Muestra de este aprendizaje lo dan sus últimas declaraciones respecto al tipo de relación bilateral que trataría de implementar con el vecino país del norte en el caso de llegar a la presidencia de México, y que es un completo giro de 180° en relación al tipo de relación que el actual gobierno sostiene con su par del norte.
Dicha propuesta se encamina a cambiar las actuales relaciones diplomáticas que en gran medida tienen como base la seguridad y que, por ello, conllevan toda una serie de medidas, proyectos y políticas para enfrentar la violencia rampante que consume al país, tales como el intercambio de información de inteligencia que conduzca a la detención de las cabecillas de los grupos criminales; el apoyo en forma de recursos económicos, tales como el Plan Mérida; apoyo en recursos materiales, como el caso de armamento y vehículos militares; la operación infiltrada (y esto es un secreto a voces) de agentes estadounidense en territorio mexicano, etc.
Es por todos sabido (y cincuenta mil muertos son testigos mudos de ello) que el actual esquema de combate al crimen no ha sido todo lo efectivo que se pretendió podía ser. Si a lo anterior agregamos que el intervencionismo estadounidense causa gran escozor a amplios sectores de la sociedad mexicana, y que operaciones como Rápido y Furioso (auspiciadas por el gobierno del vecino país del norte) resultan un rotundo fracaso que además tiene como consecuencia aumentar el poder ofensivo de los cárteles de la droga, se entiende la ruta que Andrés Manuel pretende seguir en el caso de ganar la contienda presidencial.
Y a final de cuentas ¿Qué es lo que acaba de proponer el dirigente de Morena? En pocas palabras: que Estados Unidos apoye económicamente en México, pero no para adquirir armas ni para entrenar soldados, sino para invertir en programas sociales que saquen del atraso y la pobreza a miles —sino es que millones— de personas en el país. Esto afectaría directamente, según Obrador, en la cantidad de migrantes que año con año viajan a la Unión del Norte para ganarse una vida que probablemente perderían de quedarse en sus lugares de origen. Lo anterior sin menoscabo de que los Estados Unidos —y en especial el presidente Obama— se comprometan a sancionar una reforma que no atente contra los derechos de los migrantes y que, por el contrario, los dote de seguridad y derechos.
Así, la propuesta en términos generales es la de trabajar juntos, en igualdad de circunstancias y como buenos vecinos. Cuestión que se antoja harto difícil, en especial después de que Rick Perry, gobernador de Texas y fuerte aspirante por el puesto del presidente Obama, declarara que, de llegar al poder en los Estados Unidos, impulsaría el uso de sus fuerzas armadas en territorio mexicano para “matar” (así lo dijo) a los cárteles de la droga que amenazan su territorio, una clara alusión de la idea de que es en México donde debe librarse la guerra (al fin, nosotros ponemos los muertos). A lo anterior hay que sumarle la cuestión de los migrantes, de los que no parece ser el más férreo de los defensores.
Llegue o no llegue a ser Andrés Manuel el presidente de México en 2012, me parece que aquel quien ocupe la tan codiciada silla presidencial deberá tener en cuenta la propuesta del dirigente de MORENA, toda vez que, si bien es cierto que no será posible regresar al ejército a sus cuarteles de la noche a la mañana, también lo es el hecho de que deberá haber un viraje en la política de combate al crimen que se centre más en el aspecto social del problema, como educación, empleo y justicia, y que además establezca los lazos tan necesarios con Estados Unidos para una acción conjunta que no tenga como prioridad tan sólo la cuestión bélica, pues en este aspecto, es a México a quien le toca bailar con la más fea, como lo prueban los miles de decesos en el país a causa de la violencia.
Una nota que nos vuelve a poner, en el punto medular de lo que deben tomar en cuenta, los aspirantes presidenciables; la vecindad con Estados Unidos, ha sido muy dificil durante la vida "independiente" de México, las diferencias culturales y economicas, son contundentes, no reconocerlos nos ha llevado a una confrontación estéril, con infinidad de pérdidas; pero tampoco es momento de adoptar politicas serviles, sino de lograr acuerdos respetuosos y dignos, con base en una dimplomacia exterior inteligente y racional.
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