Al recorrer la enorme bodega donde hace tres meses, el 30 de junio, ocurrió un supuesto enfrentamiento entre hombres armados y elementos del Ejército, con un saldo de 22 presuntos criminales muertos (una mujer incluida) y un militar herido, resaltan varias cosas:
1.- Sobre la intensidad del enfrentamiento. La PGR contabilizó solo 48 impactos de bala en las paredes del lugar. Los marcó con un número cada uno hasta sumar 48. Ni uno más. En el piso no hay círculos que exhiban impactos de proyectiles. En el techo tampoco.
2.- Sobre la duración del enfrentamiento. Si la refriega hubiese durado tres horas, como se ha informado, eso implicaría que en promedio se hubiera disparado un balazo cada 3.7 minutos. Si adicionalmente se cuentan 22 balas por cada uno de los muertos y una más por el soldado herido, serían al menos 71 proyectiles usados. Durante la balacera se habría disparado una bala cada 2.5 minutos. Parece largo tiempo entre disparo y disparo, aunque falta contar los impactos en los vehículos de los criminales que ahí estaban, así como de la camioneta militar.
3.- Sobre la dirección de los tiros. Los orificios de la mayoría de proyectiles en los muros, balazos aparentemente realizados a distancia (por el pequeño diámetro que tienen los hoyos), están marcados y enumerados con tinta blanca a lo largo y ancho de los 360 grados de la bodega. Es decir, parece que hubo disparos desde y hacia todos los puntos del sitio. Hay impactos de bala que por el ángulo de entrada en los muros de la bodega se hicieron desde adentro hacia afuera y otros de afuera para adentro, desde la carretera.
4.- Sobre las presuntas ejecuciones de criminales. La PGR marcó con letras negras —de la A hasta la G— siete impactos de bala en tres zonas de los muros, los cuales están manchados con restos de sangre. Esos salpicados hemáticos aún se aprecian con nitidez.
Las letras están impresas en pequeñas calcomanías blancas que cuentan al pie con una pequeña escala métrica para medir el grosor de los impactos en los muros, los cuales son grandes, de hasta cuatro centímetros, como si hubieran sido realizados a corta distancia.
Los disparos impactaron a la altura del pecho o la cabeza de los blancos pegados a los muros. Otros más lo hicieron a la altura del vientre, salvo que los objetivos estuvieran hincados.
5.- Sobre la hipótesis de que algunos criminales fueron ultimados en el centro del lugar. Toda la bodega es de tierra clara en su piso. Sin embargo, justo al centro del lugar hay un enorme espacio casi redondo (de unos cinco metros de diámetro), donde fue colocada grava muy oscura. Es una especie de gruesísima alfombra de grava negra semiaplanada. Parece que hubiera sido arrojada ahí para ocultar algo. Justo ahí hay dos veladoras avejentadas, probablemente colocadas en julio pasado por familiares o amigos de los muertos.
6.- Sobre la hipótesis de que el sitio pudo haber sido utilizado como casa de seguridad para enclaustrar secuestrados. En el primer comunicado de la Sedena se informó que dos mujeres secuestradas habían sido liberadas después del supuesto enfrentamiento. Resulta poco probable que el bodegón, que semeja un hangar aéreo, pudiera haber sido usado con ese fin: la enorme bodega, de unos cuatro metros de alto por 25 de frente y 40 de fondo, no tiene puerta alguna, está completamente abierta a la vera de la carretera que conduce a Arcelia, Guerrero, desde este poblado. Cualquier persona que pase por ahí puede ver lo que hay al interior.
7.- Adentro del lugar, en el piso, todavía hay dos prendas de ropa interior de hombre, unas medias de mujer, tres cepillos de dientes y un desodorante.
8.- Hay decenas de restos de viejas botellas y latas de cerveza, de refrescos, de bebidas hidratantes, restos de medicamentos, y decenas de vasos de plástico destrozados, como si ahí hubiera habido una fiesta.
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El lugar de los hechos está ubicado en este poblado mexiquense de alrededor de 3 mil habitantes que se llama San Pedro Limón, localizado en el municipio de Tlatlaya, a unas cuatro horas de la Ciudad de México. Al recorrerlo se constató que aparentemente sí es un pueblo con fuerte presencia de narcos: en todas las entradas y salidas, y a la largo de varios kilómetros de distancia del poblado, en cualquier dirección, el pavimento de la carretera tiene tramos rotos, evidentemente picados a propósito.
En cada uno de esos lugares siempre hay una pareja de jóvenes con picos y palas parados al lado de los hoyos, simulando que van a arreglarlos. En realidad son halcones con radios y celulares a la mano, uniformados al estilo Édgar Valdés Villarreal, La Barbie, con camisetas Polo de caballos polistas y grandes números; observan detenidamente quién viaja dentro de los vehículos. Son una decena de puntos de vigilancia donde siempre hay motonetas relucientes en las que se transportan los jóvenes.
Se presenció sobre la calle principal un cortejo fúnebre a pie y lo mismo: los hombres que cargaban el féretro y varios asistentes iban en plan Barbie, con el mismo estilo de camisetas Polo, cadenotas de plata u oro al cuello, radios al cinto, cabellos muy cortos, semblantes hoscos, miradas temibles.
En otros puntos del lugar se pueden observar enormes y lujosas camionetas todoterreno de reciente modelo.
Las autoridades locales, que atienden en la cabecera municipal, en la lejana y serrana Tlatlaya (la mayoría de las nubes flotan por debajo de las barrancas del lugar), adonde se llega por terracería, se negaron a hablar de cómo se vive ahí, de si hay violencia o no, de si los agobian criminales, de si la siembra y trasiego de drogas (mariguana y amapola) es común, como reportan los cuerpos de seguridad del Estado mexicano…
Vía: Milenio.
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