¿Y el fuero legislativo?









Sin lugar a dudas se ha dado un gran paso en México al eliminar el fuero militar para que precisamente los militares sean juzgados por civiles y con ello, ir eliminando los abusos que se vienen cometiendo desde hace tantos años.

Hago votos, para que no sea ésta una medida en la que los militares sean juzgados injustamente y que los delincuentes salgan beneficiados aludiendo tramposamente a los derechos humanos, en lugar de tratar de seguir acotando el poder de éstos para comprar jueces y autoridades por la gran capacidad económica que tienen y con ésta, la de corromper.

Quiero señalar un gran pendiente que hay en materia del fuero en nuestro país, el legislativo. Hemos sido testigos de una enorme cantidad de abusos que se cometen a partir del mismo y han permanecido impunes por siempre.

Muchas han sido las voces que opinan que este fuero tiene que ser por lo menos limitado, pero que no se debe dar carta abierta a los políticos para que hagan y deshagan a su entero placer. En tanto que los privilegios no terminen y la tentación por cometer actos de corrupción con la promesa de que no habrá castigo, los delitos por parte de nuestros legisladores tampoco terminarán.

El fuero fue instituido para que los legisladores pudieran expresar sus ideas políticas y divergencias ideológicas libremente en la tribuna, sin el temor a represalias o persecución por parte del poder. De eso a tener derecho a delinquir, hay una gran distancia.

Basta con echar un vistazo al pasado reciente y darnos cuenta de hermanos incómodos, diputados coludidos con delincuentes, de borrachos y prepotentes que se pasean a sus anchas por el territorio nacional sin la posibilidad de ser detenidos y procesados por la protección que les brinda su fuero. Y qué decir de los delitos de cuello blanco que se cometen al abrigo de Diputados y Senadores.

En más de una ocasión se les ha tenido que pedir disculpas. Cuántas veces no hemos visto las prácticas intimidatorias que algunos de ellos ejercen contra civiles desprotegidos a los que al final el ciudadano tiene que dirigirse a ellos dándoles el mote de  “señores” y hasta agachar la cabeza. 

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