Con cariño, al maestro Joaquín López-Dóriga en su aniversario
Liébano Sáenz. Lo más difícil, lo más complejo, siempre ha de ser la secuela de la tragedia. Lamentables, los decesos y la pérdida de patrimonio, en especial para los que muy poco tienen. Para todos ha sido una prueba fuerte, como también lo ha sido, desde otro ángulo, una lección ciudadana de vida. La solidaridad de muchos frente a los hermanos en dificultad es, sin duda, el saldo más relevante y trascendente. Los trágicos castigos de la naturaleza son parte de nuestra historia, pero no de nuestra identidad, y mal haríamos los mexicanos en suscribir con resignación tal circunstancia. Las enseñanzas nos llaman a desarrollar una mayor capacidad de respuesta, en particular cuando ha ocurrido que una autoridad da la alerta, y otra la ignora. Sí, hay que establecer un precedente que signifique responsabilidad frente a la negligencia. Esto ayuda, pero no es lo más importante, sobre todo, cuando se vuelve recurso para dirimir diferencias o la competencia política. Medrar con la tragedia quizá pueda ser rentable, pero no deja de ser uno de los medios más bajos para conseguir capital político.
Son muchas las lecciones que se desprenden de los acontecimientos. Las evidentes: actualización del atlas de riesgos en regiones y municipios, los mecanismos de reacción inmediata, las previsiones institucionales para auxiliar a la población, particularmente en el abasto; el fondeo oportuno de las acciones y programas emergentes en el momento de la tragedia, la capacitación de recursos humanos y voluntarios para el caso de siniestro, la actualización de los programas de protección civil de estados y municipios, el desarrollo de una comunicación moderna y personalizada a través de la telefonía celular y las redes sociales y el papel informativo de los medios electrónicos.
Al país, ni lo doblan ni lo reducen los golpes de los fenómenos naturales. Hay heridas, muy profundas en algunas regiones, sobre todo cuando la gravedad del daño se acompañó de funcionarios negligentes o de acciones de autoridad que expusieron a la población, como la autorización de vivienda en territorios de riesgo. Por fortuna, la tragedia también abre espacios para recuperar el sentido de proyecto y destino común, por encima de las diferencias. El reencuentro de las autoridades con la sociedad a la que se deben ha sido uno de los desenlaces rescatables.
Hay un pasado inmediato que ha obstruido el sentimiento y el propósito de unidad y que está marcado por hechos concretos: la disputa por las candidaturas presidenciales, la apasionada y vehemente lucha por el voto y su conclusión con malos perdedores, la necesidad de anteponer el Pacto entre los competidores políticos desde el mismo inicio de gobierno, en medio de condicionamientos y sospechas; el doble lenguaje de la oposición respecto de las reformas, las resistencias propias de todo proceso de cambio, etcétera. Es cierto, el castigo de la naturaleza se ha convertido en un llamado de atención y en una invitación a dar una dimensión justa a lo que nos separa, pero también a lo que nos une.
La realidad es que el país debe reemprender su camino. La reconstrucción planteada por el presidente Peña Nieto llama no solo a restablecer lo que ya existe, sino a mejorar, a transformar para bien. Ésta no solo es una tarea material; es, fundamentalmente, una convocatoria de carácter moral hacia una nueva actitud ante nosotros mismos, una perspectiva en la que el interés personal o de grupo se acompañe del auténtico interés de todos. En el futuro próximo deben concretarse transformaciones fundamentales. Hay diferencias, como siempre, pero éstas no deben inhibir la expresión de la mayoría. Las minorías tienen derecho no solo al rechazo, también a ejercer sus derechos para hacer valer su punto de vista; sin embargo, no hay lugar al chantaje, y tampoco es admisible que la tolerancia y la prudencia sean sometidas a prueba por la provocación.
Las oposiciones tienen una responsabilidad mayor en la tarea. Mucho de lo que ahora se discute está en la mesa de las propuestas desde hace 15 años. Si en el pasado no hubo logros quizás ha sido por la falta de destreza de quien propone o tal vez por la cortedad de miras de la oposición en turno o por ambas causas. El hecho es que el país requiere cambios para transitar hacia un mejor futuro. Creer que se puede continuar igual en materia energética, financiera o hacendaria es simplemente ignorar las grandes dificultades que enfrentan los mexicanos, en particular, los que poco o nada tienen.
Un aspecto a considerar, respecto a lo que ahora se propone, es que los beneficios mayores se presentarán en los años próximos. El gobierno que inicie en 2018 contará con una sólida base para actuar en favor del país; y ya no tendrá que dedicar un primer año de esfuerzos, manteniendo un complicado equilibrio, para propiciar cambios difíciles de procesar, como hasta ahora ha ocurrido. Las reformas en materia de educación, finanzas, transparencia, rendición de cuentas, hacendaria, bienestar social, etcétera, significarán que en el futuro el debate nos remita a una discusión sobre cómo mejorar y perfeccionar lo que ya se ha hecho, a diferencia de la discusión vigente sobre temas que otras naciones superaron hace décadas.
Las oposiciones deben asumirse como competidores y, eventualmente, como futuros gobiernos. Y esa es la perspectiva que debe moverlos a conciliar el interés de partido, con el interés nacional. Atrás debe quedar el agravio por la derrota o el cálculo mezquino de condicionar las reformas que el país necesita a la aceptación de los cambios que las fuerzas políticas necesitan para mejorar sus perspectivas electorales. Desde luego que es mucho lo que hay que transformar para mejorar, pero es crucial entender que los cambios no deben estar a la medida del objetivo inmediato, sino del interés general.
Es deseable que las dirigencias nacionales recuperen el ánimo, el propósito y la perspectiva que las animó suscribir el Pacto por México. Mucho es lo que se ha logrado, pero hay agenda pendiente. La competencia al interior del PAN y del PRD ha afectado al Pacto y ha hecho resurgir la desconfianza y la propensión de algunos al chantaje. Los cambios, esos que son profundos y esenciales, nunca han sido fáciles, y no han de serlo ahora, pero atendiendo a la misión nacional, debemos reconocer que el bien de México los requiere.
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