Peña Nieto: El temor al escarnio público

Claroscuros | Luis Ignacio Sánchez


Como era de esperarse, Enrique Peña Nieto prefirió no arriesgarse a salir de su zona de confort (léase, espacios de “debate” y entrevistas controlados, con preguntas a modo y con la ayuda del famoso “chicharito” [no la estrella del ManU) y/o el teleprompter), y declinó la invitación al debate convocado por Carmen Aristegui, presumiblemente por el acento de esta conocida periodista en el tenor noticioso, que ha sido siempre de una crítica dura, pero fundamentada y respetuosa.


La negativa del candidato priista a asistir a dicho encuentro da pauta para la reflexión y al menos una pregunta obligada ¿cuál o cuáles son las razones que lo orillaron (tanto a él como a su equipo de campaña) a decidirse por no participar en el debate propuesto? Las condiciones estaban dadas para que el intercambio de ideas se realizara de una forma respetuosa e imparcial, sin favoritismos de ninguna índole y que, además, se realizaría fuera de las tradicionales empresas de comunicación masiva, que son Televisa y TV Azteca, lo que daría al encuentro mayor credibilidad para todos los candidatos, en especial al del PRI, tan duramente señalado por diversos sectores de la sociedad como una persona incapaz de argumentar una idea más o menos bien estructurada si no es bajo un ambiente controlado, con cuestionamientos previamente formulados y resueltos, y siempre con la ayuda del ya citado “chícharo” auditivo.

Pero si al final Peña Nieto ha declinado asistir a dicha reunión, quiere decir que su equipo de campaña ha calculado los costos en términos publicitarios y de popularidad, y ha resuelto que los daños a la imagen del candidato priista podrían ser cuantiosos en el caso de asistir y salir mal parado en el debate, balbuceando como la hecho en otras ocasiones y sin poder citar (dado el caso, por demás poco probable) un par de libros. En el lado opuesto, si bien no asistir provocaría costos en términos políticos y de credibilidad, en tal escenario dichos costos serian sensiblemente menores a otra metedura de pata como a las que ya nos ha acostumbrado desde la FIL de finales del año pasado en Guadalajara.

Otra lectura puede hacerse de la decisión “Peñanietista” a no exponerse a la crítica de un auditorio más analítico que el que normalmente sintoniza las novelas de las grandes televisoras, y es aquel respecto al tipo de relación que el ex gobernador del Estado de México podría desear o querer llegar a establecer con la opinión pública, en el caso de que gane las elecciones presidenciales. Dicha relación se encontraría basada en la cerrazón oficial a todo dialogo por y para dirimir las diversas problemáticas que aquejan la vida política, económica, social, etc., de un país.

La negativa de Peña Nieto a mostrarse ante un auditorio critico es muestra del dialogo sordo, oficial, en un solo sentido al que su eventual gobierno daría prioridad. Un estilo sin duda más que conocido y aplicado por los anteriores gobiernos priistas presidenciales del PRI, y vista también en varios gobiernos estatales, como es el caso de Ulises Ruiz, en Oaxaca, Mario Marín, en Puebla y Fidel Herrera en Veracruz, por mencionar sólo algunos. Negarse al debate y a expresarse ante la opinión pública es sólo muestra del desprecio en que se tiene al electorado, al que se le ve sólo como una fuente de votos. Bajo lo ya dicho puede formularse la pregunta ¿estamos los mexicanos dispuestos a volver a los días del ejecutivo todopoderoso, en que su voluntad era acción y su palabra, ley? Eso parecería augurar la eventual llegada del PRI al poder.

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