Partidos en crisis y falsas salidas

Partidos en crisis y falsas salidas
 
 
 
 
 
 
El descrédito de los partidos políticos es un signo de nuestros tiempos. En México suele minimizarse bajo la tesis de que es un fenómeno global o de que es fruto del desencanto ante la alternancia, pero la crisis es más profunda y más grave de lo que advierten las dirigencias de los partidos. Hay una historia documentada de descuido y abuso que va acompañada de un ejercicio recurrente de autodenostación. El mayor detractor de un partido es otro partido. Solo como ejemplo reciente, ahí está el caso del PVEM.

Los partidos son imprescindibles en la democracia. Sus funciones son múltiples y la democracia no puede estar a cargo de los ciudadanos por sí mismos ni de otras modalidades de agrupación. Los partidos son asociaciones voluntarias en torno a una causa y para ello buscan el poder. En una democracia, este proceso transita por elecciones justas y concurridas, en el marco de libertades. El problema surge cuando ganar el poder se vuelve un fin, cuando los partidos pierden sentido de causa y, consecuentemente, identidad política e ideológica.

Bajo esta consideración, el pragmatismo y el oportunismo electoral son enfermedades que envilecen el sentido de la representación política implícito en todo sistema de partidos. El poder como fin es la negación del proyecto partidista; acceder a él es un medio para hacer valer la causa que da origen al partido. Por eso cuando los ciudadanos votan por un candidato también lo hacen por un partido; es la manera de dar sentido político al sufragio. Votar por una persona es un cheque en blanco, votar por un partido es avalar un proyecto. Pero cuando el partido se desentiende de sí mismo en el afán de ganar votos, podemos decir que tenemos un problema.

En México los partidos son poderosos, se mantienen razonablemente cohesionados y cuentan con privilegios desproporcionados en más de un sentido. Así como en el pasado fueron factor de desencuentro y polarización, en los últimos años han contribuido a la realización de importantes reformas. Los partidos han transitado venturosamente por la democracia, pero la democracia aún no transita al interior de aquellos, lo que los ha distanciado de la sociedad y ha frenado el acceso de muchos ciudadanos interesados en participar en la política.

La reelección consecutiva podría acentuar este proceso de descomposición partidista, ya que el votante privilegia al candidato y cada vez menos a la organización política. A su vez, el candidato asume que él es el proyecto y no la organización que le postula.

Un partido que ignora su causa erosiona su proyecto político y lo vuelve vulnerable en extremo. Allí están Movimiento Ciudadano y su candidato a gobernador en Nuevo León, Fernando Elizondo. La conexión programática entre ambos es nula. En un momento crítico, a semanas de la elección, el candidato declina a favor de otro candidato, de uno que, por cierto, ha declarado la guerra a los partidos nombrándose independiente. Así, Elizondo se desentiende de proyecto, del programa y de la causa. No expresa lealtad porque no tiene sentimiento de pertenencia. El partido que pretendió utilizarlo acabó siendo usado. El pragmatismo se impone de principio a fin, solo que en la etapa críticaquien lo practica es el candidato y no el partido. El supercandidato que Movimiento Ciudadano creyó haber fichado se quedó en 2 por ciento de las preferencias. Consciente de su fragilidad, Fernando Elizondo huyó de la contienda y se arropa en un proyecto ajeno y distante. Escapar fue el objetivo real de una declinación camuflada con la absurda tesis de que compartirá el poder si el beneficiario resultara ganador.

La realidad es que los sistemas de mayoría relativa y de elección directa de autoridades ejecutivas no pasan por el acuerdo previo de contendientes. Quien obtiene el voto obtiene la responsabilidad. El poder no se comparte, mucho menos cuando cultura y ley apuntan a un esquema personalizado del ejercicio de gobierno.

Nuevo León también ilustra lo que está ocurriendo con las candidaturas independientes. La idea es útil y responde al derecho de ciudadanos sin partido a ser votados, pero lo que ha acontecido en Nuevo León no aplica a este caso. Jaime Rodríguez pudo ser candidato de cualquier partido. A pesar de su larga historia en el PRI y en las instancias más autoritarias y conservadoras, calculó con acierto que era más redituable erigirse en campeón del descontento ante partidos y en recurso diferenciador, y obtener así la adhesión de muchos insatisfechos con el régimen bipartidista que ha dominado la escena política local.

El PAN ha asumido el costo mayor, se ha desdibujado y su candidato a gobernador encara una intención de voto menor a la mitad de su nivel histórico. La posibilidad de quedar en el tercer sitio de las intenciones de voto es altamente probable. El candidato Felipe de Jesús Cantú no entendió que su partido también es objeto de rechazo y descontento; que el PAN en Nuevo León es visto como parte del orden actual y no como opositor. Parece que el candidato ignora que el PAN gobernó al país por 12 años y que en Monterrey ha estado en el poder 22 de los últimos 25 años.

El descontento con el régimen bipartidista ofrece un blindaje nada desdeñable a Jaime Rodríguez, El Bronco. Las fragilidades del candidato están a la vista: su pasado partidista reciente, las cuantiosas operaciones inmobiliarias durante su tránsito en el gobierno local, las omisiones en su reporte patrimonial y su resistencia a suscribir la iniciativa “3 de 3”, su simpatía por la idea de armar a ciudadanos para crear cárteles buenos —como si los hubiera—, sus antecedentes de violencia intrafamiliar, su recurrente violencia verbal y el abuso de temas familiares trágicos, en duda, para incidir en su autovictimización. Cualquiera de estos asuntos sería devastador para un candidato de partido.

La realidad es que el deterioro del sistema partidista provoca un déficit de legitimidad y abre la puerta a opciones políticas inéditas y de muy alto riesgo que encuentran en la figura electoral de candidato independiente su mejor tarjeta de presentación. La cuestión es que en ningún lugar del mundo hay democracia sin partidos. Urge que los partidos aborden su crisis antes de ser arrollados por la inercia de su desgaste y por su negligencia con la democracia.

http://twitter.com/liebano
Columna publicada con la autorización expresa de su autor.
 

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