El 2014, año de la movilización social

El 2014, año de la movilización social
Si algo tuvo de particular este 2104, fue el hecho de que las calles nuevamente se convirtieron en el escenario donde la sociedad manifestó su rechazo a situaciones muy particulares. Principalmente en el último trimestre del año, donde los hechos de violencia tomaron una significación mayor en cuanto a indignación y solidaridad con las víctimas entre ciertos sectores de la sociedad.

Ayotzinapa y los 43 estudiantes normalistas desparecidos y presuntamente asesinados por el crimen organizado en complicidad con las autoridades locales, fue la “gota que derramó el vaso” de la indignación social.

Marchas multitudinarias en importantes ciudades del país y el extranjero, manifestaciones públicas de rechazo a la inseguridad y la corrupción que priva en las instituciones locales –principalmente las de Iguala y Cocula en Guerrero-, presión internacional al gobierno federal y una solidaridad auténtica pocas veces vista, hicieron que este caso se convirtiera en la noticia del año.

Ayotzinapa tuvo y tiene todavía un alto costo social, político y de imagen en el gobierno de Peña Nieto. Fue la confirmación de que nada ha cambiado en términos reales de mejoramiento de la seguridad pública en los dos años que lleva gobernando.

La estrategia de enfrentar al crimen organizado sigue fallando y lo que es peor, ahora las acciones violentas rayan en actos terroristas. Por eso Ayotzinapa fue el motivo de las movilizaciones sociales, porque fue el límite del hartazgo ante los abusos tanto de criminales como de autoridades.

El 2014 estuvo marcado por dos historias diametralmente opuestas. Al inicio de año, el gobierno federal celebraba la aprobación de las tan ansiadas reformas estructurales, Peña Nieto era el “salvador” de México como lo catalogó la revista Time. Todo pintaba hacia un futuro promisorio con la reforma energética y con el petróleo y los hidrocarburos, que seguirían siendo la salvación del país, nada más que ahora con inversión privada extranjera.

Pero apareció primero el caso de las ejecuciones de civiles en Tlataya hecha por miembros del ejército. La prensa extranjera reveló lo sucedido y el gobierno de Peña Nieto empezó a perder fuerza y credibilidad en cuanto a temas de derechos humanos.

Y con esto se puso en evidencia que la estrategia de seguridad nacional no va a ningún lado y su falta de efectividad se revierte de forma negativa en contra del gobierno federal.

Entre los hechos sucedidos en Tlatlaya, luego la tambaleante situación de Michoacán, Guerrero, Estado de México y finalmente el caso Ayotzinapa, se pasó de la pasividad y supuesta tranquilidad social, a manifestaciones de verdadero enojo y repugnancia por esos acontecimientos que cimbraron la conciencia del país.

2014 nos deja un sabor amargo. No solamente por estos hechos, sino porque haciendo un balance objetivo de las cosas, no hay un indicio real que nos lleve a suponer que estos actos no se repitan de nuevo en algún momento.

Es decir, quedamos ante un panorama sombrío al darnos cuenta de lo desprotegidos que estamos como sociedad en temas de seguridad pública, derechos humanos e impartición de justicia.

Muy al contrario de lo que uno quisiera pensar, la temperatura de las cosas sigue en nivel de amenaza grave. En Michoacán se reavivó el tema de las autodefensas, en Guerrero secuestraron y asesinaron al padre Goyo cuando se supone que las fuerzas federales tenían control de ese estado; lo mismo que en Acapulco, donde siguen levantando y asesinando personas.

A pesar de todo lo bueno que tuvo este año que termina –cada uno tendrá su balance -, en temas de derechos humanos y seguridad las cosas se agravaron en los últimos tres meses. Ni la puesta en marcha de la Gendarmería Nacional ni el reforzamiento de zonas conflictivas con más elementos federales, ha cambiado el panorama.

Algunos estados –Michoacán, Guerrero, Estado de México, Tamaulipas y Veracruz- siguen siendo una bomba de tiempo.

La sociedad se movió, salió a las calles y puso mucha presión al gobierno federal. Este fue uno de los aspectos más esperanzadores con el que podemos cerrar el 2014. Pero como siempre sucede, ya no basta con movilizarse y protestar, ahora necesitamos pensar y diseñar mecanismos que nos lleven a empoderarnos y tomar el poder real de las cosas.

Hay que llevar todo hacia el diseño de propuestas en donde las masas puedan castigar a las autoridades incompetente; que los funcionarios corruptos vayan a la cárcel; que los políticos cumplan sus promesas de campaña y si no funcionan, que se larguen.

Sabemos que para llegar a esto hay que romper un círculo de poder y corrupción en donde los políticos y empresarios navegan libremente y que no tienen la menor intención de mover nada del sistema que para ellos funciona a la perfección.

Pero parece –al menos ese es mi deseo para el año nuevo­- que el 2014 pueda ser el punto de partida de un movimiento social que no solo se quede en las marchas y mítines, sino que se convierta en un motor de cambio con propuestas inteligentes y mucha solidaridad social, pero al mismo tiempo que no degenere en un partido u organización política tradicional.

Que el 2015 sea pues un año renovador y que nos permita seguir luchando para transformar a este México para recuperar al menos, que podamos transitar libremente sin el miedo de ser balaceados, secuestrados o desaparecidos. Si volvemos a tomar las calles y perdemos el miedo a los criminales y funcionarios corruptos, ya estamos por un buen camino para lograr un cambio.

¡Feliz año nuevo y que esté lleno de bendiciones y esperanza renovadas para todos! 
 

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