El desmadre lo hacemos todos

Jorge Diaz | La Sana Distancia


Héctor Aguilar Camín escribía ayer sobre la necesidad de ponerse serios (por decirlo de alguna forma) para las próximas elecciones presidenciales. Advertía de los riesgos de seguir con la tendencia de encono y pleito de callejón que se presentó antes y después del 2006. Coincido, no nos llevará a nada bueno.

Pero ¿cómo lograrlo?

En las esferas del poder empresarial la ley que impera es matar o morir. En bandos distintos, los señores del dinero luchan de manera intestina para lograr imponer a sus gerentes; los políticos, con la seguridad de que al obtener dichos puestos en los gobiernos municipales, estatales y federal, conseguirán al menos otros tres o seis años de favores de distinta índole (todos ellos ilegales), en la concesión de permisos, otorgamiento de licitaciones, evasión de impuestos, etc. ¿Por qué habría de frenarlos el aviso de consecuencias fatales para nuestro país? A ellos los conduce su codicia.

Los grandes medios de comunicación fomentan los encontronazos políticos para vender más y más noticias a un público ávido de notas escandalosas. En pro del rating, no sólo se extralimitan en lo que presentan, sino que también son capaces de fabricar rumores e insinuar cualquier cosa para alimentar el morbo con tal de posicionarse como la oferta más atractiva para los anunciantes. Después de la declaración: “No somos la cuidadora de los niños” por parte de Azcárraga Jean, todo está dicho, se deslindan de toda responsabilidad.

Los políticos y sus partidos están en lo suyo, conseguir becas gratis es su tarea, sueldos insultantes y productividad cero. Además, a muchos de ellos los impulsa no sólo la ambición del dinero fácil, sino la sed de venganza que han venido conteniendo desde hace tiempo. No es fácil detener la vorágine de monstruos creados por una sociedad desinteresada. Expertos en pleitos vulgares y sofisticados, ellos responderán a su naturaleza y avaricia, nada los detendrá, no tienen intenciones de portarse civilizadamente.

Por otro lado tenemos al espectador, el ciudadano. La postura más cómoda del potencial elector es la de ver cómo se pelean los famosos, toman bando cual partido de futbol y se apasionan por el placer de defender una camiseta sólo porque sí, sin tomar en cuenta nada más. El ciudadano pide a gritos ¡pleito!

Regálenos el mejor chiste sobre un copete, saquen la mejor puntada del que habla como costeño, deleitémonos comparando al cómico inglés con la imagen del precandidato, repitamos mil veces que aquel es un borracho para que se convierta en verdad, qué importa que sea un insulto, el respetable se quiere divertir. Y cuando las bromas suben de tono, entonces sí no nos aguantamos: a cerrar calles, a perseguir periodistas, a saturar Twitter con mentadas de madre, etc.

Cuando nos damos cuenta de los escandalosos desvíos de recursos, las corruptelas, los gasolinazos, la inflación, el alza a los impuestos, el aumento de deuda, los miles de muertos, los compadrazgos, la pésima educación, el individualismo infame, el desempleo rampante, entonces sí pedimos civilidad! Pero se olvida pronto y regresamos al cachondeo.

No nos engañemos, el desmadre lo hacemos todos.






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