Claroscuros | Luis Ignacio Sánchez
El domingo pasado el escritor Jorge Volpi publicó en su blog una radiografía más que exacta —para mi gusto— de las condiciones políticas y sociales en las que vivió México antes del año 2000. Me refiero a cuando el país era gobernado por el partido emanado de la Revolución Mexicana, el PRI.
De esta forma, Volpi sostiene que si bien es cierto que Calderón ha sido —es y será— culpable en más de un sentido por la atroz violencia sufrida actualmente por los mexicanos, también es cierto que sus hombros no deben soportar toda la carga de las acusaciones. Los gobiernos del PRI que rigieron durante más de siete décadas al país establecieron las bases de la corrupción, tanto de individuos como de instituciones, que propiciaron la impunidad y la ilegalidad. Tan profundo se tornaba el problema, que Ernesto “Che” Guevara de la Serna llamó a México “el país de la mordida”… Algunos otros lo han llamado “el país donde todo se puede”, en clara alusión a que, con la cantidad de dinero suficiente, cualquier deseo podía materializarse, lo que incluía —aunque no se limitaba a— hacer caso omiso a las leyes.
Aunque en general estoy de acuerdo con Volpi, me parece que en algunos casos las raíces de la actual situación se encuentran mucho más enterradas de lo que pensaríamos. ¿La razón? México es un país heredero de una larga tradición de violencia y de la ley del más fuerte. No podía ser de otra forma. Lo extenso de su territorio impidió que históricamente pudiera controlarse efectivamente toda la superficie nacional. Y si a esto agregamos las injusticias cometidas por funcionarios corruptos de los diferentes niveles de gobierno, más las condiciones de inestabilidad que imperaron en el siglo XIX (y buena parte del XX), que provocaron pobreza, desigualdad y miseria, el resultado es lógico: la aparición de grupos que lucharon por mejorar sus condiciones de vida.
La Familia Michoacán se distingue bastante de sus rivales en su forma de operar y podríamos incluso rastrear sus orígenes a mediados del siglo XIX, cuando la Tierra Caliente era teatro de operaciones del tráfico de tabaco y cuyos actores, lejos de aparecer ante los pobladores de la región como bandidos desalmados, fueron considerados por sus coterráneos como mecenas y protectores. Esto fue resultado de sus acciones como garantes del orden en una tierra donde la autoridad no se apersonaba, y si lo hacía, era para abusar de su poder y sangrar —en su propio beneficio— a las familias de la región. Los traficantes al combatir tales abusos y, además, dar trabajo, establecer el orden y ayudar económicamente a los necesitados, se granjearon la simpatía de sus vecinos.
La forma de operar de la Familia Michoacana hoy no había variado demasiado. Sus integrantes guardaban el orden, proporcionaban trabajo, ayuda económica y hasta justicia. El problema sigue siendo fundamentalmente el mismo: la autoridad no se hace presente, no tiene peso ni importancia, y cuando se decide a hacer algo, es más para beneficio personal que para el beneficio comunitario. Por eso podían verse multitudes levantando pancartas pidiendo que la policía federal, y el ejército salieran de sus poblaciones. Tratan de imponerles una autoridad que se destaca por su ineficacia (la estatal y/o federal), cuando ya tienen otra que se caracteriza por su eficiencia (la de la Familia).
Hay, por supuesto, muchos ejemplos más que remontan el origen de la violencia al pasado o, mejor dicho, la lucha de la gente y los pueblos por sobrevivir y mejorar las condiciones de vida ante los gobiernos insensibles e inescrupulosos. Lo que vivimos hoy es el resultado de décadas —si no es que de siglos— de incompetencia por parte de los gobiernos para brindar a la gente hasta de las cosas más necesarias, una de ellas, y probablemente la más importante, la igualdad ante la ley, y la certidumbre de obtener justicia cuando es reclamada.
Página personal del autor: www.ignativss.wordpress.com
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El domingo pasado el escritor Jorge Volpi publicó en su blog una radiografía más que exacta —para mi gusto— de las condiciones políticas y sociales en las que vivió México antes del año 2000. Me refiero a cuando el país era gobernado por el partido emanado de la Revolución Mexicana, el PRI.
De esta forma, Volpi sostiene que si bien es cierto que Calderón ha sido —es y será— culpable en más de un sentido por la atroz violencia sufrida actualmente por los mexicanos, también es cierto que sus hombros no deben soportar toda la carga de las acusaciones. Los gobiernos del PRI que rigieron durante más de siete décadas al país establecieron las bases de la corrupción, tanto de individuos como de instituciones, que propiciaron la impunidad y la ilegalidad. Tan profundo se tornaba el problema, que Ernesto “Che” Guevara de la Serna llamó a México “el país de la mordida”… Algunos otros lo han llamado “el país donde todo se puede”, en clara alusión a que, con la cantidad de dinero suficiente, cualquier deseo podía materializarse, lo que incluía —aunque no se limitaba a— hacer caso omiso a las leyes.
Aunque en general estoy de acuerdo con Volpi, me parece que en algunos casos las raíces de la actual situación se encuentran mucho más enterradas de lo que pensaríamos. ¿La razón? México es un país heredero de una larga tradición de violencia y de la ley del más fuerte. No podía ser de otra forma. Lo extenso de su territorio impidió que históricamente pudiera controlarse efectivamente toda la superficie nacional. Y si a esto agregamos las injusticias cometidas por funcionarios corruptos de los diferentes niveles de gobierno, más las condiciones de inestabilidad que imperaron en el siglo XIX (y buena parte del XX), que provocaron pobreza, desigualdad y miseria, el resultado es lógico: la aparición de grupos que lucharon por mejorar sus condiciones de vida.
La Familia Michoacán se distingue bastante de sus rivales en su forma de operar y podríamos incluso rastrear sus orígenes a mediados del siglo XIX, cuando la Tierra Caliente era teatro de operaciones del tráfico de tabaco y cuyos actores, lejos de aparecer ante los pobladores de la región como bandidos desalmados, fueron considerados por sus coterráneos como mecenas y protectores. Esto fue resultado de sus acciones como garantes del orden en una tierra donde la autoridad no se apersonaba, y si lo hacía, era para abusar de su poder y sangrar —en su propio beneficio— a las familias de la región. Los traficantes al combatir tales abusos y, además, dar trabajo, establecer el orden y ayudar económicamente a los necesitados, se granjearon la simpatía de sus vecinos.
La forma de operar de la Familia Michoacana hoy no había variado demasiado. Sus integrantes guardaban el orden, proporcionaban trabajo, ayuda económica y hasta justicia. El problema sigue siendo fundamentalmente el mismo: la autoridad no se hace presente, no tiene peso ni importancia, y cuando se decide a hacer algo, es más para beneficio personal que para el beneficio comunitario. Por eso podían verse multitudes levantando pancartas pidiendo que la policía federal, y el ejército salieran de sus poblaciones. Tratan de imponerles una autoridad que se destaca por su ineficacia (la estatal y/o federal), cuando ya tienen otra que se caracteriza por su eficiencia (la de la Familia).
Hay, por supuesto, muchos ejemplos más que remontan el origen de la violencia al pasado o, mejor dicho, la lucha de la gente y los pueblos por sobrevivir y mejorar las condiciones de vida ante los gobiernos insensibles e inescrupulosos. Lo que vivimos hoy es el resultado de décadas —si no es que de siglos— de incompetencia por parte de los gobiernos para brindar a la gente hasta de las cosas más necesarias, una de ellas, y probablemente la más importante, la igualdad ante la ley, y la certidumbre de obtener justicia cuando es reclamada.
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Impunidad y corrupción, estigmas de nuestra Nación, sin ideología fundamental, sin un proyecto de País, nos volvemos parte de lo mismo, en México tenemos un cáncer, mismo que lejos de curarse ha avanzado en todos los niveles; el articulista opina que las bandas criminales pueden estar mejor organizadas que las propias que deben procurar el orden e impartición de Justicia, lejos de aclararnos la situación, nos deja en un estado de desolación y de desesperanza; no cabe duda solo en la Sociedad Civil se puede encontrar la respuesta a las necesidad de nuestro Pueblo, México no se merece esta suerte, la bola de bribones que se han enriquecido de modo bestial y salvaje deben ir al paredón previo decomiso de todas sus propiedades, porque han sido mal habidas, vía el saqueo sistemático de los recursos del pueblo mexicano ¿Delincuencia Organizada?. En México se encuentra tanto a niveles criminales como los de quienes supuestamente deben impartir, procurar y administrar justicia, se le debe devolver al Pueblo su auténtico derecho de elegir a sus gobernantes en pleno ejercicio de su soberanía, e impedir que las organizaciones criminales como lo son los Partidos Políticos, sigan secuestrando la voluntad popular...
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