Mete la mano, saca la mano

Mete la mano, saca la mano
 
 
 
 
 
 
El prestidigitador hace un gesto grandilocuente, toma la moneda entre sus dedos pulgar, índice y corazón, y la enseña a la audiencia. La gira un poco, mientras su otra mano se aproxima, la recoge y aprisiona en un puño que muestra al público que aguarda, expectante. Abre poco a poco la mano, y la moneda ya no está ahí. Aplausos. Magia, dirán algunos.

Mero ilusionismo, dirían otros. Y tendrían razón: lo que en apariencia es un acto de magia, algo inesperado, no es sino la secuencia perfectamente coordinada de acontecimientos preparados con antelación. Una puesta en escena con el público a corta distancia, en la que el ilusionista sabe cómo guiar la atención de los espectadores a donde le conviene. Así, mientras un simple movimiento, una mirada, una entonación peculiar dirige los ojos de la audiencia a un lugar específico, la otra mano desliza simplemente la moneda en el bolsillo. ¡Presto!, y los aplausos se recrudecen conforme el truco adquiere mayor complejidad: monedas, conejos, motocicletas. Trucos de cartas, ayudantes partidas por mitad, escándalos políticos. El mago recurre a toda clase de artimañas y efectos para desviar la atención hacia el lugar preciso, en el momento indicado: el público, además, paga gustoso la entrada a un acto en el que sabe de antemano que será engañado.

A nadie sorprende, en realidad, saber que el órgano electoral sería sujeto a presiones extraordinarias en el proceso que atravesamos. Es natural: la violencia generalizada, la colusión entre delincuentes y autoridades, los resentidos habituales. No era sino lógico asumir que, en un entorno en el que, además, se suman sanciones nunca antes vistas para los infractores de la ley a la bisoñez del árbitro de la contienda, los intentos de desprestigiar a la autoridad se multiplicarían. Intentos que, como hemos visto, han sucedido puntualmente, ejecutados por quien sin duda tiene un objetivo muy claro.

¿En dónde está la moneda? ¿En el puño cerrado que nos señala el ilusionista con su mirada y sus gestos, o en la mano que se desplaza con discreción hacia el bolsillo? Lorenzo Córdova hoy encarna, a ojos de algunos sectores, lo peor del racismo nacional: el gran Jefe Chichimeca lo perseguirá por algún tiempo, y pone en riesgo su permanencia al frente del mismo. Sin apasionamientos: la vulnerabilidad de su presidente pone en riesgo al Instituto Nacional Electoral, en un momento de por sí comprometido. La institución está en riesgo, y eso es, precisamente, de lo que versaba la conversación en la que relataba cómo su interlocutor lo amenazaba con impedir la realización de los comicios. Sí, tal vez de malos modos, pero el fondo, la moneda que se esfuma de la vista del público es, precisamente, esa: los comicios están en riesgo, ya sea por las acciones concretas de los grupos representados por quien ahora se dice ofendido, o por el mero hecho de la revelación de dichas conversaciones, en las que el énfasis ha sido puesto sobre el tono de la conversación y no sobre la materia de la misma. En realidad, la atención de la audiencia ha sido puesta en el lugar en el que al ilusionista le conviene, y no en donde debería de estar para adivinar en dónde está la moneda: a final de cuentas, el público sabe que será engañado y no puede resistirse al morbo. De ahí el desfile de plañideras de lo políticamente correcto, mientras que el arribo a buen puerto de la elección se complica por instantes: vivimos la prelación de lo morboso sobre lo importante. El ilusionista mete la mano, saca la mano, y tiene más trucos en la chistera. Muchos, muchos más. ¿Qué queremos? ¿Más actos de magia o instituciones que funcionen?
 

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