Tintero. Los ecos de las detonaciones se oían en todo el lugar, no obstante, serían los alaridos de aquellos que caían en la batalla los que habrían de quedar grabados en las memorias de los sobrevivientes. Las acciones durante el enfrentamiento levantaban polvo y arena que irritaban los ojos de los soldados, cosa que no ayudaba a calmar la desesperación que sentían los que vestían uniformes celestes por no poder hacerle frente a los más acérrimos enemigos de su patria.
Con el paso de las horas el número de los que, según los ponentes de la Alianza Económica Internacional, luchaban por reinstaurar la democracia y legalidad fue mermando, tanto así que a la sexta hora de iniciado el encuentro bélico su general ordenaba la retirada. “¡Dispárenles por la espalda, ellos nos harían lo mismo!”, indicaba el teniente más cercano al dictador, al que todos los demás militares obedecían sin chistar. “Ellos nos harían lo mismo”, susurraban para sí algunos de los reclutas en tanto preparaban sus tiros…
Ya consumada la victoria sobre las fuerzas invasoras del norte, los generales presentes, usando sus radios, llamaban a camionetas de carga para que esas llevaran los cuerpos de los derrotados a otros lares de tierras fértiles, donde serían enterrados. “Alimentar a los gusanos es lo único provechoso que se puede hacer con ellos” dijo alguna vez el dictador en un mensaje a su nación. Los cadáveres restantes, los de ropas negras, habrían de ser entregados a las familias correspondientes, las que definirían su destino.
Las noticias del triunfo ya habían llegado a los oídos de la máxima autoridad, pero fue hasta que la Luna se encontraba en la cima del cielo cuando en la mítica habitación del Palacio Central empezaba a haber movimiento: la endeble mesa servía de piso para una botella de vino tinto y dos copas de cristal.
“En algún universo no nos conocemos, yo continúo buscando fósiles de dinosaurios en los desiertos y tú dando clases de economía en la universidad, ¿quién crees que está más frustrado”, le preguntaba el mandatario a su ministro de finanzas a la vez que vaciaba un poco del líquido carmesí en ambos recipientes. “Supongo que yo, porque tú no tienes que lidiar diariamente con las consecuencias de una fallida selección natural, es más, puedes olvidarte de los demás miembros de tu especie”, respondía el otrora golpista mientras tomaba la copa entre sus dedos. “Buen punto… Lo curioso es que frustrados y todo no tendremos que morir por un balazo en la sien” reviraba el gobernante. “No nos disfracemos de mártires que no nos queda, después de todo esa es la muerte que nos corresponde como los lobos renegados que somos, ¿o me dirás que lo que nos diferencia de las otras bestias es que nos importa el bienestar de las ovejas?, ¡por favor!, la razón por la que somos distintos a los demás depredadores es que nos gusta comer a los de nuestra misma calaña. Nosotros no anhelamos tener vástagos ni una esposa con la que salir al parque los domingos, lo que amamos es guerrear contra rivales de alto nivel. ¡Al demonio los rebaños!, si queremos que nuestra especie deje de dar pena debemos de convertirlos en jaurías” argumentaba convencido el actuario. “Eres un cabrón… ya recuerdo por qué me asocié contigo… ¡Salud por la caza del día!”...
Con el paso de las horas el número de los que, según los ponentes de la Alianza Económica Internacional, luchaban por reinstaurar la democracia y legalidad fue mermando, tanto así que a la sexta hora de iniciado el encuentro bélico su general ordenaba la retirada. “¡Dispárenles por la espalda, ellos nos harían lo mismo!”, indicaba el teniente más cercano al dictador, al que todos los demás militares obedecían sin chistar. “Ellos nos harían lo mismo”, susurraban para sí algunos de los reclutas en tanto preparaban sus tiros…
Ya consumada la victoria sobre las fuerzas invasoras del norte, los generales presentes, usando sus radios, llamaban a camionetas de carga para que esas llevaran los cuerpos de los derrotados a otros lares de tierras fértiles, donde serían enterrados. “Alimentar a los gusanos es lo único provechoso que se puede hacer con ellos” dijo alguna vez el dictador en un mensaje a su nación. Los cadáveres restantes, los de ropas negras, habrían de ser entregados a las familias correspondientes, las que definirían su destino.
Las noticias del triunfo ya habían llegado a los oídos de la máxima autoridad, pero fue hasta que la Luna se encontraba en la cima del cielo cuando en la mítica habitación del Palacio Central empezaba a haber movimiento: la endeble mesa servía de piso para una botella de vino tinto y dos copas de cristal.
“En algún universo no nos conocemos, yo continúo buscando fósiles de dinosaurios en los desiertos y tú dando clases de economía en la universidad, ¿quién crees que está más frustrado”, le preguntaba el mandatario a su ministro de finanzas a la vez que vaciaba un poco del líquido carmesí en ambos recipientes. “Supongo que yo, porque tú no tienes que lidiar diariamente con las consecuencias de una fallida selección natural, es más, puedes olvidarte de los demás miembros de tu especie”, respondía el otrora golpista mientras tomaba la copa entre sus dedos. “Buen punto… Lo curioso es que frustrados y todo no tendremos que morir por un balazo en la sien” reviraba el gobernante. “No nos disfracemos de mártires que no nos queda, después de todo esa es la muerte que nos corresponde como los lobos renegados que somos, ¿o me dirás que lo que nos diferencia de las otras bestias es que nos importa el bienestar de las ovejas?, ¡por favor!, la razón por la que somos distintos a los demás depredadores es que nos gusta comer a los de nuestra misma calaña. Nosotros no anhelamos tener vástagos ni una esposa con la que salir al parque los domingos, lo que amamos es guerrear contra rivales de alto nivel. ¡Al demonio los rebaños!, si queremos que nuestra especie deje de dar pena debemos de convertirlos en jaurías” argumentaba convencido el actuario. “Eres un cabrón… ya recuerdo por qué me asocié contigo… ¡Salud por la caza del día!”...
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