Manda quien elige

La elección presidencial y la de legisladores se descifra en un solo día a través de un simple cálculo aritmético: qué candidato o qué partido obtuvo más votos. Independiente del sistema de elección aplicable que para los cargos ejecutivos es el de mayoría simple, y para diputados y senadores, el mixto, todo el proceso se reduce a una suma de votos. Las campañas siguen su curso, el tiempo transcurre y los estudios de intención de voto manifiestan que un candidato, Peña Nieto, está en el umbral de la mayoría absoluta mientras que otros dos disputan, en cerrada competencia, el segundo lugar. La distancia entre el primero y los que le siguen es casi de dos a uno.


En estas campañas no parece anticiparse grandes sorpresas, aunque indiscutiblemente habría una si el partido gobernante pasara al tercer lugar. En amplia perspectiva, también sería motivo de asombro el hecho de que el PRI, que en la elección presidencial de 2006 obtuvo casi la quinta parte de los votos, ahora incrementara su respaldo a más del doble. Este 2012, el horizonte electoral perfila un candidato ganador que podría obtener también mayoría absoluta en las Cámaras federales. No es una regresión como tal, sino el mandato de un gobierno eficaz, de un gobierno capaz de procesar los cambios que la realidad demanda y que 15 años de poder dividido les ha regateado. 2012 puede ser un punto de inflexión para el sistema político mexicano.

La elección la resuelven los votantes en su territorio. El país padece un severo centralismo político y mediático que impide entender las realidades y dinámicas locales. Ahora queda claro, y en su momento lo señalamos, que uno de los activos más importantes del candidato del PRI era su fuerza territorial. Peña Nieto representa una alianza de los municipios, de los estados y del territorio en pos del poder nacional. Las demás opciones no lo plantean con la misma claridad. Cabe destacar que el arribo del PAN al gobierno nacional ocurrió a través de un largo proceso de lucha desde la periferia hacia el centro. El PRI ha retomado dicho curso de disputa por el poder político.

En este sentido, la desesperada apuesta al golpe mediático es un acto de audacia que habría de estrellarse con la realidad. Por ejemplo, quien busque la campaña de ataque, el error del adversario con ventaja o el impacto de uno o varios debates, no entiende la manera en la que se procesan las intenciones de voto.

La ventaja de Peña Nieto tiene como referencia lo que ha acontecido por varios años en las distintas regiones del país y la manera como los electores ven en él la posibilidad mejorar sus condiciones de vida. Hace seis años, AMLO representó algo semejante, pero su disputa con el presidente Vicente Fox lo desgastó y dio eficacia a la campaña negra del PAN en su contra. La historia difícilmente puede reeditarse.

Por otra parte, enfocar el debate en el gasto de campaña es un ardid poco útil para ganar votos. En algunos cobrará simpatía y en los propios, una complaciente justificación de la situación que ahora se les presenta. La realidad es que el PRD cometió un grave error en la reforma de 2007 al constitucionalizar la inequidad. Aquí lo señalamos, pero la respuesta fue el desdén de los legisladores y el argumento de que la crítica al cambio legal provenía de los intereses económicos lastimados. Lo cierto es que el PRD aprobó una reforma que asigna cuantiosos recursos financieros y acceso sin costo a radio y tv en la modalidad de promocionales definidos conforme al resultado de la elección de diputados. ¿Cuándo le ha ido bien al PRD en una elección intermedia? Nunca, el PRI siempre ha tenido ventaja en esas elecciones, un resultado que sirve como referente para las prerrogativas de la elección presidencial. Monumental torpeza o traición de los legisladores que votaron una reforma contra la equidad y contra sí mismos.

La realidad es que el sistema de gobierno del país no ha avanzado por el la falta de fortalecimiento a los estados y, especialmente, a los municipios. La distribución de los recursos públicos —escasos, bajo la lupa de los estándares internacionales— es abrumadoramente centralista. Al gobierno municipal, que es el más próximo a la gente, le corresponde menos de 5% de la masa de los ingresos públicos.

Los municipios en bancarrota representan una de las mayores debilidades para el sistema de autoridad en México. El problema más grave que perciben los ciudadanos, la inseguridad, mucho tiene que ver con esta circunstancia. Malas y corruptas policías son el fruto de la movilidad de autoridades designadas por tres años; otra causa radica en la falta de una modernización administrativa que marque una separación entre la gestión de gobierno y lo que es la política, y, muy especialmente, en la escasez de recursos para cumplir responsabilidades. El gobierno federal ha incrementado de manera considerable el gasto público en materia de seguridad, pero no ha ocurrido lo mismo en los estados o municipios que es donde está la raíz del problema de vulnerabilidad del sistema de seguridad pública.

Que el próximo presidente retome el federalismo y el municipalismo es fundamental para las personas y para las familias, pero necesita entenderlos y haberlo vivido. Aunque quizá no parezca un tema tan interesante desde la perspectiva de las grandes reformas, para los ciudadanos es más relevante que muchos de los asuntos que ahora están en debate. Y también lo es para la oferta de los candidatos presidenciales.

El mensaje es fondo, pero también forma; muchos electores se sienten representados o distanciados por la manera en la que cada candidato presidencial se presenta a sí mismo. Una oficina presumiblemente en la Ciudad de México puede decir mucho, pero no necesariamente alentador para quienes buscan un mejor gobierno local; un mensaje personal lanzado al vacío tiene menos inconvenientes, pero nada aporta. Los símbolos e íconos de identidad regional sí se vuelven mensaje y dicen más que las palabras que los acompañan.

Lo dicho, 2012 puede significar un punto de quiebre para el sistema político mexicano. Quizás se haga realidad el anhelo de un mejor gobierno que inevitablemente influenciará los destinos de los Estados y sus municipios. De allí viene el mandato, allí deberán llegar los resultados del gobierno que sigue.

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