Para preparar el espíritu navideño les cuento una historia con final feliz.
En este relato el acomodo del mobiliario tiene significado. El pasado jueves 15 en el escenario sólo había 10 sillas desnudas formando el semicírculo común en reuniones de iguales. Los cinco de un lado estaban apartados para la indígena y los suyos; los otros cinco para los representantes del Estado mexicano. Para entender el significado del sillerío y la trascendencia del acto retrocedo casi una década.
El 16 de febrero de 2002 unos soldados que combatían al narco en la abrupta serranía guerrerense violaron a Valentina Rosendo Cantú, una indígena me'phaa de 17 años, casada y con una hija de tres meses. El esposo, la familia y la comunidad la respaldaron para que denunciara el hecho. Ella pensaba, me dijo, que el proceso "duraría un mes". ¡Ingenua! En México la justicia es lenta y rara vez beneficia a los indígenas pobres. La Secretaría de Defensa Nacional difundió un comunicado de prensa asegurando que "los efectivos del Ejército [...] no efectuaron en dicha fecha [...] alguna operación" en el lugar de los hechos.
Al mismo tiempo aumentaron las presiones oficiales a la comunidad que quitó el respaldo a Valentina. La excluyeron de las asambleas, le retiraron el habla mientras le decían a Fidel, el esposo, "¿Por qué no la deja?, ya no es su mujer, ya fue de otros". Crecieron las golpizas del señor de la casa que terminó quebrándose para irse, dicen, al otro lado. Otra hubiera claudicado, pero Valentina resistió por su hija, por el apoyo de su familia cercana y por el de organismos civiles como Tlachinollan, Centro de Derechos Humanos de la Montaña.
Pasaron los años y Valentina sobrevivió trabajando de sirvienta en Chilpancingo. Aprendió español y estudió mientras avanzaba su caso juzgado en la corte militar, que optó por archivarlo por falta de evidencia en 2004. El asunto fue a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y luego a la Corte Interamericana, que consideró probada la violación de Valentina en un contexto marcado por la pobreza, la discriminación y lo que denominaron "violencia institucional castrense".
Entre las reparaciones que ordenó estuvo un acto de reconocimiento público de responsabilidad estatal.
La década ha dejado huella en Valentina. Ahora una mujer de 26 años con la que desayuno antes del acto; veo en ella claridad y firmeza en su relato que fluye en tono apacible y sin estridencias. Ella decidió la sede (el Museo Memoria y Tolerancia), los funcionarios que deberían estar en el estrado y el acomodo igualitario del mobiliario. Valentina es una víctima convertida en defensora de derechos humanos propios y ajenos. La acompaña el equipo de Tlachinollan encabezado por el director Abel Barrera, un antropólogo comprometido, con sensibilidad para entender personas y contextos y con el temple que se requiere para manejar los riesgos inherentes a su vocación.
Había tensión en un auditorio atiborrado de activistas curtidos en la defensa de casos de trinchera y capaces, por tanto, de apreciar cada instante de la simbólica ceremonia. El funcionario que mejor entendió el trasfondo fue Alejandro Poiré. Al principio su lenguaje corporal fue de incomodidad y distancia pero se relajó y cuando llegó su turno al micrófono no sólo cumplió con el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sino que hizo contacto visual con Valentina a la cual transmitió respeto auténtico mientras reconocía los enormes déficits en justicia y rendición de cuentas.
Poiré es un académico con madera para la política que llega a la cúspide cuando el régimen agoniza. En el año que le queda puede hacer mucho bien porque es incesante la exigencia de justicia. Ojalá y convenza al Presidente de asistir al acto con que deberán cumplir con el fallo de la Corte Interamericana sobre Inés Fernández Ortega, otra indígena me'phaa violada por la tropa.
En su turno Valentina hizo un balance de su experiencia. Habló de las dificultades para denunciar, de los abandonos y las amenazas. También reconoció a los amigos con los cuales, aseguró, "he llorado y he reído; estuvieron día con día. Gracias a ellos estoy con vida". Dedicó el final de sus palabras a Fidel, el esposo ausente, el "que se fue como un cobarde". A él le dijo: "sigo luchando, te recuerdo que pude salir adelante con mi hija. [Yanis -Flor de Calabaza en me'phaa] ya tiene 10 años, la que tú no valoraste". En lugar del lamento de la abandonada sonó la voz de la emancipada. Una ceremonia con claves sobre cómo lograr la justicia.
Al final pregunto a Valentina sobre sus planes. Su respuesta llegó envuelta en sonrisa luminosa y mirada chispeante: "estudiar para enfermera y seguir en la lucha".
Un preámbulo adecuado para abrazar a los míos y desearles a quienes me lean una Navidad llena de paz y, por supuesto, dignidad.
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Se involucraron en la investigación Rubén Alexis Guillén Monterroso y Pilar Tavera Gómez.
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