Noche de paz... las 12 y ¿sereno?

Noche de paz... las 12 y ¿sereno?
Estamos como agua para chocolate en México. No nos calienta ni el sol. El árbol de la esperanza como que no anda tan firme y se anda secando y, en general, digamos que por aquí andamos volando bajo. ¿Qué más?...

Nada, que por estos días las noticias malas nos agobian, son tan vertiginosas y tantas que parece que el mal de ojo nos cayó encima, la mala bilis, o la bilis negra... Todo junto...: Los días previos a la Navidad han sido de ajustes de cuentas, de dimes y diretes, de muertos y desaparecidos, de gobierno que no sabe cómo gobernar y gobernadores que no lo son, de fuerzas leales que miran desconfiadas y miradas lejanas que nos ven con desconfianza y recelo, acaso con conmiseración, también.

Hoy México no cuenta con aquella imagen externa de fuerte, valiente, dicharachero, feliz, complejo y completo, de arte en la mirada y en los hechos y de fotografía de cuerpo completo con el arado y la yunta, para producir lo que se habrá de comer el humano. Hoy no. Tenemos que entendernos en nosotros mismos y descubrir cuándo y por qué perdimos la ruta que nos habría de conducir a puerto seguro... Un día perdimos el camino... o nos lo hicieron perder y nosotros, como en el Flautista de Hamelin, seguimos la música para conducirnos al abismo...

Sí, aquí las cosas aquí están peor que antes. Y nada parece contener los hechos y nada parece mostrar que el poderoso se engrandece con la situación. Porque los grandes hombres, ya se sabe, se valoran en los tiempos malos porque los convierten en tiempos buenos.

Pero ‘ya baste de rigores, mi bien, baste’ que dijera sor Juana. Porque estos son los días en los que todo parece estar hecho para el descanso del guerrero. Para sentarnos a reflexionar y recordar: o recordar y reflexionar. Son días en los que los mexicanos, como en casi todo el mundo occidental, habremos de beber y comer, y cantar y alegrarnos cuando se tiene cómo o bien, habrá quienes se entreguen a la tristeza o la nostalgia: de todo hay en días de terciopelo rojo.

En mi tierra oaxaqueña todo está dispuesto para celebrar, porque a la manera de Serrat, por estos días “el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano, sin importarles la facha...”.

Me acuerdo. Sí, me acuerdo. Por aquellos años los niños que éramos entonces teníamos preparada la fiesta. Los colores. Las maramotas, que son globos gigantes hechos de papel de china iluminados por las noches en su interior. Comenzábamos por comer tejocotes a hurtadillas, jícamas, mandarinas, dulces de piloncillo y cacahuates; calabaza en tacha... Había que ayudar en la casa, limpiar los cuartos y sacudir todo en el gran patio y luego barrerlo y dejarlo esponjoso, porque llegarían las visitas. Y teníamos que vestirnos de domingo aunque fuera entre semana.

Las mujeres de la casa, comandadas por la gran Jefa, se esmeraban para preparar las ricas viandas para la noche del 24 y el recalentado de todos los días siguientes: lo mejor, mientras más sencillo aun mejor, sobre todo si las cosas no estaban como para cenar más allá de las ricas aves y carnes del campo y mejor hechos en los moles oaxaqueños que eran nuestro refugio y son la sangre de nuestra sangre.

La alegría desbordaba. No había tiempo para mirar de lado. O, acaso, nosotros éramos quienes estábamos al lado. Estaba bien. No faltaba un plato en la mesa para cada uno y para quien quisiera sentarse con nosotros: la casa, como todas las casas de allá, son de puertas abiertas y una copa de mezcal para el alma, que ya se sabe y se ha dicho, que al mezcal oaxaqueño no se le toma: se le besa.

A partir del 8 de diciembre todo comienza allá, de forma tenue, como un murmullo, como pisadas en silencio que luego toman forma de marcha. El 8 de diciembre, Juquila; el 12 de diciembre, Guadalupe, el 18 de diciembre, Soledad; el 23 ¡la Gran Noche de rábanos”!, el 24 Nochebuena, el 25 Navidad... y más y más fiesta, y castillos de colores y música y chirimía y cantos y piñatas y luces que nos dicen que ‘de colores se visten los campos en la primavera’, aunque sea invierno, el chiste está en que por encima de todo y por todo estábamos y aun hoy, estaremos juntos.

Porque estos son los días en los que todos nos juntamos: familia, amigos, compañeros, cuates, conocidos: todos. Son días en los que no se escatima un abrazo fuerte y el mejor deseo para que la fiesta sea eso, fiesta: ni más, ni menos. Para quien quiera... Para quien pueda...

Porque, precisamente en estos días de solidaridad y aliento, no hay que olvidar que “dadas las actuales circunstancias del país” más de 54 millones de mexicanos pasarán esta Navidad en precariedad; más de 17 millones entre la actividad informal y el desempleo y otros fuera del país porque aquí no había mesa para ellos.

Aun así, que sean días de reflexión y sin pérdida de conciencia de lo que se vive hoy aquí. Que luego de la reflexión y el intercambio de ideas, seguro saldrán más para encontrar respuestas a las preguntas que no se nos contestan. Mientras tanto, digamos que somos felices, que ya vendrán los días de las cuentas claras y el chocolate espeso.
 

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