Policías contra... ¿Policías?

Claroscuros | Luis Ignacio Sánchez


El lunes pasado acaeció en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México un hecho lamentable y por mil motivos condenable: tres personas perdieron la vida a raíz de una balacera suscitada en el área de comida rápida de dicho puerto aéreo (en la terminal 2). ¿Los hechos? Policías federales sospechosos de dejar que ciertos pasajeros viajaran con cantidades de dinero arriba de las permitidas, así como con drogas, se encontraban a punto de ser detenidos por dichas omisiones por compañeros de su propia corporación.


Al percatarse de que se acercaban a ellos para detenerles tres elementos, los transgresores (que se encontraban sentados en la ya citada área de comida rápida) desenfundaron sus armas y dispararon contra aquellos encargados de arrestarlos de manera tan repentina, que los agredidos no tuvieron oportunidad de defenderse. El resultado fue, como ya quedó dicho, de tres muertos, aquellos que se encontraban en el cumplimiento de su deber.

Esto suceso es lamentable por dos razones. La primera lógicamente por el hecho mismo: la pérdida de vidas humanas. El segundo, por la evidente descomposición de las corporaciones de seguridad pública, en especial la que se vio complicada en este caso y a la que tantas porras ha echado el gobierno calderonista: la Policía Federal, corporación modelo y ejemplo que, se supone, deberían de imitar el resto de grupos policiacos y de seguridad del país.

Junto con las fuerzas armadas, la Policía Federal fue la punta de lanza de la actual administración en su fallida estrategia de combate al crimen organizado y, por ello, una de las instituciones que mayores recursos recibió de parte de la federación con el objetivo de sanearla, moralizarla, fortalecerla y, en suma transformarla en la corporación de seguridad  que diera garantías a los ciudadanos en todo el país y se convirtiera en el molde del cual habrían de reformarse las demás policías estatales y municipales.

Ahora la pregunta obligada sería ¿Se logró lo planteado por el gobierno federal a través de los cuantiosos recursos económicos y humanos invertidos durante todo el sexenio que este año toca a su fin? La respuesta difícilmente podría ser afirmativa, a menos que juzguemos con base en la vistosidad que dicha corporación luce en los desfiles cívicos en los cuales sus efectivos lucen, con toda la gallardía y disciplina dignas de una fuerza militar, elementos perfectamente instruidos (al menos en formaciones) que al compás de la marcha portan o manipulan equipo, vehículos y armamento de última generación, especialmente diseñado para hacer frente a la coyuntura criminal que vive el país desde hace varios años.

Probablemente el gobierno colocó para sí mismo una meta demasiado alta como para ser alcanzada en un sólo sexenio y bajo las circunstancias actuales, sin mencionar que no alentó una mejor procuración de justicia, ni hizo reformas en otras áreas para combatir la corrupción interna de los diversos órganos de gobierno. A esto hay que agregar el largo historial de irregularidades que protagonizaron (y protagonizan) los elementos de la Policía Federal.

Como ejemplo tenemos la tremenda impopularidad de dicha corporación en diferentes regiones del país. Debido a la corrupción y venalidad de sus agentes, buena parte de la sociedad la ve más con temor que con la confianza con la que debería de ser considerada una fuerza dedicada a la salvaguarda de la ciudadanía general. En el norte del país las organizaciones delictivas hacían saber (mediante las afamadas narcomantas) que se respetaban y hasta se apreciaban a las fuerzas armadas, destacando que nada se tenía contra estas instituciones, pero hacían saber también que los miembros de la Policía Federal serían perseguidos debido al hartazgo que generaban sus extorsiones y corruptelas. En Michoacán, donde también aparecieron mantas con mensajes parecidos, los grupos delictivos tuvieron menos consideraciones con los policías federales, a quienes cazaron de manera sistemática y a quienes se despreciaba profundamente por servir, como se dice coloquialmente, a Dios y al Diablo, pues dependiendo de la situación, se supo de casos en que los federales protegían a un cártel, sin que esto significara que dejaran de cobrar sus sueldos en la dependencia de seguridad pública. El problema venía cuando estos policías, para complacer a sus superiores con "resultados" en la lucha antidrogas, arrestaban a miembros de cárteles o decomisaban importantes cargamentos de estupefacientes, lo que era percibido por líderes de los grupos criminales como una traición, por lo que actuaban en consecuencia, es decir, procedían a ejecutar a los "infractores" que habían roto la regla más importante del juego: la lealtad.

Así pues, queda un largo camino por recorrer para que realmente pueda reformarse a la actual Policía Federal (y las demás del país) y se destierren de sus filas a los nocivos elementos que se dejan corromper, colocando así a la institución policiaca más importante del país en un grave dilema de legitimidad, pues la percepción general de la ciudadanía es que sus miembros (con muchas excepciones, seguramente) no actúan mas que en favor de intereses propios, y no en favor de la sociedad en su conjunto. Para comenzar a acabar con este problema, debe ponerse atención a la educación de los elementos policiacos, a su moralización y civilidad, que deben soportar cualquier prueba para asegurar que realizarán su labor con integridad y honestidad. Otro punto importante sería elevar su sueldo, de manera tal que sea más difícil que se sientan seducidos por el "oro" del narcotráfico, que ha probado ser extremadamente eficaz para corromper autoridades de todos los niveles de gobierno, problema que por cierto, pronto tendrá que ser resuelto por una nueva administración de gobierno.

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