Las campañas y el tema de la violencia





                           



Se acerca cada vez más el banderazo inicial para que los candidatos de los partidos políticos a contender por la presidencia en 2012, se lancen de lleno a endulzarnos un oído con las consabidas promesas que se quedan siempre en la campaña, y a ensuciarnos el otro con toda la porquería que directa o indirectamente les lanzan a sus contrincantes; abonando así, al sentimiento milenario del mexicano: estar todo el tiempo peleando entre sí.

Existe en mí la preocupación sobre la postura que cada uno tomará en torno primero, a si continuarán una lucha frontal contra el crimen organizado en todas sus facetas y segundo, en el cómo afrontarán ésta.

Es obvio que todos ellos, se definirán como convencidos de seguir atacando el flagelo de la inseguridad; sin embargo, insisto, es urgente que nos digan cómo, para que el ciudadano tenga los suficientes elementos para decidir su voto. Los mexicanos también queremos acabar con esto, pero al menor costo posible y es mejor que lo entiendan así de una vez.

Se empiezan a resaltar algunas declaraciones o demostraciones prácticas de los aspirantes a representar a sus partidos y con ello, podemos ir adelantando lo que será su discurso:

En el caso de Andrés Manuel López Obrador, tenemos un discurso más o menos similar al de hace seis años en donde hace hincapié en las acciones preventivas tales como, educación, oportunidades de empleo (con condiciones justas) para la mayoría, impulso a las zonas del país proclives a caer por necesidad en la delincuencia, etc. Todo esto está muy bien desde el punto de vista de la prevención, pero en el terreno de lo práctico y urgente; es preciso que, llegado el momento, AMLO defina exactamente cuáles serán las acciones específicas a tomar en el terreno policial, de inteligencia, de justicia y financieras en contra de los criminales, para que nos quede claro el camino que durante seis años los mexicanos recorreríamos con él como posible presidente.

En lo vivencial y práctico, en lo demostrado, tenemos a Marcelo Ebrard. Hoy por hoy, la Ciudad de México es una de las más seguras y tranquilas del país; tanto así, que desde hace tiempo, personas del norte de México programan al menos unas vacaciones por año en la capital, con el argumento expresado por ellos mismos: lo asombroso de la seguridad que se tiene en el DF, en contraste con las ciudades de las que son originarios. ¿Así o más claro? Seguramente el Jefe de Gobierno capitalino tiene un par de secretos que podría compartirnos y llevar a la práctica en todo el país para empezar a alcanzar lo que tanto anhelamos.

Los que andan en terrenos muy delicados, son los más visibles aspirantes panistas: Josefina Vázquez Mota y Ernesto Cordero. Ávidos de la bendición presidencial, que sobra decir, tiene una obsesión en la que nos lleva a todos, por no cambiar ni un ápice de su estrategia (fallida por cierto), se ven obligados a acercarse al discurso de los últimos cinco años, lo que, digan lo que digan, no los deja bien parados. Si quieren ganar popularidad entre el electorado, tendrán tarde o temprano que dejarle claro a los mexicanos que ellos irán por una estrategia, primero: más efectiva, segundo: menos sangrienta y tercero: que recupere la normalidad de nuestras vidas. Nada fácil la tienen, puesto que de ser contradicho, la ira del Presidente está a flor de piel por un lado y por el otro, el hartazgo de la gente que clama un giro inteligente a la estrategia.

Por último tenemos a Enrique Peña Nieto. Los últimos días se le ha oído decir: “Recuperemos la esperanza” y “Es necesario que recuperemos a México como un lugar seguro”. Parece que le está pidiendo el favor a alguien para que lo haga, en lugar de decirle a quienes lo escuchan, cómo lo haría él, en términos prácticos y estrategias perfectamente definidas. Lo que necesitamos es un estadista capaz y sensible para llevar la bandera del cambio y la pacificación de México por delante, dirigiendo los destinos del país a buen puerto. Para qué queremos un Presidente que corra debajo de la cama a esconderse y hacernos compañía.

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