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Los investigadores apuntan que ello ocurre porque “el mal olor es comúnmente relacionado con la vulnerabilidad, que fomenta sentimientos de preocupación”. En otras palabras, Wlas personas sí te mirarán para abajo, pero también te darán privilegios”.
Los científicos pusieron a 36 participantes en dos grupos: la mitad olfateó una camiseta empapada en “sudor humano, cerveza y otros olores desagradables”, mientras a la otra mitad se le asignó una camiseta con “olor más neutral”.
Los participantes, a quienes se les pidió que imaginaran que el objeto pertenecía a alguien con quien trabajaban, generalmente mostraron más conmiseración hacia los colegas imaginarios que olían peor.
Traducir esto a la vida cotidiana es bastante patético; dejar el desodorante no es el consejo más alentador (nadie quiere ser víctima de lástima), pero si lo que buscas es “amabilidad” y quizá privilegios con tus colegas, es una opción probada.
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