conflicto magisterial que atravesamos, sino también por qué no hemos sido capaces de resolverlo. La CNTE ha centrado su discurso en el supuesto de que la Reforma Educativa vulneraría sus derechos laborales, al existir la posibilidad de que sean suspendidos de sus funciones en caso de no aprobar las evaluaciones fruto de la reforma. Es cierto que alrededor de este punto han construido un andamiaje de falacias y mentiras que sirven a intereses meramente políticos: también es cierto que no ha habido una respuesta clara y contundente, que aclare y desmienta una aseveración falaz que, sin duda alguna, alimenta un conflicto que cada vez parece más fuera de control.
Por eso las protestas, por eso las pancartas con faltas de ortografía y las declaraciones que el resto del país no puede comprender que se realicen con un ápice de seriedad. En primer lugar, porque saben que con las herramientas que tienen, con el conocimiento del que disponen, difícilmente aprobarían una evaluación independiente, una que no tomara en cuenta, como ellos mismos lo dicen, su propio contexto, cualquiera que éste sea. En segundo, porque la visión romántica del magisterio como vocación, se diluye cuando la realidad, la pobreza, y la desigualdad lo convierten en un mero empleo, en un medio de subsistencia. Por eso el argumento de que ya fueron evaluados cuando obtuvieron su cédula profesional: para quien entiende el ser maestro como un oficio cualquiera, las calificaciones necesarias para ejercerlo tendrían que ser las mismas que para cualquier otro. El maestro de Oaxaca, como muchos otros en el resto del país, se siente con los mismos derechos adquiridos para ejercer su profesión que, por ejemplo, un abogado o un ingeniero: si a esta concepción errónea se suma la mala intención de una dirigencia sindical que sabe mover los sentimientos de su gente, y una pésima estrategia de comunicación gubernamental, que no ha sabido transmitir el mensaje —lo que sería grave— a los grupos de interés, o simplemente no previó —lo que sería aún peor— las consecuencias de la implementación de la reforma a corto plazo, tenemos sobre la mesa los ingredientes de la tormenta perfecta. De una tormenta que conjuga marginación social, desigualdad ancestral, cacicazgos locales, corrupción de las autoridades y una causa en apariencia justa, una causa como la que han sabido vender, ante el vacío de comunicación oficial, los líderes de la Coordinadora. La tormenta que, lamentablemente, estamos viviendo.
La solución, en estos momentos, va mucho más allá de pretender aplicar la ley a rajatabla. Va mucho más allá, también, de ceder a las pretensiones de un sindicato que tiene como rehén a la niñez de varias entidades federativas. La solución debe de tener, como punto central, una estrategia de comunicación efectiva y que deje de abonar el terreno para las falacias de la dirigencia sindical. De otra forma todo, absolutamente todo, seguirá igual.
Los mensajes son dramáticos, sin duda, y de alguna forma logran ilustrar no sólo las razones detrás del conflicto magisterial que atravesamos, sino también por qué no hemos sido capaces de resolverlo. La CNTE ha centrado su discurso en el supuesto de que la Reforma Educativa vulneraría sus derechos laborales, al existir la posibilidad de que sean suspendidos de sus funciones en caso de no aprobar las evaluaciones fruto de la reforma. Es cierto que alrededor de este punto han construido un andamiaje de falacias y mentiras que sirven a intereses meramente políticos: también es cierto que no ha habido una respuesta clara y contundente, que aclare y desmienta una aseveración falaz que, sin duda alguna, alimenta un conflicto que cada vez parece más fuera de control.
Por eso las protestas, por eso las pancartas con faltas de ortografía y las declaraciones que el resto del país no puede comprender que se realicen con un ápice de seriedad. En primer lugar, porque saben que con las herramientas que tienen, con el conocimiento del que disponen, difícilmente aprobarían una evaluación independiente, una que no tomara en cuenta, como ellos mismos lo dicen, su propio contexto, cualquiera que éste sea. En segundo, porque la visión romántica del magisterio como vocación, se diluye cuando la realidad, la pobreza, y la desigualdad lo convierten en un mero empleo, en un medio de subsistencia. Por eso el argumento de que ya fueron evaluados cuando obtuvieron su cédula profesional: para quien entiende el ser maestro como un oficio cualquiera, las calificaciones necesarias para ejercerlo tendrían que ser las mismas que para cualquier otro. El maestro de Oaxaca, como muchos otros en el resto del país, se siente con los mismos derechos adquiridos para ejercer su profesión que, por ejemplo, un abogado o un ingeniero: si a esta concepción errónea se suma la mala intención de una dirigencia sindical que sabe mover los sentimientos de su gente, y una pésima estrategia de comunicación gubernamental, que no ha sabido transmitir el mensaje —lo que sería grave— a los grupos de interés, o simplemente no previó —lo que sería aún peor— las consecuencias de la implementación de la reforma a corto plazo, tenemos sobre la mesa los ingredientes de la tormenta perfecta. De una tormenta que conjuga marginación social, desigualdad ancestral, cacicazgos locales, corrupción de las autoridades y una causa en apariencia justa, una causa como la que han sabido vender, ante el vacío de comunicación oficial, los líderes de la Coordinadora. La tormenta que, lamentablemente, estamos viviendo.
La solución, en estos momentos, va mucho más allá de pretender aplicar la ley a rajatabla. Va mucho más allá, también, de ceder a las pretensiones de un sindicato que tiene como rehén a la niñez de varias entidades federativas. La solución debe de tener, como punto central, una estrategia de comunicación efectiva y que deje de abonar el terreno para las falacias de la dirigencia sindical. De otra forma todo, absolutamente todo, seguirá igual.
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