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Cuando se corre el riesgo de salir a una contienda electoral como la presidencial, con tanta desventaja y constatar que no se logra poner de acuerdo a un grupo, por diferentes factores (lo que traerá a la larga muchas posibilidades de perder), se requiere un análisis a fondo sobre el liderazgo que ha sido incapaz de dirigir a buen puerto, la parte más importante de su gestión: la construcción de candidaturas competitivas.
En la medida de lo posible, un líder debe ser dogmático para honrar la ideología de su partido y pragmático para dirigirlo a lo que más le conviene, el triunfo en las urnas con el personaje que más posibilidades tenga de lograrlo. Luego, esforzarse por dejar satisfecha a todas las partes, para que éstas a su vez se sientan obligadas a apoyar a quien los representará en dicha competencia. Nada fácil.
No hay nada malo en no poder con el cargo, lo malo es que no se haga un reemplazo oportuno.
Desde su nombramiento como presidente nacional del PAN, Gustavo Madero a dado señales de no estar en sintonía con las grandes presiones al interior de su partido, la rapidez de los tiempos modernos que no esperan y la urgente necesidad de hacer frente a la ventaja de Peña Nieto, a la pequeña diferencia con la que ganaron en 2006 y a la acumulación de negativos que las dos administraciones panistas vienen acumulando en detrimento de la imagen de su partido.
Ha habido muestras claras de no ser precisamente santo de la devoción presidencial, no se ve un apoyo abrumador que sirva como contrapeso de lo primero por parte de prominentes panistas, sus declaraciones respecto de sus adversarios políticos dejan mucho que desear.
En repetidas ocasiones se le ha escuchado presentar el argumento -lugar común de la mediocridad- de aludir al aspecto físico de Enrique Peña Nieto como único factor que lo puede hacer perder o ganar. Uno espera palabras con mayor contenido del líder de uno de los tres principales partidos políticos en nuestro país.
Sobre su capacidad de mando e influencia entre sus huestes basta recordar el anuncio sobre la necesidad de disminuir el número de aspirantes a ser candidatos por su partido y ver las reacciones de Lujambio y Vázquez Mota para darse cuenta que no tuvieron resonancia. Nadie se va a mover de su inquietud por ser el delfín panista, a menos que algún interés oculto los mueva a tal decisión, pero no serán las palabras de Madero las que lo provoquen.
En las elecciones pasadas se le vio ausente, por no decir escondido. De repente apareció en Nayarit con el pretexto de dar la pelea en una elección que de todas formas perdieron con amplia diferencia, cuando en realidad tenía que dar la cara desde el principio en las del Estado de México, mismas que ellos revistieron de gran importancia y que al final le restaron toda.
No se trata de ser influyente o de estarse cobrando una cuota de poder que le correspondía al grupo que Madero representa, se trata de estar a la altura de los tiempos, de darle una opción competitiva a los que no son priistas o perredistas y moverse rápido y efectivamente.
El PAN está en un punto, en el que también sus miembros empiezan a tener parte de responsabilidad en esta mala gestión de su presidente nacional, si están viendo que no funciona, reemplácenlo.
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