Mi reflexión el día de hoy es derivada de una nota publicada en el periódico EL UNIVERSAL el Martes 23 de agosto, donde se dan a conocer cifras sobre los mexicanos que legalmente aspiran a obtener una oportunidad de trabajo en los Estados Unidos.
Según el informe, son poco más de 1.4 millones los que persiguen este objetivo, es de suponerse que muchos de ellos irán acompañados al menos de una persona más, en otros casos, una familia entera, lo que multiplica la cifra anterior.
Es obvio y justo mencionar, que una buena parte va con la intención de ampliar sus horizontes, construir experiencias personales y profesionales y luego regresar, con la ilusión de demostrar lo fortalecidos que están después de la aventura y por lo tanto intentar colocarse bien cotizados en el mercado laboral de México.
Pero también están los otros que toda vez que las puertas se han cerrado en un país que trata igual a todos; es decir, lo mismo gana una persona que vende tamales, un técnico en telefonía y un doctor, deciden irse con un doloroso resentimiento hacia la patria desigual, desinteresada, cruel.
No pretendo despreciar ninguno de los oficios que mencioné en el párrafo anterior, lo que intento es remarcar la grave situación que nos ha puesto a todos en un mismo morral. El Gobierno y las organizaciones sindicales, durante mucho tiempo han estado preocupados por hacerse de beneficios para los suyos y han permitido hacer lo que quieran a los empresarios, aves de rapiña que no tienen ningún sentimiento de gratitud hacia el trabajador.
Basta con entrar a cualquiera de estas páginas en internet que ofrecen agrupar toda clase de “ofertas de trabajo” donde el usuario puede aplicar desde ahí, para ver la infamia con la que son tratados verdaderos profesionistas en busca de empleo. Los salarios anunciados, las condiciones de horario, el racismo legal que evidencian los anuncios y toda clase de aberraciones que estarían fuera de la ley en cualquier país que se jacte de ser justo y equitativo.
Las agencias de empleo, sin la menor aplicación de criterio y con empleados que dejan mucho que desear sobre su profesionalismo, están preocupadas por conseguir lo más barato, no importa quien sea o con qué experiencia cuente.
Por experiencia propia y si de algo sirve, lo que digo es que quien busca nuevos horizontes en otros países no lo hace con un enorme gusto por abandonar la patria, es más bien un sentimiento de impotencia enorme. El individualismo cada vez más evidente en nuestra sociedad, puede hacer que las palabras que he escrito en esta columna, no lleguen a ningún lado, pero estoy convencido que todos aquellos que prefieren voltear para otro lado y no hacer nada por ayudar a que las cosas cambien para bien, tarde o temprano sufrirán las consecuencias de servir a un patrón que los obliga a ser despiadados con sus propios hermanos.
Por lo pronto, todos los que se van de México, estarán pensando: “Ahí les dejo su país, yo me quedo con el resto…que es el mundo entero”
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