En el capítulo de estira y afloja que se alarga; más por motivos políticos que por otra cosa, entre los monopolios de las telecomunicaciones, es preciso apuntar el ridículo que éstos hacen frente a sus empleados y ejecutivos.
A resumidas cuentas, uno quiere incursionar en el giro de negocios de su adversario, pero no permite entrar a éste en los terrenos propios.
Mientras Grupo Carso alega estar cumpliendo con sus obligaciones y que por ende tiene derecho a entrar en el negocio de la televisión, el duopolio televisivo utiliza sus influencias a nivel federal para no dejarlo pasar.
Existen versiones que justifican el pleito, fundadas en el argumento de la debacle económica que significaría para Televisa y TV Azteca la incursión de Carso en su giro de negocios, puesto que el mercado de la televisión es inmensamente más reducido que el de la telefonía. Ante la experiencia de Dish con 2.8 millones de clientes frente a un poco más de tres de Sky, hay motivos suficientes para pensar que con la luz verde encendida, la empresa de Carlos Slim acabaría haciéndoles un daño enorme en sus ganancias.
Por otro lado, se pretende justificar la entrada del duopolio a la telefonía, puesto que el mercado es lo suficientemente grande como para quitarle una pluma al gallo Telmex-Telcel que domina el 80% del mismo. Y aun así, el hombre más rico del mundo se defiende y no permite su entrada.
Para quienes hemos tenido la oportunidad de trabajar en empresas -cuasi monopolios- en diversos giros, es vergonzosa la manera en que se atestigua el pleito entre quienes deberían ser el ejemplo de la competitividad y apertura a la conquista del mercado en competencia sana mediante estrategias de mercadotecnia, ventas y calidad en los productos y servicios que ofrecen.
Este asunto está movido por el temor a perder, no hay mentalidad empresarial. El miedo es el que motiva el ataque y la defensa.
Dónde están los argumentos que los empresarios prominentes pretenden inculcar a sus empleados y ejecutivos cuando se les otorgan infinidad de cursos para fomentar el amor a la camiseta y con éste, la implementación de la creatividad, fuerza e inteligencia de éstos para ganar terreno ante los competidores.
De lo que se trata aquí, es únicamente de ver quién tiene más influencias, poder económico y capacidad de compra de voluntades a niveles altos en el Gobierno, para seguir monopolizando las aéreas en las que están metidos.
En lugar de enviar una señal positiva a mercados, empleados y público en general de una mentalidad de progreso, competencia y bienestar en todos los sentidos, el mensaje que queda es que en México, la ley que rige es la del más fuerte. La mentalidad de la competitividad y excelencia se queda en los cursos de entrenamiento.
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